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Individuos cometiempo (VI)

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Hay una viñeta de Mafalda que dice: “Si a todos nos cuesta tanto amarnos los unos a los otros, ¿por qué no probamos a amarnos los otros a los unos?”. ¡Bueno, eh?

Sí. Resulta que muchas personas están descubriendo lo fácil que es sacar de sus casillas a alguien que queremos humillar tachándola (sí, sí, tachándola) con la etiqueta “conflictiva”, solo porque no piensa como nosotros. Pareciera que nos da cancha a las placenteras emociones que nos hinchan para sentirnos importantes y dueños del solaz patio, pero, ciertamente, usarla imprudentemente y fuera de lugar es altamente letal para el sistema límbico de la persona que queremos derribar (sí, sí, derribar). Y ¿por qué querremos derribar a otra persona, si sabemos que hacerlo hace degenerar no solo la relación mutua, sino el propio bienestar emocional, eso es, el nuestro, aquel que pretendidamente intentábamos reafirmar? Por orgullo. Por soberbia. El primer pecado capital según el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1866). La bestia ciega. El germen del Mal.

Fíjate, hermano, hermana del alma, en una cosa que te he dicho, por demás evidente en los momentos en que “perdemos las casillas”. Sabes por experiencia que cuando pierdes tus casillas, pierdes tu oportunidad. Cuando cedes al mal que se extiende por el patio, el mal penetra en ti. Y eso, ¿cómo? Misterio. Parece que nos rememora nuestros ancestros con la excitación de cuando nos encontrábamos frente al tigre en plena selva. Pero sabemos que está demostrado no solo por la experiencia (“madre de la ciencia”, dice el proverbio), sino por la ciencia misma, que una de las principales diferencias del ser humano con el animal no racional es que posee libertad. Eso le hace ser responsable de sus actos, y por medio de ellos, esculpir su “ser mejor”. ¡Porque podemos ser mejores!

Por tanto, ¿podemos modular nuestras emociones? ¡Evidentemente,  mi querido Watson! Podemos, por ejemplo, dejar de ir repitiendo al tuntún que nuestro vecino, ese que comparte patio con nosotros, es “conflictivo”. Pero para eso deberemos primero ser amos de nuestra libertad. Entonces, seremos amos de nuestro obrar. “¿Amo de mi libertad? ¡Pero si ya soy libre!”. No, hermano, no. No eres libre. Te esclaviza tu propia libertad. Cuando vas a herir, a hundir, a descalificar… gratuitamente o para tu propia reafirmación, estás sometiéndote al mayor destrozatodo que existe. Esa temida hormona del cortisol que arrasa con todo lo que encuentra en su camino, desde tu núcleo más “tú” que existe: tu ser espiritual.

“¿Y entonces, qué?”, te preguntarás. Algo tan sencillo y llano como que si tu espíritu lo tienes descuidado, si la selva crece en él, sale el animal, ese tigre que rememoras, la bestia que llevas dentro, que lo devora todo, como te digo, pero al primero que te devora es a ti. Porque sí, hermano, hermana del alma: sabes que aquí el primer “conflictivo” eres tú. Por eso te impones: para huir de ti. Y por eso el cortisol hay que pararlo. Si deseas encontrarte al fin, te cito en nuestro próximo artículo; allí podremos discutirlo. Lo matizaremos más, y quizás nos pondremos de acuerdo. Hablaremos del “ser conflictivo”, del ser humano al fin. Del fin del Mal, i del Mal en sí mismo. De ti… i de mí. Y juntos le buscaremos la solución.

Individuos cometiempo (V)
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