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Formando el carácter, entre éxitos y fracasos

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Uno de los errores principales que podemos cometer los padres es la sobreprotección de nuestros hijos. Nuestro deseo de buscar siempre lo mejor para ellos puede llevarnos muy fácilmente a decisiones que, en realidad, son muy poco educativas y que les debilitan e incapacitan en cierta medida para el futuro.

Evitar a nuestros hijos la realización de esfuerzos propios, sacarles las castañas del fuego cada vez que tienen una dificultad, luchar en su favor para facilitarles las cosas, educarles en un sentido de alta exigencia y reivindicación de sus derechos relegando a un segundo lugar su compromiso con sus propias obligaciones y deberes, serían algunos de los errores más comunes en esta dirección.

Es por esto que debemos considerar la formación del carácter de nuestros hijos como uno de nuestros principales objetivos educativos.

El hecho que nuestros hijos se vean obligados a enfrentarse a ciertas dificultades, siempre acordes a su edad madurativa, que se vean en la necesidad de afrontar pequeños o grandes retos y que hagan la experiencia propia de superar esos desafíos, les hace más fuertes física y psicológicamente.

Por otra parte, para que la persona madure también es necesaria la experiencia contraria: aprender que las cosas no siempre salen bien a la primera, que a veces lo intentamos honestamente, con esfuerzo y generosidad, y que el resultado no es el que esperábamos, a pesar de nuestro trabajo e ilusión.

En realidad, los adultos —supuestamente ya maduros y formados— seguimos creciendo de la misma manera, a base de enfrentar de cara retos, cosechando éxitos y fracasos, buscando ayudas cuando son necesarias pero sin eludir la propia responsabilidad.

¡qué bueno es aprender a levantarnos de nuevo tras una caída y volver a comenzar de nuevo!

Efectivamente, es imprescindible que todos crezcamos en la aceptación del fracaso, en la capacidad de acoger la derrota; ¡qué bueno es aprender a levantarnos de nuevo tras una caída y volver a comenzar de nuevo! La escasa tolerancia frente al error que tienen los niños es un hecho que constatamos a diario padres y educadores, con la consecuente caída en la frustración, el abandono, la inconstancia o el desaliento.

Creo que es importante tener en cuenta que el avance en este camino de aceptación de éxitos y errores, logros y tropiezos, contribuye a aumentar la autoestima de la persona, a que el niño y el adolescente aprenda a quererse y a valorarse. Estos pequeños grandes desafíos a los que se enfrenten hoy a buen seguro les prepararán para encarar con garantías de éxito otras dificultades que la vida les tendrá sin duda reservadas.

¡Qué hermoso es ver el crecimiento de nuestros pequeños en este proceso apasionante que supone la madurez de la persona!

Les invito a plantearse como reto y objetivo en sus hogares este aspecto: acompañar siempre y en todo momento a sus hijos, sin dejarles solos, ¡faltaría más!, pero ayudándoles a que enfrenten ellos mismos sus desafíos; es uno de los servicios más grandes que podemos prestarles. Que sepamos valorar sus logros y sus éxitos, pero que no olvidemos también animarles cuando su tesón y dedicación no han tenido el resultado esperado.

Aprovechemos esas circunstancias menos felices para enseñarles lo mucho que cuestan las cosas, la necesidad de pedir ayuda cuando se requiere, de intentarlo de nuevo, de volver a empezar con energía e ilusión renovadas, conquistando poco a poco el enorme logro que supone la virtud de la constancia, que no consiste en triunfar en todos los retos, sino en perseverar siempre sin desfallecer.

Porque enfrentar con alegría y optimismo las dificultades es una virtud encomiable, pero solamente es posible adquirirla cuando uno ha encarado con relativa frecuencia la experiencia del fracaso y la frustración, la necesidad de levantarse y comenzar de nuevo. ¡No les ahorremos continuamente esos momentos tan necesarios para su formación y crecimiento!

Y no olvidemos algo fundamental: la actitud positiva con la que debemos enfrentar las dificultades es ya una primera victoria sobre ellas.

¡Cultivemos en ellos y en nosotros mismos la virtud de la constancia, el tesón y la perseverancia!, ilusionémonos como padres y educadores en la apasionante tarea de forjar su carácter, dándoles en todo momento seguridad y amor.

Sólo la persona que crece con la convicción de ser querida por lo que es puede aprender a quererse, y solamente aquél que sabe quererse es capaz de amar a los demás y de entregarse en un proyecto generoso de vida, sin ceder al desaliento.

El que llega a esta meta, qué duda cabe que ha adquirido “el arte de vivir”.

La actitud positiva con la que debemos enfrentar las dificultades es ya una primera victoria sobre ellas Clic para tuitear

 

 

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