La Iglesia es, por su propia definición y a la vez, un sujeto histórico y transhistórico, que actúa transformado a la humanidad y su fin enlaza con lo que se encuentra más allá del fin efectivo de la historia. Es además institucional en un sentido plenamente secular, atendiendo a lo que dicho concepto se expresa en la Nueva Economía Institucional. En ella la calificación comprende tanto aspectos organizativos, como legales, de tradición, costumbre y cultura.
Esta concepción considera que son instituciones de la sociedad aquellas que representan el marco referencial por excelencia, que perméa y controla las acciones individuales mediante normativas para ayudar a reducir los costes de transacción que se causan en el mercado. Y si ampliamos el concepto del mercado al más amplio de desenvolvimiento humano, la condición de la Iglesia refleja esta naturaleza institucional, porque la moralidad católica que aporta tiene precisamente aquellas consecuencias: es un marco de referencia por excelencia, que perméa las acciones humanas y reduce, palia los daños, mejora la sociedad.
Entendámonos, no es su fin, pero es una consecuencia del fin que persigue. Porque si su bien es presentar la Redención y con ella anuncia la Buena Nueva, exponer el primer anuncio, evangelizar y extender el Reino de Dios, esto comporta construir el bien común, erradicar y transformar las estructuras de pecado que dañan al ser humano y al mundo, acompañando a la humanidad en la fidelidad a la ley natural, en su transitar en la historia. Todo esto significa un gran bien, de hecho, comporta todo lo necesario para superar las crisis acumuladas que nos están destruyendo, superando las tres grandes falsedades del mundo: el imperio del dinero como fin, la del poder como dominación y engaño de unos hombres sobre otros y la de la realización humana circunscrita solo a la realización del impulso sexual y su deseo por encima de cualquier otra razón y vinculo. Estos tres males disfrazados por las ideologías, solo tiene hoy alternativa en el proyecto cristiano que expresa la Iglesia católica, y que es más amplio que ella: el cristianismo. Es un proyecto, utilicemos el modismo, glocal, porque tiene a la vez un papel local y global.
Para que la Iglesia y el cristianismo sea tal sujeto es necesario que tenga conciencia de su papel, y esto significa que la posean los hombres y mujeres que en el presente la habitan. Esa es la cuestión.
La Iglesia es el sujeto, lo ha sido, lo es y lo será en el mundo, pero en Occidente, y en especial en Europa, su papel queda desdibujado. Queda lejos el vigor europeo de Juan Pablo II.
También sucede que es la propia Europa la que se desmorona, es cada vez más marginal, y en una institución católica, es decir, universal, significa que las dinámicas de otras partes del mundo pesen más. Es lógico que así sea. No hay nada malo para la fe en ello. No se puede ser cola de león y aspirar a ser cabeza . En este sentido la menor significación de la Iglesia en Europa es natural, porque es la propia Europa quien pierde significado. Pero hay otro aspecto de la realidad que ya no es natural, porque obedece a otra lógica. Precisamente porque el desmoronamiento de este “Imperium” tiene sus raíces en todas las rupturas de la desvinculación, en la que destaca la “gran apostasía”. Light si se quiere, pero apostasía, porque a la vez que la fe se escapa por debajo de la puerta de la casa europea y se diluye en el aire, crece el rechazo cristiano, y esto es bien evidente en España.
Precisamente, porque se da esto, la Iglesia no puede considerase parte del establishment político-económico, ni justificarlo, y mucho menos apoyarlo. Al contrario, debe denunciar a la luz de la fe todo lo que está mal estructuralmente, sus estructuras de pecado, con amor y sin temor. Precisamente porque es marginal y marginada, debe construir la alternativa a aquella cultura que ha conducido a la apostasía y conduce a la anomia a través de la desvinculación. Y esta respuesta eclesial es la que no se percibe a pesar de que la concepción densa, fuerte, bien trabada, el “relato” está hecho y solo falta aplicarlo.
De ahí la necesidad de reconstruir el sujeto histórico, eclesial y cristiano, que solo se realiza en la misión. Y así, además, ser capaz de prestar este servicio inexcusable para todos, no solo a los cristianos, de construir la alternativa cultural en términos que conlleven su aplicación, constituyendo el nuevo marco de referencia, para cada país, para toda Europa.
El camino sinodal, que comienza ahora en el ámbito diocesano y durará hasta el mes de abril, para después transformarse en continental y culminar con la catolicidad de los obispos del mundo en la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los obispos, debe servir también para meditar juntos ante la situación descrita, buscar lo que el tema elegido señala. Por una Iglesia sinodal: comunión, la participación y la misión.
En este contexto deseamos señalar unos puntos:
- El camino sinodal significa reconocer la “geografía” religiosa, moral, cultural, social y política, del territorio histórico por el que transitamos, de la parroquia a la globalidad. Si esto no se hace, la ampliación del Sínodo de los obispos a los ámbitos de las iglesias locales y continentalesl no tendrá excesivo sentido. El Sínodo no puede tener como resultado un conjunto de abstractos universales eclesialmente correctos.
- Por ello, si trata de la comunión debe situar claramente y en todo lo posible que esta se de entre las diversas sensibilidades católicas, y que la escucha y la oportunidad de hablar se de a todas ellas, sin exclusiones, partiendo del principio de que todas parten de la fidelidad a los acuerdos fundamentales que definen la Iglesia. Por ejemplo, hay que escuchar y no proscribir las razones de la celebración tridentina.
- La partición debe abordar el papel de los laicos, que sigue mal resuelto. La transformación del Consejo Pontificio para los Laicos en Consejo Pontificio para los Laicos, la Familia y la Vida, no ha representado un progreso al diluir lo que tenia de ser el Dicasterio donde la escucha y participación de la realidad laical en el seno de la Iglesia universal fuera realizado. Hay que decir con realismo que los debates sobre la participación de la mujer, a la moda del mundo, difuminan la cuestión, porque no es la mujer en primer término quien no tiene un papel suficiente en la Iglesia, sino el del conjunto de los laicos, hombres y mujeres. El punto de partida contemporáneo, fruto de Concilio Vaticano II fue el decreto sobre el apostolado de los seglares, “Apostolicam Actuositatem” (AA), que señaló un camino que ha de desarrollarse. En él se plantean ya cuestiones tales como la cooperación interparroquial, interdiocesana, nacional e internacional (num. 10), el apostolado de las personas casadas y familias como una necesidad vital importancia para la Iglesia y la sociedad civil (num. 11). Los jóvenes y niños (nums. 12 y 13). La especial atención a la solidaridad (num. 14). La participación en asociaciones de actividad apostólica (numerales del 15 al 22). El fortalecimiento de la unidad (num. 18). La santificación de los hombres y la formación de una consciencia cristiana en la sociedad (num. 20). Su posterior desarrollo en la exhortación apostólica Christifideles laici de Juan Pablo II, desarrolla y concreta la concepción y accion del laicado en la Iglesia y el mundo, y constituye el otro gran texto fundamental a partir del cual debe construirse el sujeto laical. Christifideles laici señala en orden a la acción en la sociedad, además de la columna central de la evangelización unos puntos cruciales: La promoción de la dignidad de la persona (num. 37). La inviolabilidad del derecho a la vida (num. 38), la exigencia del reconocimiento de la dimensión religiosa del hombre (num. 39), reconocer el valor único e insustituible de la familia para el desarrollo de la sociedad (num. 40), el servicio de la caridad (num. 41). Participar activamente en la política (num. 42). El ser humano en el centro de la vida económico-social (num. 43). Evangelizar la cultura y las culturas del hombre (num. 44), y es en este ámbito donde hoy se impone la necesidad de presentar una alternativa cultural en aquellas sociedades en las que se ha impuesto una cultura fundamentalmente contraria a la concepción cristiana. «También en estos medios debe ser anunciado el Evangelio que salva”. Todo esto, en mayor o menor medida, debe abordarse al tratar de la participación de los laicos, que no puede quedar relegada a una cuestión meramente organizativa, sino que debe relacionarse con el signo de su ministerio.
- La Misión de la Iglesia es la misma desde el primer momento, como expresa el evangelio Mt. 28, 18-20, y esto significa extender el Reino de Dios: “Nuestro destino es el Reino de Dios, que Él mismo comenzó en este mundo, que ha de ser extendido hasta que Él mismo lo lleve también a su perfección«. Lumen Gentium (LG 9), y afrontar las estructuras de pecado (Catecismo, nº 1869, Encíclica Sollicitudo rei socialis, nº 36, 37,38. exhortación Apostólica Reconciliatio et paenitentia nº 16) que lo dificultan. Para ello es necesario asumir que no son las palabras. sino los actos los que definen la misión. Como dijo el cardenal Walter Kasper «se dedica demasiado tiempo a comités, reuniones y conferencias, en las que generalmente se encuentran las mismas personas y se discuten indefinidamente sobre los mismos temas. En su lugar, deberíamos seguir adelante y actuar afuera. Jesús no dijo: Quédate quieto juntos, sino: ¡Vete!«.