En el marco de la antropología católica, que se centra en la comprensión integral del ser humano a la luz de su dignidad, vocación trascendente y dimensión comunitaria, el análisis del sistema democrático moderno exige una reflexión crítica.
Lejos de conformarnos con las estructuras superficiales del poder, debemos preguntarnos si el modelo actual de democracia promueve realmente la participación de los más virtuosos o, por el contrario, favorece la manipulación y el cinismo.
¿Quién vence?
En su esencia, la democracia liberal se basa en la legitimación del poder a través del sufragio.
Quien convence, vence. Este principio, en apariencia noble, se pervierte cuando la persuasión deja de ser racional y se convierte en manipulación emocional.
En este punto, la antropología católica introduce una crítica profunda: cuando se instrumentaliza al ser humano como un objeto a convencer en lugar de reconocerlo como un sujeto libre y racional, se está atentando contra su dignidad.
Intelectuales como Walter Lippmann y Edward Bernays, con sus estudios sobre la opinión pública y las relaciones públicas, nos advirtieron ya en el siglo XX sobre el carácter ilusorio de la libertad democrática cuando ésta se basa en la propaganda.
La simplificación extrema del discurso político infantiliza al votante y le priva del deber moral de formarse un juicio informado.
La figura platónica del ciudadano como espectador de sombras cobra hoy más vigencia que nunca, especialmente en la era digital, donde la hiperconectividad ha sustituido el pensamiento crítico por la reacción inmediata.
El cristianismo reconoce que el ser humano, herido por el pecado, está llamado constantemente a la conversión y a la búsqueda de la verdad.
En este sentido, la manipulación sistemática de la opinión pública va directamente en contra de este ideal: en lugar de conducir al hombre hacia la verdad, lo sumerge en ficciones diseñadas para sostener intereses particulares.
La sociedad contemporánea corre el riesgo de convertirse en una masa conformista, incapaz de resistir las imposiciones ideológicas por miedo a la exclusión o al pensamiento incómodo.
Modelo de liderazgo
La antropología católica también propone un modelo de liderazgo fundado en la virtud.
El poder no es un fin, sino un servicio.
Esta visión choca frontalmente con la lógica imperante en muchos sistemas democráticos actuales, donde la estrategia de comunicación y la imagen pública pesan más que la verdad, la honestidad o la capacidad de gobernar con justicia.
En lugar de promover a los más sabios y virtuosos, el sistema premia a los más astutos, a los que mejor saben manipular los símbolos y los sentimientos colectivos.
Esta situación nos lleva a una paradoja: el sistema democrático, que nació para empoderar al ciudadano y proteger su libertad, termina por favorecer la “selección natural negativa” de candidatos que destacan no por su virtud, sino por su habilidad para desinformar, dividir y polarizar.
Así, la apatía del electorado alimenta la degeneración de la política en espectáculo, y el espectáculo, a su vez, empobrece aún más la calidad del debate público.
Formar
Desde la mirada cristiana, esta realidad exige una respuesta clara: formar conciencias libres, críticas y responsables.
La educación en la verdad, el compromiso social basado en la caridad y la participación activa en la vida pública son elementos esenciales para regenerar la democracia desde dentro.
Solo una sociedad compuesta por personas que buscan el bien común y que son capaces de resistir las seducciones de la mentira podrá aspirar a un sistema político que favorezca a los mejores.
Hay que encontrar y aplaudir a quienes aún creen que la política es una vocación al servicio del bien, y no una herramienta de manipulación.
Y es desde la antropología católica donde podemos recuperar esta esperanza: con la certeza de que toda persona está llamada a la verdad, al amor y al ejercicio de la libertad en comunión con los demás.
