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Cómo formar discípulos para toda la vida desde la infancia

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Cada vez es más urgente una pregunta fundamental en la formación en la fe: ¿estamos realmente preparando a nuestros niños, jóvenes y adultos para vivir su fe a lo largo de toda la vida?

Estudios recientes muestran una realidad preocupante: un gran porcentaje de católicos abandonan la práctica sacramental y la vida eclesial tras completar su primera comunión. ¿Qué está fallando?

Catequesis que forma discípulos, no solo estudiantes

La catequesis no puede limitarse a transmitir conceptos.

El propósito auténtico de la formación en la fe es formar discípulos de Cristo que vivan y celebren su fe en el hogar, la escuela, el trabajo y la comunidad.

Para lograrlo, necesitamos una catequesis que responda al desarrollo humano, que aproveche lo que la neurociencia y la psicología infantil nos enseñan sobre cómo las personas crecen, aprenden y se relacionan.

Hoy sabemos que el cerebro no se desarrolla de forma lineal. Existen «ventanas de oportunidad», momentos en los que ciertas habilidades cognitivas y afectivas se desarrollan más rápidamente. Entender estas etapas puede transformar la forma en que enseñamos la fe. Sin que suene a trampa.

La importancia de los primeros años

Durante los primeros cinco años de vida, el cerebro desarrolla principalmente las áreas responsables de la relación y el apego. Este es el momento óptimo para ayudar a los niños a formar un vínculo emocional con Jesús y con la comunidad eclesial.

Sin embargo, muchas parroquias bautizan a los niños y no vuelven a tener contacto significativo con ellos hasta que se acercan a los años sacramentales. Este vacío es una oportunidad perdida para sembrar un amor profundo por Dios desde la infancia.

Una catequesis en edad preescolar centrada en Jesús como amigo y en la parroquia como familia puede fomentar una relación duradera con la fe. Esta etapa, muchas veces olvidada, es esencial para formar cristianos comprometidos.

Vocación y autoconocimiento en la adolescencia

Durante la adolescencia, especialmente alrededor de los 11 y los 17 años, los jóvenes reflexionan sobre su identidad y su futuro. Es el momento ideal para hablar sobre vocaciones: ¿qué tipo de persona quiero ser? ¿Cuál es el plan de Dios para mí?

Estas preguntas abren el corazón de los jóvenes a discernir su vocación, ya sea al matrimonio, a la vida consagrada o al sacerdocio.

Una catequesis adaptada al desarrollo debe ayudar a los adolescentes a explorar estas preguntas en profundidad, con libertad y acompañamiento.

No se trata de imponer respuestas, sino de generar un espacio de escucha y diálogo, donde el joven pueda encontrarse con Dios y consigo mismo.

La importancia del sentido de pertenencia

En la juventud, la necesidad de pertenencia es tan fuerte como el deseo de autonomía.

Muchos jóvenes abandonan la Iglesia no porque hayan perdido la fe, sino porque no se sienten parte de ella.

Como catequistas y padres, debemos estar dispuestos a acompañar sus preguntas, aunque no tengamos todas las respuestas. A veces, las palabras más importantes que podemos decir son: “No lo sé, pero caminemos juntos”.

Familias jóvenes y comunidad parroquial

La vida cambia radicalmente cuando una pareja se convierte en familia. Lamentablemente, muchas parroquias no ofrecen acompañamiento a los padres hasta que sus hijos llegan a los años sacramentales.

Pero es precisamente en los primeros años de crianza cuando las familias están más abiertas a reorganizar sus prioridades. ¿Y si viéramos el Bautismo como una oportunidad de evangelización, una puerta de entrada para caminar con las familias desde el principio?

Una parroquia que se convierte en una verdadera comunidad, un “hogar de hogares”, puede ofrecer a las familias apoyo espiritual, emocional y social.

Esto no solo enriquece la vida familiar, sino que fortalece a toda la comunidad eclesial.

Catequesis integral

La catequesis que responde al desarrollo humano no es una moda ni una estrategia pedagógica pasajera.

Es una forma de respetar la realidad del ser humano tal como Dios lo ha creado: cuerpo, mente y espíritu.

Al integrar los conocimientos actuales sobre el desarrollo con la riqueza de nuestra fe, podemos formar discípulos para toda la vida, no solo “alumnos” de una clase de religión.

Transformar la catequesis con esta visión puede revitalizar nuestras parroquias, nuestras familias y, sobre todo, la vida espiritual de quienes buscan a Dios. Porque no se trata solo de enseñar la fe, sino de formar corazones que la vivan con alegría, profundidad y compromiso.

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