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A nada de serlo todo

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A menudo surgen debates variopintos e intensos sobre la educación y el desarrollo consecuente que debería impartirse en los colegios: si la utilización de los medios tecnológicos es o no es propia para el desarrollo de los alumnos; si es necesario que dentro de la jornada escolar surjan asignaturas extracurriculares como ajedrez o cocina, por poner algunos ejemplos; o si llamar Hogwarts a la asignatura de inglés, en vez de nominarla propiamente como Inglés, es conforme en cuanto a que favorece un aprendizaje más motivador.

Quizás sean diálogos oportunos o no, cada cual que valore lo que quiere o lo que puede ofrecer a sus hijos en el contexto asignado o elegido, pero sí que me atrevo a afirmar que los debates centrados en esos procesos son estériles, vacíos e improcedentes. La educación es algo más que nombre, algo más que proceso, algo más que medios. La educación es, por naturaleza, despertar. Avivar en el corazón la búsqueda de un sentido último. Un sentido para ser, para vivir y para estar en el mundo. Búsqueda incesante ante la vida, una vida que no escatimará en dotarnos del realismo oportuno.

La trampa de la resiliencia

Entiendo que las propuestas educativas en ocasiones sean bienintencionadas, pero desconfío del “bienintencionadismo” continuo, de aquella educación que solo da ofertas propositivas al alumno como si el alumno supiese qué es lo que más le conviene. El alumno buscará lo que más le gusta o interesa, como ha sido lo común, pero que no siempre será lo más oportuno ni lo mejor para él. Desde este paradigma tan condescendiente el educando resultante ser un individuo caprichoso, esclavo de sus pasiones y sentimientos.

Tampoco se tratará de imponer continuamente lo que el educador quiera o piense, como si el educador fuera infalible y el educando un sujeto pasivo y ajeno a su propia persona: el educando resultante será un individuo inseguro, incapaz de decidir por sí mismo, esclavo de los vaivenes del sujeto que logre controlar su persona.

Ante estas dos disyuntivas, en este péndulo que identifica un modelo pasivo o autoritario, nos encontramos en nuestros días con un tercer paradigma: la educación resiliente.

El educador resiliente hace lo posible para que sus educandos logren una actitud positiva de enfrentamiento progresivo contra las circunstancias adversas, sin medir, por supuesto, ni la actitud ni las circunstancias. Este perfil de educador intentará, claro está, inculcar al alumno que el mundo es un ring en el que debes mostrarte fuerte, porque lo de ser fuerte hoy en día suena demasiado agresivo, malinterpretando, claro está, la necesidad de la virtud de la fortaleza.

La resiliencia, ese proceso autotransformador, esa palabra convertida en nuestros días en un fetiche incluso digno de tatuaje, te convertirá en un superhombre o en una supermujer que logrará autoafirmarse sin tener en cuenta su ontología propia: el ser único y contextualizado de la persona. De hecho, el lenguaje actual propone expresiones que hacen de ello una clara referencia ante las adversidades resultantes y que, de algún modo, no observan en totalidad lo mencionado: resiliencia económica, resiliencia emocional, resiliencia social, resiliencia ecológica… Sinceramente, no se me ocurre mejor estrategia para favorecer el capitalismo. Que te echen del trabajo, que te deje tu mujer o tu marido, son supuestas oportunidades para salir renovado.

Las circunstancias adversas, en la actualidad, no se analizan, por lo que no se combaten; la injusticia no es una ocasión para la rebeldía, se ha convertido en una oportunidad falaz de transformación siempre focalizada hacia el yo, el , el me y el conmigo. Jugada maestra del ultraliberalismo, ¿o no?

Crecer, madurar, no es transformarte dejando atrás lo que fuiste, no es asimilar una fuerza blanda como herramienta contra los inconvenientes del camino, crecer es ser ahora, con lo que fuiste y con lo que serás, pues detrás de la asimilación del ser viene el encuentro con el sentido. El ser será, por tanto, dotar a tu vida de significado, un significado que otorga a la vida de un fin, una proyección de vida con y junto a otros. Deberé tener en cuenta de dónde vengo, quién o quiénes son los actores principales en mi vida para poder realizar una proyección de sentido. O, dicho de otro modo: ser desde, origen; ser en, encuentro; ser para, misión.

Significado y realismo

Nada tiene de especial ser uno más, masa amorfa, sujeto sin identidad en un tiempo de desorientación permanente. Crear, cincelar al estilo artístico, debe ser la tarea del educador: ver, mirar, profundizar, descubrir. Proceso estético y ético que debe tener en cuenta toda tarea educativa. Es en su transcurso donde el educando descubrirá el sentido significante de su existencia, porque no se quedará en una superficie indiferente, deberá insertar en el corazón propio la aventura de alcanzar retos, altas miras, sueños de vida realizables, que generará personas libres capaces de autorregularse, autocorregirse, autoeducarse. Por el contrario, hacerlo de otro modo, sería ir en sentido inverso al orden antropológico del ser.

El peligro que corremos, por tanto, es el de quedarnos a medias. Y la educación tiene que abarcar el todo, porque la persona es un todo, no una suma de objetos. Es decir, tomarnos en serio la unicidad del ser. Su carácter ontológico nos deberá marcar, con urgencia, la propuesta total de la persona, con sus luces y con sus sombras, con sus idas y venidas, con sus infortunios y con sus aciertos.

Será inevitable entender al hombre, a la mujer, como un ser único, distinto, complejo y con capacidad de redención, para que el realismo de la vida no tumbe nuestras quimeras patológicas en medio de una sociedad que ha perdido el sentido, dotando de significado a cosas insignificantes para acabar llenando el vacío interior con resiliencias ilícitas y falsas. Porque será la libertad, lejos de transformaciones ilusorias, el punto de apoyo que logre algo más que una transformación narcisista, más bien nos ayudará a proclamar la vida desde la solidaridad y la entrega doméstica. La noción de sentido y significado que poseemos desde el día que fuimos pensados y que, a modo de sello, llevamos insertada en lo más íntimo de nuestra propia intimidad.

Es entonces cuando estaremos cerca de un realismo que colmará el deseo esencial del corazón. Estaremos más cerca de ese poeta involuntario que, escribiendo una vez en una pared con la que me tropiezo a diario, entendió tan bien el significado de la trascendencia humana: estamos a nada de serlo todo”.

Crear, cincelar al estilo artístico, debe ser la tarea del educador: ver, mirar, profundizar, descubrir. Proceso estético y ético que debe tener en cuenta toda tarea educativa Compartir en X

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