La doble circunstancia de un papa agustino que toma para su pontificado el nombre de León, que tiene como referencia más cercana a León XIII, el primero de los pontífices en introducir y desarrollar lo que hemos venido en llamar la doctrina social de la Iglesia, cuyo contenido está dirigido a orientar nuestra acción en y por el mundo secular, “La ciudad de los hombres”, unido a la enorme entidad y actualidad de la doctrina de san Agustín, señala, para el conjunto de la Iglesia, y en especial para los laicos, a quien los pastores deberían impulsar, acompañar y acoger en esta tarea, una nueva oportunidad histórica para intervenir en un mundo particularmente desordenado.
Entendámonos; el mundo sin Dios es siempre desorden, pero el actual lo es especialmente porque estamos viviendo de pleno un cambio de época, donde lo nuevo todavía está formándose y lo viejo sigue presente, eso sí, deshilachándose a manos llenas, y también porque nunca en los grandes desórdenes humanos había tenido como causa, en nuestras sociedades occidentales, el conflicto antropológico, el desorden de lo creado en la naturaleza del ser humano, en el ser hombre y mujer y en sus relaciones, en la paternidad y la maternidad unida a la gran abominación de los abortos masivos en el marco de unas sociedades sin hijos sometidas a una decrepitud galopante.
La concepción de san Agustín sobre la sociedad y la historia ofrece un equilibrio singular entre realismo sobre la condición humana y esperanza trascendente.
San Agustín ve al ser humano como un “animal social” por naturaleza (influencia aristotélica), necesitado de vivir en comunidad y bajo cierta autoridad para lograr la paz. Incluso en un mundo sin pecado habría sociedad y orden; pero tras el pecado, la autoridad política deviene necesaria para refrenar el mal y evitar la anarquía. Y esto enfatiza la importancia de la política cuyo fin es el bien común de la comunidad. Conseguir, un mínimo de justicia y tranquilidad en la “ciudad terrena”.
Esta idea —que por el pecado original “los ciudadanos de la Ciudad de Dios tienen que gobernar teniendo en cuenta los deseos de la Ciudad del Hombre, sin poder jamás perfeccionar por completo una sociedad pecadora”— equivale a procurar la mayor aproximación posible a lo que caracteriza el Reino de Dios, sabiendo que tal horizonte solo se alcanza por voluntad del mismo Dios en el fin de los tiempos. Pero tal referencia existe, no para que pensemos en absolutos ahora, sino como tensor que construye y aproxima nuestro horizonte de sentido.
Dado que el ser humano es proclive al egoísmo, la organización social debe prever frenos y contrapesos al poder. Así, la influencia de Agustín contribuyó a una visión realista de la sociedad, donde se valora la paz y el orden civil, pero sin idealizar las instituciones humanas (“si falta la justicia, los reinos no son más que grandes latrocinios”, escribió Agustín). Sin embargo, él no es un mero pesimista social. Al contrario, insiste en la dignidad del ser humano en la historia, lo que implica que nuestras decisiones morales importan históricamente.
como han dicho y reiterado los tres últimos papas, la política es una de las mayores manifestaciones del amor cristiano
Agustín urge a los cristianos a socorrer a las víctimas y practicar la misericordia en medio del caos social. Él mismo, como obispo, dio ejemplo estableciendo instituciones de caridad en Hipona (hospitales, distribución de alimentos a pobres). Esto desmiente la acusación de que su teología robaba valor al presente: “levantar la mirada a Dios” sin dejar de “incrementar la caridad” y como han dicho y reiterado los tres últimos papas, la política es una de las mayores manifestaciones del amor cristiano:
Juan Pablo II enfatizó en varias ocasiones que la política debe estar al servicio de la dignidad humana y la justicia. En su encíclica Centesimus Annus (1991), afirmó que «la política es una forma exigente de la caridad porque exige dedicación al bien común y compromiso con la justicia”, cuando se orienta hacia el bien común.
Benedicto XVI, en su encíclica Caritas in Veritate (2009), señaló que «la caridad es la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia (…) Ella da verdadera sustancia a la relación personal con Dios y con el prójimo; no es solo el principio de las micro relaciones, como en las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas”.
Francisco, en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium (2013), expresó que «la política, tan denigrada, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común”.
San Agustín introduce la idea de la responsabilidad moral colectiva: “los tiempos son buenos o malos según lo sean las personas”. En uno de sus sermones dejó esta reflexión poderosa: “«¡Qué malos tiempos, qué tiempos difíciles!», dicen los hombres. Viviendo bien, cambiaréis los tiempos. Los tiempos somos nosotros”.
Y esa es la cuestión que los católicos en este cambio de época debemos abordar con un compromiso radical y una acción portadora de sentido: los tiempos somos nosotros.
«¡Qué malos tiempos, qué tiempos difíciles!», dicen los hombres. Viviendo bien, cambiaréis los tiempos. Los tiempos somos nosotros Compartir en X