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De Fray Junípero a los feligreses de Niza

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Tras leer un artículo de Nirmal Dass[1]y pensar sobre los acontecimientos de este último tiempo en EEUU, las decapitaciones de estatuas de Colón, Fray Junípero, el derrumbamiento de estatuas de la Virgen en Chile, los sucesos de Barcelona con la beatificación de Joan Roig Diggle (salvando las distancias), y en Francia con la decapitación del profesor Samuel Paty, y de los pobres e inocentes feligreses de la catedral de Niza, se me hace urgente volver a pensar en voz alta.

Los sociólogos y los analistas políticos deberían estar perplejos ante estos acontecimientos

Obviamente escapa a toda lógica lo que está sucediendo. Recordaba un pasaje de los Simpson en el que el pueblo trata de linchar a Burt porque éste le había cortado la cabeza al explorador fundador de la ciudad de Springfield, un tal Jeremías, tratando de esta manera de ser integrado en su propio grupo afectivo de gamberros. La masa incentivaba el linchamiento a lo largo de todo el capítulo al margen de la ley. Había que buscar un culpable. Los Simpson no solo recogen el modo de vida americano de forma irónica/cínica, sino la forma mental de pensar de las masas. La masa no necesita saber historia, ni lo quiere. No sea que descubra las verdaderas razones por las que se tira a la calle a sacrificar hombres o sus estatuas representativas. La masa de Springfield sale a la calle con azadones, antorchas y guadañas a linchar a los culpables como si se tratase de una caza de brujas.

Aquellos que ayer fueron decapitados, a los que luego se les levantaron sepulcros o esculturas de mármol, ahora vuelven a ser víctimas en sus figuras y representaciones por enésima vez… de la furia y la rabia de las masas.

Se trata de ciclos de linchamientos y decapitaciones que no hacen más que replicar en la ficción lo que muestra la historia. Ahora se trata de que la historia replique la ficción.

Volveremos a los linchamientos al margen de la ley porque las masas están más allá de ella. Si las masas conocieran algo de historia o quisieran salir de su voluntaria ignorancia sabrían que toda América (y África, Europa y Asia, antes y después) los sacrificios humanos y el canibalismo fueron rasgos importantes de todas las culturas indígenas. Por ejemplo, los Tiwanaku en Bolivia, los Tupi-Guaranís en Brasil, etc. Se entregaba a los dioses de los volcanes, de los terremotos, vírgenes y niños como ofrenda para ser sacrificados.

Una historia cercana en el tiempo aconteció en Chile, cuando los mapuches señalaron a uno de estos niños, como víctima ideal para el sacrificio, para aplacar a los dioses y parar los terremotos que los amenazaban, arrojándolo al océano. Todavía hoy hay quien defiende que hay que respetar las costumbres de las mapuches y que la ley chilena debe reconocerlo explícitamente.

En el artículo de Nirmal se dice algo, constatado por todos los antropólogos serios (no los indigenistas y relativistas), escandaloso pero que se suele ocultar tras el buenismo que nos envuelve cuando juzgamos a otras culturas: los aztecas cocinaban la carne de sus víctimas en un estofado, con tomates y pimientos. También tenemos los hallazgos de Ecatepec, cerca de México DF, o los de Tula, en Burnt Mesa (New Mexico), los del Cañón de Mancos… Los Atakapa de Luisiana [también practicaban sacrificios humanos y canibalismo], como los Tupinamba, y los Caribes (el mismo término de “caníbal” parece venir del de esta tribu, encontrada por Colón en las Antillas). Más al norte tenemos los sofisticados rituales de tortura, ejecución y canibalismo de los iroqueses, los hurones y otros pueblos de los Grandes Lagos, las grandes praderas y las costas del Atlántico y el Pacífico, incluso hasta el Ártico, como en el yacimiento de Saunuktuk.

Como dicen en privado [no se atreven a decirlo en público por corrección política] los investigadores que han estudiado el periodo precolombino, “uno no querría haber vivido en casi ningún lugar de América en aquella época”. […] [Pero el relativismo cultural hace que] nadie se atreva a decir que una cultura pueda ser mejor que las otras, especialmente si se trata de la occidental. La exhortación es siempre la misma: «Debemos entender, no juzgar». ¿Pero cómo entender que se torturara, sacrificara y comiera a los niños? Más importante, ¿qué hay que entender sobre ello? […] [Además, la neutralidad de los progresistas es falsa. No son realmente relativistas]: tienen una agenda: culpar a los europeos de todo lo que destruyeron”.

Como atestiguaba Pedro Cieza de León cuando llegó a Perú en el 1550[2]: “Todos los naturales de esta región [la Amazonia hoy peruana] comen carne humana; […] en tomándose unos a otros, como no sean naturales de un propio pueblo, se comen. Gustaban especialmente de la tierna carne de los niños, y oí decir que los caciques buscaban de las tierras de sus enemigos todas las mujeres que podían, las cuales, traídas a sus casas, usaban con ellas como con las suyas propias; y si se empreñaban de ellos, los hijos que nacían los criaban con mucho regalo hasta que habían doce o trece años, y de esta edad, estando bien gordos, los comían con gran sabor […]”  “Tenían una piedra larga […] en lo alto de las gradas, delante del altar de los ídolos. En esta piedra tendían a los desventurados de espaldas para los sacrificar, y el pecho muy tenso, porque los tenían atados los pies y las manos, y el principal sacerdote […] de presto con una piedra de pedernal, hecho como un navajón […] con mucha fuerza abría al desventurado y de presto sacábale el corazón […], y caído el corazón estaba un poco bullendo en la tierra, y luego poníanle en una escudilla [cuauhxicalli] delante del altar. […] Los corazones a veces los comían los ministros [sacerdotes] viejos; otras los enterraban, y luego tomaban el cuerpo y echábanle por las gradas abajo a rodar; y llegado abajo, si era de los presos en guerra, el que lo prendió, con sus amigos y parientes, llevábanlo y aparejaban [preparaban] aquella carne humana con otras comidas, y otro día hacían fiesta y le comían. […] En esta fiesta [Panquetzaliztli] sacrificaban de los tomados en guerra o esclavos […], según el pueblo, en unos veinte, en otros treinta, o en otros cuarenta o hasta cincuenta y sesenta; en México [la capital] se sacrificaban ciento y de ahí arriba”[3].

Pero no son historias de frailes inventadas para justificar la evangelización. Puede consultarse la ingente literatura antropológica no contaminada por el relativismo de moda para darse cuenta del nivel que tenían los ríos de sangre de todas las culturas de la tierra. Véase como muestra El sacrificio humano entre los mexicas, de Yolotl Gonzalez[4].

Entonces por qué Colón y Fray Junípero… Se me antojan movimientos oscuros que justificarían este linchamiento-colectivo-fake que recuerda otros tiempos. Manipulación, conspiración, ignorancia… Es mucho más simple. Cuando uno ha leído a René Girard, se da cuenta de que no hace falta lógica, ni justificación para una representación colectiva del fenómeno de chivo expiatorio. La masa experimenta una agitación cíclica sedienta de sangre. Se necesitan purgas, tiempos de catarsis que permitan al ser humano expulsar la violencia que debería ejercer sobre sí misma por las frustraciones acumuladas, las violencias recibidas en la vida cotidiana. Es necesario que alguien pague por todos, decía Caifás, aunque sea un símbolo.

Colón, -no hace falta que expliquemos por qué no Isabel I, Jaime I de Inglaterra o  George Washington- es el chivo expiatorio ideal, por un lado -convergen sobre él la Leyenda negra suscitada por los genocidas británicos que colonizaron EE. UU. Y, además, permite que converja sobre él, el todo reductivo que simplifica el estereotipo de víctima culpable. Por otro lado, Fray Junípero -tampoco hace falta detenerse en el tema de la influencia hispana y católica en la neocolonización del Sur al Norte actual, en la sistemática persecución que se está llevando a cabo a los hispanos y a su amenazante identidad-. Sobre él converge todo el aparato victimario de la nostalgia de este mundo pagano arcaico que anhela estos sacrificios tan estéticos y bellos, y, además, tan suyos, tan autóctonos. No se han enterado de que lo que este fraile anunciaba era la disolución de todo sacrificio que no fuera por amor. Que lo que el evangelio traía, -es verdad que a veces contaminado y usado por el afán pagano de poder de los colonizadores-, era la declaración de inocencia de todas las víctimas, una superación definitiva de todo sacrificio. Nada que ver con lo que el ateísmo ilustrado nos ha impuesto que creamos y pensemos de él.

Nos encontramos en una tesitura de la historia apasionante. Sería inabarcable hablar de todos aquellos rasgos que podrían definirla. Pedro mi pregunta concreta es por qué este tipo de persecución sistemática a todo lo que tiene que ver con la iglesia, la evangelización. Trataré de encontrar una explicación al respecto leyendo a Nietzsche.  

Durante todo el siglo XX, el comunismo (igualitarización mimética por la clase social) y el nazismo (igualitarización mimética por la etnia aria) y otras ideologías afines  derivadas de la Ilustración (egalité ideológica construida a partir de la envidia mimética que suscitaban en los desfavorecidos los que ostentaban el poder, y dirigida contra los que exhibían con descaro y orgullo la injusticia de la desigualdad del antiguo régimen), se oponían abiertamente a la preocupación por las víctimas, a pesar de que se reconocían con naturalidad como herederas de la cultura judeocristiana. El otro ser humano que no comulgaba con mi “forma de ver el mundo” era excomulgado, acusado de crímenes nefandos y ajusticiado en el mejor de los casos mediante un linchamiento mediático. En el peor … no hace falta que recordemos las checas, los gulags, los campos de exterminio, las bastillas y demás aquelarres.

A partir de esa revolución cultural, después de mayo del 68, toma el control social el movimiento anticristiano más potente de la historia. “Radicaliza” la preocupación por las víctimas para paganizarla. Los “potestades y principados” se revuelven contra el cristianismo reprochándole no defender con suficiente ardor a las víctimas. En la lectura infoxicada de la historia cristiana no ven más que persecuciones, actos de opresión, inquisiciones, confusión tendenciosa entre evangelización con colonialismo (véanse los últimos acontecimientos en América desatados tras la revuelta originada por la brutal muerte de George Floyd, Black lives Matter, decapitando las estatuas de Fray Junípero y Colón indistintamente de las que hemos venido hablando).

Este neototalitarismo basado en la rebelión de las víctimas se presenta como el liberador de la humanidad.

Tratan de usurpar el lugar de Cristo, los poderes lo imitan como un rival mimético. Imitan su modelo para derrotarlo. Denuncian la preocupación cristiana por las víctimas como hipócrita y pálida imitación de la auténtica cruzada contra la opresión y persecución de la que ellos mismos llevarían a partir de ahora la bandera como un descubrimiento propio y una preocupación por las víctimas inédita en la historia. Este es el lenguaje exitoso del que nos preñó el nihilismo nietzscheano. Él recurrió a la figura antitética del Anticristo adelantándose cien años a lo Políticamente correcto y al victimismo victimizador que nos asola.

Es lo que Girard llamaba la imitación satánica de Cristo[5]. Tan perfecta en su simetría que convierte al cristianismo en el enemigo a batir, porque sería el único en situación de evidenciar -sacar a la luz- el resorte oculto desde la fundación del mundo, a saber, el origen violento y cruel de los órdenes sociales basados en la violencia ejercida contra los inocentes. Nietzsche defendía esta inversión de los valores parafraseando el evangelio de San Juan en modo Anticristo.

El Anticristo se jacta, en Así habló Zaratustra, de liberar a los hombres de la corrosiva moralina cristiana para “construir un mundo más natural” (y sabemos lo que significa “más natural” si nos remitimos a la filosofía biológica nazi). Un mundo pacífico construido sobre los cadáveres de los otros, cualquier otro que no encaje en el proyecto del pensamiento único. Y se hará en nombre de las víctimas y disfrazado de paz y tolerancia, cuando en realidad, lo que trae es un retorno de los brujos: todo tipo de prácticas precristianas. Un retorno espásmico a Heráclito como proponía Heidegger: guerra, rivalidad, prácticas eugenésicas, eutanásicas, genocidas, indiferenciación mimética global compaginada con el narcisismo de las pequeñas diferencias desatado (localismos chauvinistas, nacionalismos, matizaciones de la identidad infinitas, etc.).

Como decía V: Soloviev: «No cabe duda de que el anticristianismo que, según la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, marca la escena final de la tragedia de la historia, no será una mera infidelidad o una negación del cristianismo, o materialismo o algo similar, sino una impostura religiosa, en la que las fuerzas que mueven a la humanidad se arrogarán el nombre de Cristo y en la práctica y en su misma esencia serán extrañas e incluso enemigas, a Cristo y su Espíritu»[6].

Apasionante tiempo que nos devolverá a las oscuras maniobras de la historia para extirpar el mal y expulsarlo fuera de nuestras ciudades buscando desaforadamente chivos expiatorios.

[1] Artículo de Nirmal Dass: https://dailycaller.com/2018/05/05/cannibalism-and-child-sacrifice-are-obvious-evils/ , facilitado por Jose Carlos Abellán 20/06/2020.

[2] Pedro Cieza de León, “Crónica del Perú”, 1550.

[3] Fray Toribio de Benavente, Motolinía, “Historia de los indios de la Nueva España” [1541].

[4] Yolotl Gonzalez Torres, El sacrificio humano entre los mexicas, de, FCE México, 2013.

[5] I See Satan Fall like Lightning, p.180-82. Trad. Anagrama, Barcelona, Veo a Satán caer como el relámpago.

[6] Vladimir Soloviev, Short Story of the Antichrist, (1899). Kindle, 128-129.

Nietzsche recurrió a la figura antitética del Anticristo adelantándose cien años a lo Políticamente correcto y al victimismo victimizador que nos asola. Clic para tuitear

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