El viernes de hace dos semanas tenía juntos a mis siete hijos en la mesa para cenar por primera vez en más tiempo del que me gustaría. Estando a la mesa noté una punzada de alegría, una dolorosa alegría, una especie de nostalgia por un tiempo que todavía no había pasado, una nostalgia por el presente. Dice Nuria que si no fuese porque me lo tomo toda a risa sería un pesimista de cuidado, yo en broma le digo que lo que pasa es que soy tan realista que no me queda más remedio que no tomarme casi nada en serio. Pero en realidad creo que lo que pasa es que peco de demasiado nostálgico o melancólico.
Esa misma noche, después de la cena me fui a dormir con la nostalgia en modo “on” y empecé a filosofar con San Agustín y su idea del presente. Filosofar antes de dormir es como cantar en la ducha, parece que rozas la perfección, pero cuando te levantas al día siguiente sueles darte cuenta del espejismo. Pero a la mañana siguiente el runrún seguía y como era sábado eché un rato buscando “Confesiones” y dando vueltas a estas letras estoy desde entonces.
El caso es que San Agustín nos distinguía tres presentes en las cosas: el presente de las cosas pasadas, que es la memoria; el presente de las cosas presentes, que es la atención o contemplación; y el presente de las cosas futuras, que es la expectación.
Supongo que no seré el único que se ve atacado en momentos inesperados por ese presente del pasado, ese hombre que fuiste, pero que a veces no de la forma que debiste y que aparece de forma impertinente, sin avisar y con reproches, porque el pasado no siempre es un jardín, a veces se parece más a un establo, por eso a veces huele a flores, pero otras huele a… pues eso, a lo que huelen los establos. Pero de ese olor también se aprende porque, incluso a pesar de su impertinencia, a ese hombre en algunas ocasiones merece la pena consultarle, aunque sin darle demasiada manga ancha.
El presente del futuro es otro tipo de hombre, más difuso y ambiguo, ese hombre que te espera puedes ser tú, o quizás no, depende del hombre que estás siendo en el presente del presente y aquí voy a tirar de C. S. Lewis, que casi como respuesta, en Cartas del diablo a su sobrino (este siempre lo tengo en la mesita de noche, no tuve que buscarlo) dice el diablo a su sobrino:
“… Los humanos viven en el tiempo, pero nuestro Enemigo les destina a la Eternidad. Él quiere, por tanto, creo yo, que atiendan principalmente a dos cosas: a la eternidad misma y a ese punto del tiempo que llaman el presente. Porque el presente es el punto en el que el tiempo coincide con la eternidad. Del momento presente, y sólo de él, los humanos tienen una experiencia análoga a la que nuestro Enemigo tiene de la realidad como un todo; sólo en el presente la libertad y la realidad les son ofrecidas. En consecuencia, Él les tendría continuamente preocupados por la eternidad (lo que equivale a preocupados por Él) o por el presente; o meditando acerca de su perpetua unión con, o separación de Él, o si no obedeciendo la presente voz de la conciencia, soportando la cruz presente, recibiendo la gracia presente, dando gracias por el placer presente…”
Escrutopo, que así se llama el diablo veterano en las cartas (si no lo has leído, deja esto inmediatamente y ponte a ello), recomienda a su sobrino aprendiz que, al humano al que tiene la misión de condenar, le aleje de este presente del presente. No teme que uno recuerde o que imagine, teme que uno esté “presente”. El presente, aunque sea pobre, frágil y fugaz, es el territorio donde Dios actúa. Por eso Escrutopo nos quiere en el pasado (aquello que ya no puedes cambiar) o en el futuro (aquello que todavía no puedes vivir), porque el presente es demasiado real y la realidad es de Dios.
Solo Dios puede habitar realmente el presente, dice San Agustín: “Tú eres el ser eterno, Señor, cuyo hoy no se va, y en quien el mañana no viene, porque todo es presente”.
Nosotros, en cambio, somos criaturas temporales que vivimos en lo que el santo llama una “distensión” entre recuerdos que no terminan de irse y esperanzas que no terminan de llegar y en medio de esa confusión se cuela la eternidad. Solo en el alma se pueden intuir esos tres presentes, pero para eso hace falta una vida interior que ya quisiera yo para mí.
Esos tres presentes son los tres acordes de la misma canción. Y la canción, no siempre es alegre. Incluso cuando es buena lo es de una forma incómoda, pues te tiene con un ojo mirando a tu interior y otro mirando al cielo. Es la melodía de quienes saben que nunca están del todo donde están y en esas estamos todos, sobre todo los melancólicos. Pero, a pesar de eso y sobre todo por eso, propongo un brindis por el presente.
Solo Dios puede habitar realmente el presente, dice San Agustín: “Tú eres el ser eterno, Señor, cuyo hoy no se va, y en quien el mañana no viene, porque todo es presente”. Compartir en X









