Los mismos con las mismas. Esa es, tristemente, la sensación dominante que despierta el actual gobierno de Pedro Sánchez.
Las mismas caras, los mismos discursos, las mismas excusas, la misma táctica victimista que ya no engaña a nadie, salvo a los más devotos del relato oficial.
Han pasado años, se han agudizado las crisis, pero el patrón permanece inalterado: una política de resistencia más que de gobierno y de relato más que de soluciones.
Pedro Sánchez ha convertido la acción política en un permanente ejercicio de autofelicitación y dramatización.
Se gobierna sin sentido común, se comunica como si se resistiera, y se lidera —si puede llamarse así— como si España fuera el foro para el lucimiento personal.
El gobierno de Pedro Sánchez no se reconoce como responsable de lo que ocurre, sino como víctima de un mundo hostil que le impide brillar como merece.
El problema
Todo es culpa de los jueces, de la oposición, de los medios, de Europa, de la derecha, de Franco, del heteropatriarcado, del clima… Menos de ellos mismos.
Esta lógica de la victimización institucionalizada ha degradado el debate público y ha empobrecido moralmente a una sociedad curtida, hasta hace no tanto, a lidiar con los golpes de la vida sin necesidad de convertir cada tropiezo en una tragedia.
Hoy se entrena a los ciudadanos, sobre todo a los más jóvenes, no para afrontar las dificultades, sino para hallar culpables externos.
Siempre hay que identificarse con alguna etiqueta de dolor, fruto de este ecosistema emocional que el gobierno ha promovido desde todas las instancias, educativas, mediáticas y legislativas, ser víctima «renta más» que ser fuerte o que ser capaz.
El problema, en la política de Pedro, nunca está dentro. Siempre es de otro.
Y así vamos. Verano tras verano, crisis tras crisis, con los mismos al mando y con una agenda marcada más por los intereses de gobernabilidad que por el bien común,
El resultado es un país agotado, indignado y patas arriba.
España no necesita gobernantes que busquen consuelo en la queja ni en el marketing emocional. Necesita líderes que recuerden que no hay dignidad política sin responsabilidad moral.
Porque este clima político de autocompasión permanente resulta no solo ineficaz, sino profundamente ajeno a lo que muchos españoles de bien aún entienden como nobleza de carácter.
San Agustín decía que la juventud está llamada al heroísmo, no al llanto. Y esa máxima debería ser recordada también en el ámbito de la política.
Necesitamos una política adulta, sobria, viril en el mejor sentido del término: una política que no viva de los lamentos, sino de la verdad, el esfuerzo y el coraje de asumir errores.
En definitiva, España necesita dejar atrás a los mismos con las mismas. Porque ya no estamos para cuentos. Estamos para soluciones. Y, sobre todo, para que alguien, de una vez por todas, se ponga a gobernar.
España necesita dejar atrás a los mismos con las mismas. Porque ya no estamos para cuentos. Estamos para soluciones. Y, sobre todo, para que alguien, de una vez por todas, se ponga a gobernar Compartir en X