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El padre de los cuidados paliativos: «pensé que todos los sistemas de salud los incluirían, me equivoqué»

Familia

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No es casualidad que detrás del hombre que impulsó la práctica de los cuidados paliativos haya un católico. Eduardo Bruera es oncólogo y está considerado el padre de los cuidados paliativos.

Recientemente concedió una entrevista al diario La Vanguardia. Una entrevista que debe tenerse muy en cuenta en la coyuntura actual en la que el Gobierno de España de PSOE y Podemos está tratando de sacar adelante una Ley de eutanasia que legalice esta práctica en el país.

Entre otras afirmaciones, Bruera, argentino de 65 años y afincado en Houston (Texas): «Era un oncólogo consciente de que el sufrimiento humano era casi dejado de lado. Estaba convencido de que los cuidados paliativos iban a ser algo brillante, que todos los sistemas de salud y facultades los incluirían. Me equivoqué».

Sobre el dolor, afirma: «Cuando el enfermito me dice: “Doctor, me duele la espalda”, yo pienso en la metástasis, pero también entiendo que tiene ante sí todos esos sueños que ya no va a poder cumplir; y ese dolor es todavía peor y hay que contemplarlo. Pero esa demanda de humanidad debe venir de la sociedad, porque no vendrá de las instituciones médicas ni académicas».

Bruera es el jefe del depar­tamento de cuidados paliativos, rehabilitación y medicina integrativa del MD Anderson Cancer Center de la Universidad de Texas de Houston, el centro de paliativos más grande de Estados Unidos. Él mismo fundó ese departamento

Los cuidados paliativos, además de procurar bienestar físico, son esenciales para que la persona pueda afrontar y aceptar su propia muerte, arreglar sus asuntos y despedirse en paz. Sin embargo, en sociedades donde la eutanasia es legal se relegan, no se desarrollan, no se invierte en ellos, ¿para qué hacerlo si se puede acabar con el sufrimiento con una inyección? Más barato.

Acaba de publicar Algunos consejos para médicos que se plantean iniciar una carrera en cuidados paliativos (Ediciones i), para que no les sea tan difícil, afirma él mismo.

Cuestionado por el periodista sobre cómo se pone en la piel de su paciencia moribundo, responde: «Si yo no soy capaz de entender que la prioridad de mi paciente es estar en la boda de su hija, me va a costar ayudarle. Debo saber qué le da sentido a su vida, así puedo entender lo que está perdiendo y ver cómo reemplazarlo«.

«¿Y si no lo puede hacer?», pregunta: «Si no lo puedo hacer, me quedo contigo. El mejor instrumento médico es la silla, me siento a tu lado y te permito que me digas todo lo que has perdido, que llores, que confíes. Identificar y expresar lo que te ocurre es un gran alivio», responde.

«Hay un montón de estudios -explica- no solo científicos sino también sobre el comportamiento humano detrás de lo que le digo. Y existe una enorme ­evidencia en la literatura médica que ratifica que si tú pones un grupo de paliatólogos en un hospital ahorras millones de euros por año». Y es que: «si tú ves a Don Juan y a su familia y enfatizas el bienestar, les vas a hacer sentir mejor con tra­tamientos más simples que necesitan menos resonancias nucleares y terapias costosísimas que al final de la vida no son útiles».

cuidados paliativos

También explica casos paradigmáticos en el proceso de la muertes en relación a los cuidados paliativos: «Traté a una señora con un cáncer de ovario que sufría muchísimo pero se resistía a la muerte porque tenía un hijo con problemas mentales y físicos. Le ayudamos a entender que debía encontrar a alguien que se encargara de ese hijo. Contactamos con la familia extensa y buscamos con ella a la persona. Murió aliviada». Otro: «Recuerdo a otra enfermita con cáncer de mama, que no podía levantar a su hijo por su dolor. Yo le repetía: “Señora, es normal que le duela”, y luego me sentía horrible».

«¿Cómo es posible que nosotros, oncólogos, normalicemos el dolor?», se pregunta Bruera: «Aprendí mucho más a través de mis errores que de mis aciertos», responde.

Considera que la compasión es esencial en la profesión médica: «Es esencial aprender a empatizar. Uno no puede empatizar con un hígado ni con un pulmón, pero sí con un arquitecto de 40 años, fan del Atleti, al que se le ha muerto un hijo y que no puede ir a pescar como siempre le ha gustado». «Para poder ejercitarlo, el músculo de la empatía debe convertirse en una parte fundamental de la historia clínica, de las prioridades del hospital y la universidad. Mientras los cuidados paliativos sigan siendo algo optativo, secundario, es más difícil que la gente sea compasiva», advierte.

Además, el doctor rompe un mito sobre los cuidados paliativos: «Sé que los cuidados paliativos no son un tema brillante y puede ser interpretado como deprimente. Le aseguro que ayudar a gente que está sufriendo, física y psicológicamente, es una fuente de satisfacción personal y profesional».

«Vaya, que no es usted el doctor muerte», le interpela el periodista, y Bruera concluye: «Soy el doctor vida, vivir en condiciones difíciles todo lo posible y lo mejor posible. Creo que, como bien hizo el Quijote, hay que reconocer que vale la pena pelear, o como Borges decía, los caballeros solo deberían luchar por causas perdidas. Me siento orgullosísimo».

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