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Papa León XIV: un Pedro para este tiempo

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Dios no deja sola a su Iglesia. Ayer, cuando se abrió el balcón de la Basílica de San Pedro y asomó la figura serena de León XIV, el cardenal Robert Prevost, sentimos todos lo mismo: no estamos huérfanos. Su presencia no fue espectáculo sino un verdadero signo

El cardenal Robert Prevost, agustino, misionero en tierras lejanas y pastor de corazón cercano, se presentó ayer al mundo como el nuevo sucesor de Pedro: el Papa León XIV.

Un nombre con peso de historia y una espiritualidad con raíces

El nombre elegido no es menor. «León» evoca al gran Papa León XIII, conocido como el iniciador de la Doctrina Social de la Iglesia con su encíclica Rerum Novarum. Que nuestro nuevo Papa haya tomado ese nombre es ya una declaración de intenciones: responder a los desafíos de hoy con la luz del Evangelio y la riqueza de la tradición.

León XIV es agustino. Forma parte de una rica tradición espiritual que ha dado grandes santos, doctores y pastores a la Iglesia.

Amar a Dios por encima de todo y desde ese centro ordenar todo lo demás. 

Vestido con la estola, muceta roja y la cruz dorada, recuperó signos que hablan de continuidad, de reverencia y de catequesis visual.

La Iglesia no empieza de cero, sino que camina en la historia iluminada por el Resucitado.

Y fue precisamente con las palabras del Resucitado con las que comenzó su pontificado: «La paz esté con ustedes». No es un saludo cualquiera. Es el saludo del Cristo que ha vencido a la muerte.

León XIV ayer mostró públicamente su certeza, la de un Dios que ama sin medida.

El nuevo Pedro

Cuando León XIV asomó al balcón, vibramos con su emoción contenida, con su sí consciente y sincero. En ese instante, el mundo vio a un padre

Estamos todos en las manos de Dios. «El mal no prevalecerá«, dijo con firmeza. Y ese eco de buena nueva y de esperanza recorrió el mundo.

La Iglesia ayer proclamaba con voz nueva la alegría eterna: Jesús ha resucitado y su amor sana la historia de cada persona.

Conocimiento del mundo y de la Iglesia

León XIV no es un Papa con una historia casual, parece hecha a medida . Ha sido misionero durante 30 años en Perú, donde conoció la fe sencilla, las pobrezas estructurales y la riqueza del pueblo fiel. Fue obispo de Chiclayo. Luego, en Roma, prefecto del Dicasterio para los Obispos, conociendo a fondo los perfiles de los pastores del mundo. Estudió Derecho Canónico, habla cinco idiomas, es matemático…

No improvisó su primer discurso, ni ha improvisado su primera homilía. Lo leyó.

Prudencia, reflexión y responsabilidad. La claridad es caridad para León XIV.

El Papa nos ha dejado ver que no ha venido a dividir, sino a reunir su rebaño e intentar llevarlo a Cristo.

Desde el primer momento nos ha querido mostrar que la unidad no es uniformidad, sino comunión. Y que esa unidad es posible sólo en Cristo.

Su primera homilía

En la homilía de su primera Misa como Papa, celebrada en la Capilla Sixtina, León XIV no ha hablado de sí mismo, sino de Cristo. 

El Papa nos interpela recordándonos el mundo que nos ha confiado Dios, al que, sin méritos, hemos sido enviados a proclamar Su reino a cada criatura.

También ha hecho mención al reto de evangelizar en medio de una sociedad que en múltiples ocasiones reduce a Jesús a una figura simpática, un líder carismático, un moralista… Pero no, Jesús es el Hijo de Dios vivo. Y el Papa nos invita a hacer esa profesión de fe no solo de palabra, sino de vida.

Ser verdaderos discípulos de Cristo es desaparecer para que Él sea glorificado. Es dar la vida para que nadie quede sin conocerlo ni amarlo».

Ha hablado de la Iglesia como familia llamada a la santidad, como comunidad que vive entre límites y dones. Y nos invita a caminar juntos, como Iglesia unida y misionera. 

Vivimos tiempos donde testimoniar el Evangelio no es fácil. Pero urge la misión, porque la falta de fe lleva a la pérdida del sentido de la vida, a la crisis de la familia y del amor….

Hoy, como Iglesia, damos gracias a Dios por León XIV. No por lo que esperamos de él, sino porque Dios nos lo ha regalado. Pedro sigue entre nosotros. No estamos huérfanos. No caminamos solos.

Recemos por él, escuchemos su voz y sigamos al Buen Pastor. En Él que es Uno, seamos uno.

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