España fue, en tanto era un medio, bueno, para evangelizar el Orbe y defender la Fe de Cristo.
Fue en tanto que, a pesar de la infiltración del mal en sus tierras e instituciones, la tradición viva circulaba por sus venas.
La unión de los reinos que la conforman, cada cual con su cultura e idiosincrasia, así como los bienes materiales con que España fue colmada, cobraban sentido en tanto obedecían a un fin trascendente y verdadero.
España, tierra de María, ha sido, en tanto Cristo ha reinado en ella, a través de los corazones del pueblo español.
Lo que queda hoy es una unidad territorial vana y frágil, administrada por unas instituciones que promueven leyes antinaturales, ergo inicuas. Leyes antinaturales que obvian una objeción de conciencia, cuya suerte corre a cuenta de lo que decidan unos jueces y magistrados, cada día menos independientes, o el legislador tonto o malo de turno, si acaso los hubo buenos en nuestro actual régimen. Ello se explica, en buena medida e inevitablemente, por su situación excepcional en nuestro Estado de derecho:[1]
Y es que la objeción de conciencia, por ser un fenómeno extraordinario frente a la primacía de la ley, siendo personalísima su fijación, e individual su concesión, requiere un previo desarrollo, por la vía legislativa o jurisprudencial. Uno no puede, a la ligera, no cumplir con un mandato legal, alegando que su conciencia se lo impide. No es, por naturaleza, un derecho fundamental. ¡Ni siquiera puede considerarse un derecho en términos generales![2] La jurisprudencia de nuestro Tribunal Constitucional incide reiteradamente en esto:
“(…) porque como en varias ocasiones ha declarado este Tribunal (SSTC 15/1982, 101/1983, 160/1987 y ATC 1227/1988), el derecho a la libertad ideológica reconocido en el art. 16 C.E. no resulta suficiente para eximir a los ciudadanos por motivos de conciencia del cumplimiento de deberes legalmente establecidos, con el riesgo aparejado de relativizar los mandatos legales.”[3]
¿Quién sabe si, al menos, cada católico coherente – que no ultra-católico como mascullan ciertos sujetos –, podrá librarse de financiar esta barbaridad, provisionalmente, hasta que se acabe con esta ley injusta y con tantas otras, acogiéndose para ello a una nueva objeción de conciencia? Francamente, veo más sencillo que el esperpento no se financie públicamente, pues no se me ocurre modo alguno de compaginar la objeción en conciencia con las a priori ineludibles obligaciones tributarias, salvo que se cree una x de la eutanasia en la declaración de la renta.
En cualquier caso, lo que está claro es que en el triste asunto que hoy nos ocupa no se respeta, de entrada, una posible objeción de conciencia, pues se obligará a todo ciudadano a financiar económicamente, lo que para muchos supone otra degeneración institucionalizada más en este país.[4]
Luego, el problema no es solo que se legalice una aberración diabólica, frente a lo que entraría la tentación, también diabólica, de lavarse las manos y mirar para otro lado, por no imponer, por respetar…: Es que además vas a colaborar a su socialización, pues hoy tus impuestos financiarán y facilitarán suicidios y asesinatos. Hoy, el dinero con el que contribuyes a las arcas del Estado financiará prácticas contrarias al bien, a la verdad y a la belleza. Hoy, el sudor de tu frente envilecerá un poco más a la ciudad pagana. Hoy, la expresión de tu fuero interno será subyugada con grilletes tributarios injustos. Injustos, sí, pues la causa final de los mismos será financiar un atentado contra el bien común,[5] tan desbancado en nuestros días por la revolucionaria utilidad pública.[6]
Esto no es España. esto es su cadáver, mancillado por el mal, y movido por hilos extranjeros y globalistas, como si de una marioneta se tratase. Si su unidad territorial prevalece, es porque así interesa fuera. Esperemos que al menos no sustituyan esta diabólica norma con una nueva que permita matar al inútil social, aún en contra de su voluntad. Pero con estos rufianes y bobos, tiempo al tiempo…
Poco se ha hablado, por cierto, de las consecuencias prácticas de la nueva ley. El suicidio asistido es opcional, postulan sus valedores,[7] orgullosos de defender una prostituida y viciada noción de libertad. Pero lo cierto es que la generalidad del pueblo español se va a topar con una dura realidad:
El español medio, cada día más pobre, podrá escoger entre una salida rápida mediante el suicidio, o un dolor difícil de soportar, llegada la enfermedad. Podrá optar, entre lo que se ha vendido por doquier como una muerte digna, o incluso como una buena muerte – la profanación del término, recién convocado el año de San José, su patrón, da arcadas, por cierto -,[8] o sufrir como un perro. Como un perro, sí, porque para los malvados, los tontos, y los desconsolados, el sufrimiento en esta vida carece de sentido y dignidad. ¿pero qué es esta vida, sino alegría y gozo, dolor y sufrimiento, todos ellos ofrecidos a Dios?
Ahora bien, ¿qué pasa con los cuidados paliativos? ¿acaso no son una opción? Nada más lejos de la realidad. No pueden ser una auténtica opción, si solo quedan al alcance de unos pocos.[9] El gobierno del pueblo ha privilegiado, una vez más, a los más pudientes. Estos podrán permitirse paliar el dolor de la enfermedad, de la que nadie escapa. Los pobres, en cambio, desprotegidos por un gobierno que no quiere garantizarles esta opción, no hallarán ayudas públicas para aliviar el sufrimiento. ¿pidió alguien justicia social y libertad? ¡Ahí van dos tazas de realidad!
Si los materialmente desheredados son, por contrapartida, ricos en la Fe, llevarán su cruz con una dignidad que jamás podrán arrebatarle, ni las lenguas bífidas de nuestros legisladores, ni los políticos más rastreros. Pero ¡Ay! de aquellos que se vean solos, con una pena mortal en su sufrimiento, sin amor, sin sentido, sin un Cristo que los acompañe en el misterio de la Pasión, ni una cálida mano que sostenga las suyas, los consuele, y llegado el momento de partir, les cierre los ojos. La tentación por elegir la única opción práctica será grande, como lo será el consecuente riesgo de perdición.
Sin poder aportar soluciones tras este fatídico día, humildemente pido que todos recemos mucho. Un rosario diario, al menos, por los que se ven solos y desamparados en su dolor. Por los pobres, indefensos una vez más ante un derecho injusto. Y por los que, rodeados de bandidos, puedan toparse con la bárbara, y escondida realidad de esta norma. Oremos igualmente, porque Dios inspire soluciones prácticas entre los que no queremos colaborar con esta barbarie. Pues el Estado podrá ser pagano, pero si el amor de Cristo triunfa en cada uno de los españoles, vendrán, seguro, grandes frutos.
La España que fue, con todo su sentido trascendental, podrá volver a ser, por la gracia de Dios y por la acción y voluntad de los hombres y mujeres de bien, que se nieguen a sí mismos, y estén entregados al amor de Cristo, a cuyo Sagrado Corazón quedó esta patria consagrada un 30 de mayo de 1919.[10] Esa España que fue, queda igualmente en los corazones de toda aquella gente de buena voluntad, que pese a no haber conocido todavía su amor, tiene dos dedos de frente para saber reconocer el mal rampante de nuestra sociedad. Entre tanto, el cuerpo de esa España que fue, pero que hoy es materialista y sorda, ese cuerpo de instituciones huecas ya no es, sino un títere de la muerte. Sus últimos recuerdos de gloria, la unidad territorial, sus símbolos e historia, penden de un hilo, cada día más fino, pues la empresa de España ha perdido su Norte y Guía, y leyes como la que se aprobó ayer, deprisa y sin debate – ¡Valientes somos, tratando de debatir sobre el bien! – dan prueba de ello.
[1] GARCÍA GÁRATE, A., Derecho y religión en un Estado democrático, Madrid, 2016, pág. 212
[2] Ibídem, págs. 211 y 212
[3] España. Tribunal Constitucional (Sala Primera). Sentencia núm. 321/2014 de 28 de noviembre, F.J. 4º
[4] https://www.abc.es/sociedad/abci-congreso-aprueba-amplia-mayoria-ley-eutanasia-202012171548_noticia.html
[5] ÁLVAREZ GARCÍA, S. y HERRERA MOLINA, P. M., Ética fiscal, Instituto de Estudios Fiscales, Madrid, 2004, pág. 11
[6] MARTÍN PUERTA, A. y SANTOS RODRÍGUEZ, P., Manual de Doctrina Social de la Iglesia para Universitarios, Madrid, 2018, pág. 35
[7] https://www.eldiario.es/escolar/derecho-decidir-propia-vida_132_1002901.html
[8] https://conferenciaepiscopal.es/el-papa-francisco-convoca-el-ano-de-san-jose/
[9] https://www.larazon.es/editoriales/20201218/toi66uxn6rfghkzs5mww25sbwe.html
[10] https://www.cope.es/religion/historias/noticias/dia-que-espana-fue-consagrada-sagrado-corazon-jesus-20190629_446966
Uno no puede, a la ligera, no cumplir con un mandato legal, alegando que su conciencia se lo impide. No es, por naturaleza, un derecho fundamental Share on X