fbpx

El voto en conciencia frente al voto Ăștil

Otra vez elecciones y otra vez nos encontramos, mĂĄs o menos, ante la misma representaciĂłn con su habitual puesta en escena: campañas con lĂ­mites difusos, debates de escaparate, subida del volumen y del ruido mediĂĄtico, encuestas, titulares, promesas, fotos, redes sociales, avisos sobre el voto Ăștil… Todo lo que se supone que hace falta para ganarse el favor del voto. Digamos que todo estĂĄ en el guion. Nada que objetar, en general, siempre que todo esto discurra por los cauces que marcan la ley y el sentido comĂșn. Ahora bien, dentro de todo este repertorio que se repite periĂłdicamente y que, en la prĂĄctica, ya tenemos protocolizado, hay un elemento que hemos asumido como normal y a mĂ­ particularmente no me lo parece y, ademĂĄs, me encaja mal. Me refiero a los llamamientos al voto Ăștil, no solo por parte de los partidos, que eso pertenece a su estrategia de captaciĂłn de votos, sino a tantos de nosotros, los particulares. Con quĂ© facilidad solicitamos el voto Ăștil en nuestras conversaciones, tratando de convencernos unos a otros de la necesidad de votar a quien mejor pueda rentabilizar nuestra papeleta.

Digo que me encaja mal porque el criterio fundamental a la hora de dar el voto es hacerlo en conciencia. Votar en conciencia es lo propio de toda persona que actĂșa con dilecciĂłn, o sea con inteligencia y buena voluntad, buscando lo mejor para la sociedad en la que vive. ÂżCĂłmo desoĂ­r a la conciencia cuando se trata de un derecho y un deber?

Ahora bien, al tiempo, a muchos se les plantea, tambiĂ©n en la conciencia, el dilema de cĂłmo dar su voto a formaciones que ya se sabe de antemano que no van a influir en las decisiones colectivas. ÂżVotar en conciencia previendo que el voto serĂĄ un voto perdido? ÂżVoto a quien por sus principios mĂĄs me convence, o voto a quien pueda sacar la mejor cosecha con mi papeleta? ÂżVoto en conciencia o voto Ăștil?

Entiendo que para ver cĂłmo salimos de este atolladero, lo que procede es analizar lo que hay detrĂĄs de cada tipo de voto, el llamado Ăștil y el voto en conciencia, porque tal como yo lo veo, en esto las ideas andan un tanto enredadas y conviene ponerlas en claro.

  1. En primer lugar habrĂĄ que ver quiĂ©n genera el dilema, porque quien lo genere, ese serĂĄ el primer y principal responsable de darle soluciĂłn. Es evidente que gran parte del problema lo crean aquellos partidos que, siendo afines en ideas o programas, presentan candidaturas por separado. Ellos conocen mejor que nadie las reglas del juego, y saben que la multiplicidad en la oferta disminuye las posibilidades de victoria. Pues bien, pĂłnganse de acuerdo. El mismo binomio derecho-deber que nos afecta individualmente en relaciĂłn con el voto, afecta a los partidos en relaciĂłn con la estrategia electoral. Pero no confundamos los planos: los ciudadanos lo tenemos respecto a nuestro voto particular que debe ser hecho en conciencia, los partidos (coaliciones, agrupaciones, etc.) respecto a rentabilidad y utilidad del voto. RetĂ­rense de la cita electoral o jĂșntense, repĂĄrtanse las circunscripciones segĂșn las previsiones de resultados, hagan listas cremallera, pacten, negocien… A ellos les corresponde, y varias veces lo hacen, pero lo que no es aceptable es que descarguen el peso de la utilidad en el votante, cuando este no tiene en su mano ninguna posibilidad de hacer que su voto sea o no Ăștil, mĂĄxime, si a cambio de la esa pretendida utilidad (que no es tal), tiene que forzar su conciencia bajo pretexto de que votar a quien supone que no va a salir elegido equivale a votar a ideologĂ­as contrarias. Tal pretexto es una falacia.
  2. No existe el voto ciudadano negativo. Cada vez que se nos llama a las urnas, se nos llama a realizar un acto positivo de donaciĂłn, una donaciĂłn voluntaria y gratuita que el votante hace de su voto a favor de la candidatura por la que opta. De ese acto se derivan diversas consecuencias. Una de ellas es que, una vez depositado el voto, ese voto pertenece al partido y/o persona que lo recibe. Es decir, una vez dado el voto, el voto que era del votante, ya no lo es, ya pertenece al votado. A partir de ese momento, el elector no puede hacer nada con Ă©l, y, por tanto, no puede darle ningĂșn uso, no puede gestionarlo de ningĂșn modo.
  3. “Utilidad” es la capacidad de obtener un provecho de tipo prĂĄctico mediante el uso. Por eso hay que preguntarse quiĂ©n va a dar uso al voto emitido. Parece bastante claro que solo puede usarlo el partido y/o persona que lo ha recibido; luego serĂĄ el partido y/o persona votados, quienes tengan que responder de lo que hacen con Ă©l. Eso significa que si alguien puede apelar a la utilidad del voto es el votante, al cual le asiste todo el derecho de exigir que su voto sea usado de acuerdo con las promesas electorales, la ideologĂ­a, el programa, etc. O sea, justo lo contrario de lo que viene siendo habitual. Lo habitual es que los partidos apelen al voto Ăștil del votante, cuando lo lĂłgico serĂ­a que los votantes exigieran a los votados que den al voto la utilidad prevista, haciendo un uso provechoso del mismo.
  4. Con la actual ley electoral no hay manera de prever el recorrido del voto y menos aĂșn esa utilidad que los partidos reclaman. Antes de abrir las urnas y hacer recuento, nadie puede calibrar el valor prĂĄctico de su voto, y despuĂ©s, en muchos casos tampoco. Todo depende de un complejo cĂșmulo de circunstancias ante las que los partidos polĂ­ticos a menudo les queda escasa capacidad de maniobra. Si esto es asĂ­ para los partidos, ni que decir tiene que el valor del voto queda perdido en un laberinto de nĂșmeros y de posibilidades de juego postelectoral de alianzas que hacen que su utilidad o inutilidad se nos escape por todas partes.

Por todo lo anterior, al votante no se le puede pedir que vote apelando a su utilidad porque esa no depende de Ă©l. Añådase a lo dicho, la experiencia acumulada, repetida una y otra vez, de las graves discrepancias entre el sentido del voto dado y el uso posterior que se ha hecho de Ă©l, entre las promesas y las realizaciones. Tantas que, sin exagerar, se podrĂ­a hablar de verdaderos fraudes de los que nadie ha respondido, tanto que son muchos, muchĂ­simos los electores desencantados que vienen a engrosar el nĂșmero, ya elevado, de los que deciden no votar. Y es que la Ășnica manera que nuestro sistema permite de pedir cuentas acerca del uso de nuestro voto estĂĄ en esperar a la prĂłxima convocatoria electoral.

Si al votante no se le puede pedir que responda de la utilidad, ¿qué se le puede pedir? Antes de votar, se le pueden pedir dos cosas: que vote y que lo haga en conciencia, recabando información del posible uso de su voto. Después de votar, que se informe de qué se estå haciendo con el voto dado, en qué cosas concretas se estå aplicando y que haga saber la opinión que todo ello le merece.

Varias de las cosas que acaban de decirse chocan con dificultades de tipo legal, con la propia ley electoral en vigor, con el bloqueo propio de las listas cerradas, con el sistema de una sola vuelta, etc. Pero todas esas cuestiones no estĂĄn en manos del votante, lo Ășnico que estĂĄ en manos del votante es votar en conciencia.

A propĂłsito de ella, conviene destacar la responsabilidad individual que cada uno tenemos contraĂ­da con nosotros mismos y con el conjunto de la sociedad en la que vivimos. Esto que sirve para todo hombre, tiene un plus de responsabilidad para los creyentes catĂłlicos, que, a la hora de votar no somos pocos. Ese plus es la enseñanza de la Iglesia, segĂșn la cual, “la conciencia es el primero de todos los vicarios de Cristo” (Catecismo de la Iglesia CatĂłlica, del punto 1778). La cita recogida por el Catecismo estĂĄ tomada literalmente del beato cardenal Henry Newman, si bien, una vez que fue incorporada al Magisterio, no cuenta tanto su origen como su pertenencia a la doctrina universal de la Iglesia.

No es momento ni lugar para entrar a analizar despacio una afirmaciĂłn de tanta enjundia como esta, que sitĂșa a la voz de la conciencia en el rango de los vicarios de Cristo, es decir, en el mismo rango de la voz del Papa. Ciertamente que son dos voces vicarias de distintos Ăłrdenes, pero en todo caso, queda de manifiesto que, al menos para las personas de fe, es una voz que deberĂ­amos tomarnos muy en serio, lo cual implica, necesariamente, desterrar la irreflexiĂłn y la ligereza, las posibles filias y las fobias.

Print Friendly, PDF & Email
ÂżTe ha gustado el artĂ­culo? AyĂșdanos con 0,50€ para seguir haciendo noticias como esta
' Donar 0,50€

1 Comentario. Dejar nuevo

  • NingĂșn partido es perfecto y, en conciencia, a ninguno se le tendrĂ­a que votar por incumplimiento de sus promesas electorales. Pero una cosa es cierta: si yo no voto al partido menos distante de lo que enseña la doctrina social de la Iglesia, puedo estar favoreciendo el que otra opciĂłn mĂĄs distante de lo que enseña la doctrina social de la Iglesia pueda gobernar y con mi abstenciĂłn, en tal caso, puedo estar colaborando a que se legalice la eutanasia o que se viole la libertad de enseñanza, por ejemplo. Quiero decir con ello, que el voto Ăștil, a veces, es, en conciencia, necesario o esencial.

    Responder

Deja una respuesta

Tu direcciĂłn de correo electrĂłnico no serĂĄ publicada.

Rellena este campo
Rellena este campo
Por favor, introduce una direcciĂłn de correo electrĂłnico vĂĄlida.