En Rusia, la Iglesia ortodoxa ha glorificado a dos mártires de este día de 1937: el arcipreste Nicolás Ermolov y el sacerdote Inocencio Kikin.

Jamás le vi triste ni preocupado por el martirio, más bien sentía gran alegría al dar la vida por la fe. No lo podía disimular. Qué felicidad, me decía, y que dicha tan grande la nuestra al poder dar la sangre por Cristo.
Sobre sus últimos momentos aporta la misma biografía datos confesados por su asesino:
«El relato del martirio ha llegado hasta nosotros gracias al testimonio jurado que una señora hizo al Rvmo. Abad Caronti, Presidente de la Congregación Benedictina Sublacense en 1939 y que más adelante, ella misma ratificaría. Este testimonio, nos lleva sin lugar a dudas a una de las páginas más gloriosas de la historia martirial de Barbastro.
Un joven anarquista de unos 27 años, natural de Zaragoza, se hospedaba con otros milicianos en casa de dicha señora.
Un día a finales de agosto, el pobre muchacho, hallándose en una situación anímica preocupante se desahogó con ella, hablándole de su sufrimiento interior. La conciencia le acusaba de muchas cosas, pero sobre todo de haber ejecutado bárbaramente al Prior de El Pueyo.

En camino hacia la muerte, el p. Mauro solicitó la gracia de despedirse de su madre, y el piquete que lo conducía, accedió a tal petición pensando que tendría a su progenitora internada en el cercano hospital. Entonces, y para sorpresa de sus verdugos, nuestro protagonista, dirigiendo su mirada hacia El Pueyo, comenzó a cantar la Salve y el joven miliciano, no pudiendo soportar semejante osadía, lo mató de varios tiros junto al muro externo del cementerio. Él mismo confesaría, que desde aquel día, jamás volvió a salir por la noche con ningún piquete, pues la última mirada del p. Prior le atormentaba constantemente, llegando incluso a no poder conciliar el sueño.
La buena señora que lo hospedaba, le habló de la infinita misericordia de Dios e incluso le aconsejó ir a un médico, pues se encontraba psíquicamente muy torturado. Mi crimen no tiene perdón, repetía constantemente.
Podemos estar seguros de que el p. Prior habrá intercedido con largueza por su joven ejecutor, pues en todo momento recordó a sus hermanos monjes el precepto evangélico del amor al enemigo, instándoles al perdón para quienes los llevaban a matar».
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