Un temor recorre Europa, sobre todo en las filas del liberalismo y la progresía, de tal manera que unos califican este tiempo de “oscura nueva época de la decadencia de Occidente y sus valores”, como el columnista de El País Fernando Vallespín, quien citando a Habermas escribe: “actualmente todo a lo que había dedicado mi vida se está perdiendo paso a paso”. También se refiere a “promesas incumplidas de su declinante cultura”. La verdad sea dicha, es que podemos coincidir con el diagnóstico de Vallespín, pero me temo que no en las causas ni en el significado de este declinar, al menos no en lo sustancial.
Porque a la hora de la verdad, todos los males se concretan en un punto que puede resumirse con otro titular: “porque corren todos hacia la derecha”, en referencia al previsible crecimiento de las derechas alternativas, sin merma del centroderecha del Partido Popular Europeo.
En definitiva: el declinar Occidental no está causado por los poderes establecidos, que en la segunda parte de este siglo XXI han situado como caracterización de los valores europeos el feminismo de la lucha de géneros, el homosexualismo político y las identidades de género, y el aborto. No ven relación de la crisis con unas políticas del poder europeo, que sufre un estrabismo radical.
El malo de la política es Orbán, por ejemplo, por sus resistencias a la inmigración, cuando las medidas más duras provienen de países como Francia o Dinamarca. Este último, un país de gobierno socialdemócrata que ha practicado la segregación y el expolio de los inmigrantes. Pero no pasa nada, porque está en el lado bueno de la “fuerza”. Y qué decir de Polonia, mientras gobernó el partido de la derecha Ley y Justicia, las amenazas y represalias por parte de la Comisión Europea fueron incesantes. Pero ha comenzado a gobernar “uno de los suyos”, Donald Tusk, ha cometido una escabechina con los responsables de los medios públicos de comunicación, y todo está en orden. Para observar la equidad basta con intercambiar los papeles y hay que decir que en estos casos y otros más, el sentido de la justicia queda maltrecho.
Con todo este bagaje, del que España y las arbitrariedades extremas de su gobierno funcionan sin que Europa se sonroje -la fiscalía general del estado, el Tribunal Constitucional, el Consejo General del Poder Judicial- ¿qué tiene de extraño que se produzcan reacciones contrarias y emerjan otras formas de entender la política?
Y cuando estas aparecen son signos de peligro y decadencia. Pero no lo son, por ejemplo, una transición energética y un tipo de protección ambiental que castiga a los sectores con menores ingresos. La responsabilidad de los males no es del poder político y económico en comandita, sino de los que en todo caso -y está por ver en qué medida- van a crecer políticamente, pero que ninguna responsabilidad ni cultural ni política han tenido en el quehacer de la Unión.
Para nosotros la clave de todo radica en que Europa ha perdido su horizonte de sentido y sus fundamentos, y claro cuando no se sabe de dónde viene; mejor dicho, se proscribe su origen y se llena el futuro de corrección de lo políticamente correcto, está claro que solo puede imperar la confusión.
La Unión Europea nació tras el terrible desastre de la Guerra de 1939-1945 y por el esfuerzo de unos gobernantes, sobre todo De Gasperi de Italia, Konrad Adenauer de Alemania y Robert Schuman de Francia, que unidos por una fuerte identidad católica a pesar de sus diferencias nacionales, establecieron sus fundamentos y constituyeron las primeras instituciones comunes de pueblos enemistados por guerras seculares. Así dieron paso a los llamados «30 gloriosos años», el periodo de mayor paz y prosperidad de toda la historia pasada y posterior de Europa.
Han pasado más de setenta años y aquel proyecto se ha ido ampliando territorialmente. Han aumentado, y mucho, sus competencias, no siempre de forma armónica.
Europa debe seguir avanzando y profundizando en el proyecto, pero es vital que rectifique los errores cometidos, que ejemplifican las imágenes esperpénticas del último Festival de Eurovisión, que nos mostraban la degradación de lo humano.
Esto son para nosotros los puntos esenciales de la rectificación:
- Una Europa que acoja la vida y su dignidad, la cuide y la acompañe, desde su concepción hasta la muerte natural, en la que los derechos del niño que debe nacer, sean establecidos.
- La familia, especialmente con hijos, debe ser centro y horizonte de todas las políticas, incluidas las necesarias para dotar de presente emancipado y de futuro a los jóvenes.
- Una Europa menos burocrática y más atenta a las necesidades reales de sus ciudadanos, sobre todo de los más necesitados.
- Una transición energética acorde con las necesidades objetivas de la realidad social y económica y no al dictado de la tecnocracia.
- El rechazo a que las instituciones europeas estén tan entregadas a las doctrinas de género y al mismo tiempo ignoren sistemáticamente las voces de las opiniones institucionales cristianas.
- Rechazamos, así mismo, el ateísmo práctico, que excluye toda referencia a Dios, bajo la excusa de la neutralidad confesional de las instituciones.
- Propugnamos la existencia de partidos a escala realmente europea y diputados electos proporcionalmente para el conjunto de toda la Unión y hasta un 50% elegidos por circunscripciones individuales.
- Pedimos resolver mejor la política de inmigración, diferenciando claramente a los refugiados de la inmigración económica legal y esta de la ilegal, así como una política más adecuada al desarrollo económico de los países de emigración. Hay que impedir que la gran delincuencia siga prosperando con su tráfico.
- Vemos con preocupación cómo de la mano de la droga y también de la prostitución y el trasiego de personas, se extienden y se hacen poderosas las mafias organizadas.
- Exigimos un compromiso efectivo y mayor con la paz y la reconciliación en todas partes, y de manera urgente en Ucrania y Rusia, Israel y Gaza, Sudán y otros lugares de África. Entendemos que es necesaria una defensa europea, pero rechazamos que esta sea instrumentalizada en función de un creciente conflicto con Rusia.
- Entendemos que la política Europea debe servir para reducir la desigualdad y los grandes oligopolios.
- Propugnamos la promoción del bien común y la justicia social, la solidaridad (inmigración, pobreza, desempleo, soledad) y subsidiariedad, que empieza en la familia y en las instancias más cercanas a ella.
La exigencia de Juan Pablo II, “Europa sé tú misma” es más actual que nunca.
No ven relación de la crisis con unas políticas del poder europeo, que sufre un estrabismo radical. Share on X