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La Unión Europea no puede seguir eternamente a la defensiva con Rusia

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La canciller alemana Angela Merkel y el presidente francés Emmanuel Macron trataron de convencer, la semana pasada,  a los otros líderes de la Unión Europea para invitar a su homólogo ruso Vladimir Putin a una cumbre.

La propuesta del eje franco-alemán se vino abajo por la feroz oposición de los países bálticos y de Polonia. Suecia y los Países Bajos también expresaron sus reservas ante la propuesta del duo Merkel-Macron.

Los opositores a la idea esgrimieron que una reunión con Putin equivaldría a hacer “concesiones gratuitas” en un momento en que las relaciones con Moscú se consideran particularmente tensas.

Esquizofrenia diplomática

Como en tantos otros aspectos, el fracaso de la propuesta franco-alemana demostró que la Unión Europea es incapaz de hacer política exterior en la mayor parte de ámbitos relevantes. Una parálisis que se explica principalmente por los distintos intereses geopolíticos  de sus miembros.

La Unión Europea es incapaz de hacer política exterior

En efecto, el bloqueo de la diplomacia con Rusia se puede comparar, por ejemplo, con la negativa de Alemania para aumentar la presión sobre Turquía tal y como pedían hace unos meses Grecia y Francia. ¿La explicación? Alemania y Turquía son socios comerciales de primer nivel, y en el primero viven cerca de 10 millones turcos o alemanes de origen turco.

Otro claro ejemplo de la esquizofrenia europea es la imposibilidad de alcanzar acuerdos en política de inmigración y asilo. Los países del este bloquean sistemáticamente los intentos italianos de distribuir la carga que su país sufre al estar en primera línea de llegada de inmigrantes magrebíes y africanos.

España también ha experimentado en carne propia lo difícil que resulta recibir el apoyo de los socios europeos alejados de las orillas del Mediterráneo, por no hablar de la soledad a la que se enfrenta Francia en el Sahel.

Obsesión anti-rusa

Sucede que con Rusia se añaden a estos factores geopolíticos internos de la UE otras consideraciones de tinte ideológico que dificultan todavía más el entendimiento.

La más evidente es el odio visceral que sienten los países bálticos y Polonia hacia Moscú. Un sentimiento comprensible por el doloroso pasado de imperialismo ruso y soviético.

Pero hoy en día poco habrían de preocuparse los países del este de que estos tiempos oscuros se repitan: por un lado, todos ellos forman parte de la OTAN y, quizás todavía más importante, de la Unión Europea; y por otro lado, la debilitada Rusia ya no supone una amenaza como antes.

Existe también otro factor emocional que dificulta las relaciones con Rusia: se ha acusado tanto a Vladimir Putin de dirigir un régimen autoritario y anti-liberal que se considera que tratar con él es prácticamente un pecado. Como si Putin fuera un caso único en el mundo.

Se olvidan así los intereses objetivos que los europeos tienen para entablar una relación constructiva con Rusia

Los Estados Unidos son los principales interesados en que los europeos perciban como una amenaza sistémica al vecino ruso. Numerosos países que no tienen motivos para temer a Moscú en el plano geopolítico, como los Países Bajos, han comprado sin matices el discurso.

Se olvidan así los intereses objetivos que los europeos tienen para entablar una relación constructiva con Rusia: materias primas y energía a bajo coste, un enorme mercado dónde colocar las exportaciones europeas, garantías de seguridad a lo largo de todo el flanco este de la UE y un tapón para frenar el avance de China.

Desde que en 2014 Rusia anexionó Crimea no ha habido cumbres entre Moscú y Bruselas. Un tiempo perdido precioso que China no ha desperdiciado para atraer al Kremlin hacia su órbita.

Lo último que interesa a los europeos y que debería aterrorizar también a Washington es que Rusia se convierta en el patio trasero de Pekín.

Como el presidente Macron defendió en vano en Bruselas, la Unión Europea no puede seguir eternamente a la defensiva con Rusia.

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