Con el próximo inicio de un nuevo año escolar, es fácil visualizar esa escena nostálgica: maestros preparando sus aulas, padres revisando listas de útiles escolares, y niños ansiosos por estrenar uniformes.
Es un tiempo que evoca el cariño y la calidez del amor de la Iglesia por sus hijos más jóvenes, expresado de forma tangible en cada escuela católica. Pero detrás de esta escena familiar y acogedora se encuentra una realidad compleja y desafiante que reclama la atención urgente de los educadores católicos: enseñar a los niños no solo a saber, sino a ser.
Muchos niños pasan, en promedio, más de siete horas diarias frente a pantallas —sin contar el tiempo escolar— y los entornos digitales se han vuelto omnipresentes. Por ello surge una nueva responsabilidad educativa.
Ya no basta con transmitir conocimientos ni fomentar virtudes de manera abstracta.
Hoy, el reto es enseñar a vivir una humanidad plena, encarnada, profundamente conectada con la realidad material y espiritual del mundo que Dios creó.
Esta es, sin duda, una nueva tarea para los educadores católicos.
Escuelas como «hospitales de campaña»
Muchos líderes escolares ven sus instituciones como «hospitales de campaña» espirituales. No solo educan, sino que atienden heridas profundas del alma, del corazón y de la mente de los niños.
En este contexto, enseñar a ser significa ayudar a los estudiantes a reconectar con su identidad como personas hechas a imagen de Dios: cuerpo y alma, materia y espíritu.
La tecnología, aunque útil, no es neutral. Forma hábitos, modifica percepciones, moldea identidades. Como advirtió el teórico católico Marshall McLuhan, el medio es el mensaje: no es solo el contenido de las pantallas lo que importa, sino su mera presencia constante.
El entorno digital cambia no solo lo que sabemos, sino cómo pensamos, sentimos y nos relacionamos. ¿Qué pasa entonces cuando ese entorno se convierte en el aula misma?
Formar humanos, no usuarios
Las escuelas católicas, al integrarse con herramientas como pizarras digitales, plataformas como Google Classroom o libros electrónicos, corren el riesgo de transformar el acto educativo en una experiencia despersonalizada.
Guardini, en sus reflexiones litúrgicas, nos recuerda que el ser humano moderno ha perdido el sentido de comunidad, de simbolismo, de unidad entre cuerpo y alma. En otras palabras, ha perdido sensibilidad para lo sagrado y para lo real.
Este diagnóstico se vuelve aún más urgente en nuestros días, donde los entornos virtuales potencian esa desconexión.
Por eso, más allá de integrar tecnología, las escuelas católicas deben preguntarse: ¿estamos ayudando a los niños a descubrir y vivir su plena humanidad? ¿O estamos permitiendo que sus identidades se formen en función de algoritmos y pantallas?
Propuestas concretas
No se trata de demonizar la tecnología ni de pretender volver a la Edad Media. Se trata de recuperar lo esencial. ¿Cómo? A través de prácticas que favorezcan la materialidad y el encuentro personal.
Es necesario fomentar el uso de lápiz y papel, la manipulación de objetos reales, la construcción con las manos, la observación directa de la naturaleza, la lectura cara a cara con un compañero. Son actos simples, pero profundamente formativos.
También se puede enseñar a los estudiantes a considerar los dispositivos como herramientas, no como extensiones de su identidad. Se debe modelar y enseñar el uso ordenado de la tecnología, ayudando a los alumnos a distinguir entre lo útil y lo invasivo.
Así como enseñamos el valor de la templanza o la prudencia, debemos formar también en las virtudes digitales: moderación, intencionalidad y discernimiento.
El aula como espacio sacramental
Finalmente, es vital visualizar el aula católica como un espacio sacramental, es decir, un lugar donde lo visible remite a lo invisible; donde cada gesto, objeto y relación apunta a la realidad más profunda del amor de Dios. Esto requiere evaluar con honestidad los entornos escolares: ¿qué mensajes comunican sobre la importancia de lo humano, lo comunitario, lo espiritual? ¿Cómo se puede redirigir la atención de los estudiantes hacia el otro, hacia la creación, hacia Cristo?
Enseñar a ser para enseñar a amar
La misión de las escuelas católicas no es solo formar mentes brillantes, sino corazones capaces de amar y almas capaces de ver a Dios en todas las cosas. En la era digital, esto implica enseñar a los niños a ser: a estar presentes, a sentir, a tocar, a pensar por sí mismos, a vivir encarnadamente.
Enfrentar este desafío requiere valentía, creatividad y una fe profunda en que Cristo sigue siendo el verdadero Maestro en nuestras aulas. Como Iglesia, tenemos los recursos teológicos, litúrgicos y pedagógicos para ofrecer una alternativa luminosa al anonimato digital: la formación de personas plenas, llamadas a vivir en comunión con Dios, con los demás y con el mundo. Esta es la nueva tarea que nos espera. Que estemos a la altura del llamado.












