La reciente visita del Papa a Marsella con el acento situado en la inmigración, con un discurso claro y fuerte que en definitiva ha reiterado su pastoral sobre este tema, ha abierto el debate sobre la inmigración sobre todo en las filas católicas. Porque, y esto tendría que ser una llamada de atención, a diferencia de otros debates impulsados por el magisterio de papas precedentes, las instituciones europeas, comunitarias y estatales, y la población en general no se han sentido particularmente aludidas. Es necesario reflexionar sobre el porqué de una consecuencia no deseable.
Centrados en esta acogida del Pueblo de Dios, queremos señalar que por parte de algunos -no todo el mundo ni en todas partes, subrayémoslo- su metodología queda muy lejos de un enfoque cristiano, que pasa por el reconocimiento de la realidad y el reconocimiento de las limitaciones humanas, pero no para adormecerse en ellas, sino para que, adornados por la prudencia, determinar el mejor camino para superar los límites. Más bien, determinados enfoques, favorables o contrarios a lo que el Papa nos dice, parecen disfrutar arrojándose mutuamente los principios a la cabeza, algo que solo contribuye a la confusión.
Nuestros pastores, empezando por el propio Papa, han de remitirse y enfrentarnos a los principios y obligaciones que rigen la fe, pero a partir de ahí es tarea de los laicos pasar de ellos a su aplicación. Y esta es la palabra clave, aplicación. Buscar la convergencia no en el principio sino en la práctica. Porque lo primero, ya lo sabemos, y lo único que hace el papa es plantearlo en función de las exigencias del tiempo.
El principio es sucintamente este:
Catecismo de la Iglesia católica: “2241 Las naciones más prósperas tienen el deber de acoger, en cuanto sea posible, al extranjero que busca la seguridad y los medios de vida que no puede encontrar en su país de origen. Las autoridades deben velar para que se respete el derecho natural que coloca al huésped bajo la protección de quienes lo reciben.
Las autoridades civiles, atendiendo al bien común de aquellos que tienen a su cargo, pueden subordinar el ejercicio del derecho de inmigración a diversas condiciones jurídicas, especialmente en lo que concierne a los deberes de los emigrantes respecto al país de adopción. El inmigrante está obligado a respetar con gratitud el patrimonio material y espiritual del país que lo acoge, a obedecer sus leyes y contribuir a sus cargas”.
Solo la deconstrucción de los componentes básicos de este punto de CEC, ya nos señalan a qué hay que responder.
Una buena política de fundamentación cristiana debe empezar con un diagnóstico sobre los efectos concretos de la inmigración, sobre la población receptora, quienes emigran y sobre los países de emigración.
Perfiles de los efectos de la inmigración en los países receptores
- Existe un factor de partida que es su dimensión absoluta y relativa sobre la población de acogida y el ritmo de llegada.
- Efecto sobre la seguridad social, positivo en el periodo de actividad, pero con retorno de las prestaciones en la jubilación. Si aquellas son proporcionales a lo devengado en las cuotas, el impacto a largo plazo habrá sido positivo. Pero si no es así, porque las prestaciones crecen más deprisa que los salarios -caso de España-, no lo será.
- Efecto población favoreciendo el crecimiento del PIB; hace crecer el pastel, y eso es bueno, pero no siempre lo hace con la porción que nos corresponde, porque esto dependerá de los salarios (por ejemplo, el PIB de España crece, pero el salario medio real permanece estancado desde 1990) y en especial de la productividad (un problema crónico de España).
- Efecto sobre la productividad. Tiene una incidencia positiva, favoreciendo el rejuvenecimiento de la población, y como tienden a concentrarse en grandes ciudades siempre más productivas pueden también favorecer este aspecto. Pero también poseen un efecto negativo en la medida que el capital humano es inferior al de la población autóctona que substituye, y por efecto del propio desarraigo también reduce mucho el capital social, lo cual favorece que personas con titulaciones superiores no trabajen en aquello para lo que están preparadas. Además, estimulan el desarrollo de los sectores más intensivos en mano de obra menos productiva, sobre todo si ésta ya es una orientación previa del capital inversor de aquel país. Caso de España.
- Efecto natalidad. Determinadas ideologías utilizan la apelación a la inmigración como una excusa para no favorecer a la familia y a la natalidad. España es un prototipo de ello, llegándose a situaciones extremas. Por ejemplo, en Barcelona casi el 30% de la población ya ha nacido en el extranjero, pero la tasa de natalidad es de solo 1,09, inferior a la española, que ya es de derribo. Aquella cifra significa que las mujeres autóctonas no deben llegar a un hijo por mujer en edad fértil, cuando la tasa de recambio es de 2,1.
- Efecto vivienda. La población inmigrada tiende a concentrarse en las grandes ciudades y tiene que aceptar cargas más altas de su coste sobre su renta. Esto acentúa el problema de la vivienda si ésta es escasa, y las políticas públicas de viviendas sociales débiles.
- Integración. Deben existir los medios y recursos adecuados para favorecer la integración plena de los recién llegados y de sus hijos, nacidos aquí o venidos con ellos. Esto significa la existencia de los recursos adecuados para limitar la pobreza y la exclusión social, especialmente la infantil, la inserción y formación laboral y la educación permanente. Si eso es débil, si el funcionamiento de las instituciones es defectuoso, la inmigración se convierte en un problema social, que podríamos resumir en aquel título de un libro de Umberto Eco, Apocalípticos o Integrados. Precisamente Marsella es un ejemplo de este problema.
- Impacto cultural y lingüístico. Muy relacionado con la dinámica de población apuntada en el punto primero. No es lo mismo su impacto sobre la población de lengua y cultura alemana, que en el caso de Hungría, con poco más de 8 millones de habitantes que hablan una lengua que, como el vasco, carece de tronco lingüístico común.
- Impacto cultural religioso. No es lo mismo la llegada de inmigrantes latinoamericanos a España, que comparten lengua y cultura católica, que la de musulmanes a Francia -salta a la vista el problema mal resuelto- o a Croacia.
- La existencia de conflictos previos de importancia, o su ausencia. Son, por ejemplo, los casos de Alemania, Francia e Italia.
- La eficiencia y eficacia de las instituciones en respuesta a la inmigración. El populismo contrario a la inmigración no se inventa los problemas, sino que es un indicador de su existencia mal o nada resuelta.
- La perspectiva histórica y la percepción de la situación de la propia sociedad. No es lo mismo una inmigración importante en una sociedad joven y con confianza en su futuro, que otra envejecida, temerosa con el devenir, que sin saberlo ve en la inmigración el proceso final de ocupación del Imperio Romano por parte de las poblaciones extrajeras, anuncio de su caída.
Hay dos diagnósticos más a explorar: el de quienes emigran y los países de emigración. Una vez completados estos perfiles, deberemos aplicar a todos ellos los principios de la doctrina social de la Iglesia. Será en el próximo editorial.