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China: su modelo autoritario ha sufrido su primera gran derrota

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Entre los Estados Unidos y China, la crisis del Covid-19 ha llevado a un nivel superior la competición bilateral, ya iniciada en la era Obama.

A su rivalidad geopolítica que se remonta a la Guerra Fría, el boom económico chino le añadió el componente económico. Ahora, el nuevo coronavirus ha introducido decisivamente un elemento aún más importante: el modelo de país, en términos políticos y de sociedad.

Por primera vez desde la Guerra Fría, un país parece capaz de exportar un modelo diferente al orden liberal de los Estados Unidos. En efecto, China ha sabido emerger reforzada de las cenizas maoístas con una sorprendente receta.

Desde la época de Deng Xiaoping a finales de los años 70, Pekín ha mezclado con gran éxito un autoritarismo pintado de rojo comunista con la integración parcial en el sistema económico internacional liberal. Esta última se ha hecho aprovechando los elementos que le convenían a China (por ejemplo, las exportaciones industriales) y rechazando el resto (el estado mantiene un papel predominante en todos los sectores económicos).

Con este sistema plenamente consolidado, sobre todo con la llegada del presidente Xi Jinping en 2013, China ha empezado a exportarlo como una mercancía más. Según el autor y diplomático de Singapur Kishore Mahbubani, el «modelo chino» se basa en un sistema de gobierno racional, con decisores que toman decisiones para el largo plazo, están comprometidos con el buen gobierno y aportan respuestas pragmáticas.

Una receta sin duda muy atractiva en un mundo cada vez más inestable. El modelo chino ha despertado el interés de países muy diferentes, desde las antiguas colonias europeas en África hasta naciones de Europa del Este que paradójicamente han sufrido hasta hace poco los abusos del socialismo a la soviética.

Sin embargo, el coronavirus ha cambiado en parte estas percepciones positivas hacia el modelo de gobernanza chino. Las mentiras para primero ocultar el virus y luego intentar convencer al mundo de que era un producto estadounidense han ocasionado la primera gran crisis de legitimidad internacional del modelo de éxito de Pekín.

El partido comunista chino hacía lo imposible -llegando al ridículo– para esconder su responsabilidad ante el mundo entero. Mientras tanto, otros países asiáticos, pero también europeos, reconocían ante sus ciudadanos la gravedad de la situación y tomaban medidas de prevención y gestión de la posible epidemia.

Así, se ha demostrado que la transparencia y el rendimiento de cuentas democráticos no son en absoluto incompatibles con la gestión eficaz y eficiente de la pandemia. Eso sí, los países que lo han manejado mejor son aquellos que han combinado estos valores con otros como el respeto a la autoridad pública, la confianza en las instituciones políticas y la disciplina colectiva.

Las democracias asiáticas como Corea del Sur o Taiwán han incluso concedido poderes especiales a las autoridades, como el seguimiento obligatorio de las personas infectadas por el virus. Una medida que ha despertado en cambio gran polémica en Europa y América del Norte.

En este sentido, resulta particularmente interesante notar el apoyo masivo de los ciudadanos de estas democracias asiáticas a los líderes que han tomado medidas restrictivas, como demuestra la reciente sonada victoria electoral del partido del gobierno en Corea del Sur. De hecho, a pesar del virus, en este país el índice de participación fue el más alto desde 1992.

El caso de Corea del Sur demuestra particularmente bien cómo una sociedad democrática puede aceptar reducciones puntuales de algunas libertades individuales en nombre del bien común sin sacrificar los derechos fundamentales.

En plena epidemia internacional, los países que han conseguido combinar tres elementos, disciplina colectiva de la ciudadanía (1), competencia técnica (2) y rendimiento de cuentas por parte del gobierno (3) se han convertido en el ejemplo a seguir.

Y ejemplos como estos los encontramos no sólo entre los países asiáticos, sino que son numerosos los estados europeos, incluso grandes como Alemania o Polonia, que entran dentro de esta categoría.

Ante todos ellos, el modelo autoritario chino ha sufrido su primera gran derrota. Una pérdida de prestigio que no será ni la última ni la más importante, porque el sistema no puede dar más de sí por más competentes que sean sus dirigentes.

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