La extensión de nuestra debilidad, en lo que se refiere a nuestra existencia, es más o menos proporcional a los anhelos que propugna nuestro interior. Anhelamos un trabajo, una vida confortable, un resorte afectivo, una realidad acorde a lo que esperamos… Y dicha espera no es otra cosa que una constante búsqueda de plenitud. Una plenitud que se dilucida en encontrar el significado de nuestra existencia: el sentido que es un por qué (causa) y un para qué (finalidad). Y eso es bueno.
Si no existiera ese anhelo, no llegaríamos a lo que consideramos importante. Porque el anhelo es un reflejo de la trascendencia del hombre. Por eso no hay vida sin anhelo, porque si no hay anhelo no hay vida. Y de ahí que nuestra debilidad sea también nuestra fuerza. Ahora bien, para que la buena búsqueda pueda llegar a buen término, la búsqueda debe ser sincera, no autorreferencial. Debe ser llenada, no ocupada.
Caída
Leemos en el libro del Génesis que el hombre cayó, y arrastrado por su tentación de querer ser como Dios, aun ya participando de la propia divinidad, se alejó del paraíso, de la armonía existente entre el Creador y su creatura. Este relato primigenio de la historia de la Salvación ya nos muestra la composición de dos axiomas que nos servirán como ancla para comprender el anhelo humano: el éxtasis y la catarsis. Reflejarán, por tanto, el proceso por el cual se volverá a añorar lo que se perdió.
Éxtasis, del gr. έκ στασις, ékstasis, propiamente “estar fuera de sí mismo”, manifiesta la significación del relato en la función relacional entre Dios y el hombre. El hombre, ya creado, participa de la divinidad, a imagen y semejanza de su Creador, y se encuentra extasiado al contemplar todo lo bueno que Dios había hecho, entre lo que participaba como culmen del universo. A pesar de ello, Adán y Eva, en la mentira propuesta por la serpiente, escuchando la vanagloria, la vanidad, la mentira de que podían asemejarse a Dios cuando ya eran semejantes a Él, cayeron. Una caída elegida, no exenta de responsabilidad, mas una caída.
Una caída que conlleva una catarsis (del gr. κάθαρσις, kátharsis, limpieza o purga). Proceso de purificación que desembocará en el anhelo constante de aquello que tuvimos, que saboreamos y que añoramos: la plenitud de la existencia. Es entonces cuando Adán y Eva se arrastrarán desde el paraíso buscando una Tierra donde habitar, un lugar donde existir, un lugar donde preguntarse por qué fue y ya no es. Un espacio donde recobrar el corazón perdido y el alma vagabunda. Una búsqueda incesante para volver a ser y a, sobre todo, creer en que se puede volver a ser.
Vacío
El vacío es la nada. La nada es vacía. Propiamente, si existe la nada, nada existe. O, mejor dicho, la nada determina el vacío que se encuentra en todo recipiente desocupado. Esta nada, este vacío existente, por el contrario, es bueno que exista. Es la experiencia de la desposesión, de no poder aferrarse a algo, de vislumbrar que la nada es lo contrario a la existencia. Y que, si quiero vivir, tengo que llenarme de algo que llene mi continente. Estar contento significa estar lleno de contenido. No podremos estar contentos si estamos repletos de vacío.
El vacío no llena, el vacío deshabita. Deshabitación de mí mismo y de los demás, alejamiento de carácter relacional, ensimismamiento y autorreferencialidad. El vacío aboca a la nada. Pues el vacío es la nada. ¿Y si soy nada? Dejo de existir. ¿No será, por tanto, la nada el antónimo de la existencia? De repente, el Edén se convirtió en la nada, en el desierto del alma experimentado tras llenarse de algo equívoco. ¿De qué llenaré, entonces, el continente de mi vida?
Liberación
La tristeza o la felicidad no son una cuestión de actitud, así como la resignada resiliencia no es una forma moderna de transformación. No deja de ser un reflejo individualista y ególatra de la cuota de felicidad que supuestamente me debe ser correspondida. Mi voluntad no podrá estar sometida a mis deseos, sino a formas de trascendencia que conlleven un anonadamiento elevado. Es en este punto donde el significado, la vida, y el significante, yo, se ven transformados por un sentido último que une y entrelaza el ser y el sentido. Ya no será la nada reflejo del vacío, sino una nada habitada y habitable. Deberemos, por consiguiente, llenarnos de una ocupación significadora: entusiasmo (en Theos). Un contenido que traspasa mi existencia y mi habitabilidad vital, porque ya no seré yo quien mantenga el pulso de la vida, sino un amor donado que conllevará elección.
Pues uno de los principios básicos de la libertad intuye que elegir es renunciar. Esa elección, por tanto, no es otra cosa que liberarse del contenido vacío, aquello que no llena mi continente. Para dejar lugar a aquello que habita en demasía. Un amor que todo lo da y nada espera. Un amor cuyo significado será el tú y no el yo. Escucharemos el eco del exinanivit. El anonadamiento será entonces una nada habitada, no una nada vacía. Será una nada recreadora, mas no destructiva. Una nada que hablará de la misma nada para poder subir y reflejar un todo. Una nada que son unas manos vacías, que aun sucias y heridas, serán capaces de sostener un sí en permanencia, un compromiso alzado, un ideal de plenitud.
Si no existiera ese anhelo, no llegaríamos a lo que consideramos importante. Porque el anhelo es un reflejo de la trascendencia del hombre Share on X