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La Sociedad Desvinculada (27). La ruptura antropológica

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Nuestro tiempo vive una ruptura radical cuyas consecuencias pueden ser las más graves de toda nuestra historia como civilización. Se trata de la ruptura antropológica, es decir, el resultado de imponer las leyes del deseo y de la preferencia ilimitada a la naturaleza humana, tanto en su dimensión más material y biológica, como a su dimensión psíquica y relacional. Sus grandes vectores de ruptura son el valor instrumental de la vida humana, la ideología de género, y la pérdida del sentido y función de la familia.

La razón instrumental, por su propia lógica, acabó afectando a su teórico dueño y señor, el hombre, otorgando también a su vida un significado instrumental. De esta manera todas las vidas humanas no poseen el mismo valor, hasta el extremo de considerar que algunas de ellas no valen la pena que sean vividas. El resultado es el de la muerte legal y sistemática asumida como solución de los problemas humanos.

Tres son sus principales manifestaciones.

Una, el renacimiento de la eugenesia. Otra es la concepción de la muerte como solución a la vida en sus dos extremos temporales, el aborto y la eutanasia. Por último, la discriminación en la sanidad pública. Empecemos por esta última, quizás la menos espectacular, pero que se extiende insidiosamente en Europa en la medida que ha crecido el envejecimiento de la población y la crisis del estado del bienestar.

No ha sido el primero, pero la rotundidad de su lenguaje lo situó en un plano destacado. Me refiero a Taro Aso, ministro japonés de finanzas, que a principios del 2013 manifestó públicamente su deseo de que los ancianos y los enfermos terminales se murieran pronto, porque utilizaban «el dinero del gobierno» para costosos tratamientos médicos. Esta realidad —dijo— no le permitía dormir.

Taro Aso no era un recién llegado ni un inexperto, pertenece a una de la dinastías políticas japonesas ligadas de siempre al PLD, el partido liberal, tiene 72 años, o sea que ya no es un joven, y ha sido de todo en los distintos gobiernos, incluso primer ministro, aunque solo un año, 2008-2009, que terminó como el rosario de la aurora porque el PDL sufrió una derrota espectacular después de gobernar durante medio siglo. Taro Aso no expresaba la opinión oficial del gobierno al hablar en aquellos términos, pero sí la de un buen número de personas. No se trata de la opinión de un desalmado, sino el resultado del encuentro de dos realidades:

Una es la razón instrumental, y Japón es el estado más occidentalizado de Asia, el que antes compró aquel tipo de forma de pensar como solución a su retraso en relación con Occidente, y donde la secularización es intensa si bien toma un derrotero distinto al europeo, una combinación de indiferencia por lo sobrenatural, y un sincretismo práctico que, sin pretenderlo, tiene —a la japonesa— un estilo muy post moderno.

La otra realidad es su situación demográfica y económica. Con una deuda que supera el 200% del PIB y una población de las más longevas del mundo, con un 25% que supera los 60 años, y un crecimiento vegetativo negativo desde el 2007, Japón tiene un futuro muy incierto a pesar de su poder económico y científico. Si hoy tiene 126 millones de habitantes, en el 2060 solo habrá 87millones de japoneses. En este contexto la posición de Taro Aso expresa una solución sencilla: que los ancianos se mueran pronto. Japón anticipa la tragedia europea, con una diferencia. Nosotros aún estamos a tiempo de rectificar.

En nuestro caso los signos precursores ya están a la vista.

La Comisión Europea publicó en el año 2007 un estudio sobre la evolución del gasto público en pensiones, salud, educación y desempleo para el periodo 2004-2050. El resultado era apabullante. La población empezaba a disminuir a partir de 2018, y con ella el empleo y el número de personas en edad de trabajar. Pasaríamos de más de 300 millones de habitantes a menos de 280 en el 2050, y en la década de los treinta el impacto de la declinación ya sería sensible. Eso quiere decir que quedan poco más de quince años para empezar a notar los efectos. La relación entre población de 65 años en adelante con la que se encuentra en edad de trabajar y que ahora es aproximadamente una cuarta parte, pasaría a ser de algo más de una tercera parte en el 2025, y de la mitad en el 2050.  Los datos posteriores no han desvirtuado la previsión.

Será imposible mantener un estado del bienestar con aquellas proporciones demográficas, a las que habría que añadir a los inactivos menores de 15 años y a los dependientes que no pueden trabajar de entre 15 y 64 años. Ni tan siquiera con el pleno empleo se puede soportar una relación con más de un inactivo por cada activo. Europa puede aguantar, mal que bien, la relación actual, si bien a la Seguridad Social de los países con una mayor cifra de parados y productividades mediocres, como España y Grecia, le será imposible tal hazaña. Pero será el conjunto europeo quien no podrá soportar la situación entre el año 2025 y el 2050. Todos estos datos responden a previsiones efectuadas antes de la crisis; ahora, el resultado es  peor.

Bajo esta perspectiva, y en una sociedad que ya se ha acostumbrado al valor instrumental de la vida humana, ¿cuánto tiempo se tardará en incentivar la muerte de los ancianos con mayores limitaciones?

De hecho, esto ya sucede por la vía de la instrucción práctica, como en el Reino Unido o en España, donde los ancianos de más de 85 años que ingresan en urgencias o deben ser objeto de tratamientos costosos no reciben la misma prioridad que el resto de los ciudadanos. No será necesariamente por la vía de dramáticas leyes, que se estimulará la extinción de la gente mayor de escasos recursos económicos, sino por la vía de la burocracia de la despersonalización, que «facilitará» la muerte a base de restringir los tratamientos, las prioridades y las atenciones necesarias. Basta con hacer esperar. Una forma de proceder que podrá extenderse a determinados enfermos crónicos, como los afectados de obesidad mórbida y los fumadores.

En una sociedad hiperindividualizada, de individuos aislados, que solo viven en el deseo y el corto plazo, no entrañará una gran dificultad trivializar la muerte como solución al déficit presupuestario. Pero también aquí jugarán un papel la ideología y los grupos de presión. Mientras se restringen poco a poco las prestaciones sanitarias a unos grupos, otros, generadores de gasto público como consecuencia de sus modos de vida, pero vinculados a las políticas del deseo, gozarán, como viene sucediendo, de ayudas especiales. Ninguna llamada se producirá exigiendo una rectificación de aquellos comportamientos portadores de riesgos costosos para la sociedad.

Un ejemplo masivo de esta depreciación de la vida humana se dio de forma masiva y trágica durante la primera ola de la pandemia de la Covid-19 en 2020

Un ejemplo masivo de esta depreciación de la vida humana se dio de forma masiva y trágica durante la primera ola de la pandemia de la Covid-19 en 2020, cuando se abandonaron a su suerte hasta morir a miles y miles de ancianos enfermos. Los abandonó el gobierno, los gobiernos autonómicos, la sanidad pública. Ni un solo caso de este abandono ha llegado a juicio, a pesar de que incluso existían instrucciones por escrito para limitar la atención médica, como en el caso- para nada único- del Servicio de Emergencias de la sanidad catalana. Hubo un cribaje masivo por edad y no pasó nada, más allá del dolor de los allegados. Esta es una ramificación más de la ruptura antropológica.

El debate Sloterdijk – Habermas

La ruptura antropológica opera en dos planos que interactúan, uno es técnico, biológico, y consiste en aplicar este tipo de conocimiento para alterar la naturaleza humana. El otro es el cultural y tiene su expresión en la ideología de género que disocia al ser humano de su naturaleza. Esta ruptura persigue un fin opuesto al que propugna la ecología. No se persigue como finalidad óptima que los ecosistemas resulten inalterados, sino de todo lo contrario, de rediseñar al ser humano. Nuestro «desiderátum» es una naturaleza inalterada excepto para las personas. Todo debe ser “ecológico”, “natural”, menos el ser humano.

El verano del siglo XX los medios intelectuales alemanes vivieron un encendido debate sobre los usos de la biotecnología genética sobre el hombre y su capacidad para superar el fracaso del humanismo ilustrado. La confrontación intelectual tuvo dos protagonistas de primera categoría. Por una parte, Peter Sloterdijk, un filósofo intelectual a la mode que encarna a la perfección la cultura de la provocación y el magnífico uso de la proyección mediática, dos condiciones esenciales para un agente cultural que desee triunfar. Por otra, el máximo pensador vivo de la modernidad post kantiana, Jürgen Habermas.

La obra de Sloterdijk, que encendió la mecha, se presentó con un título provocador, Reglas para el Parque Humano[1] y fue publicada en Alemania en 1999. Partía de un juicio que el autor considera inapelable: la muerte del humanismo literario y, por consiguiente, de toda la pretensión moderna. Ya no resulta posible considerar la cultura literaria humanística como un modo eficaz de atajar y conjurar la barbarie, que ha caracterizado desde sus orígenes a la especie humana; de educar, en definitiva. La única solución es la modificación genética de la humanidad. Sloterdijk llama antropotecnología a su solución. Lo que plantea, dejando al margen sus fastos literarios, es una ingeniería social basada en la biotecnología. Esta concepción es servidora de las doctrinas eugenésicas de inicios del siglo XIX y de su marco referencial necesario, el darwinismo, trasladado a la especie humana. El razonamiento es evidente: si el ser humano solo es fruto de la lógica material de la evolución, ¿por qué hemos de negarnos a construir genéticamente al hombre?

Como buen polemista, Sloterdijk no niega las acusaciones sobre la eugenesia, simplemente las recompone

Como buen polemista, Sloterdijk no niega las acusaciones sobre la eugenesia, simplemente las recompone. Lo razona en estos términos: «La eugenesia forma parte del pensamiento moderno. Es la base misma del progresismo. La eugenesia es una idea de la izquierda clásica, retomada por los nacionalistas después de la primera Guerra Mundial. Es el progresismo aplicado al terreno de la genética. Nunca existió la eugenesia fascista, lo que hubo es exterminio racista[2]». La afirmación es contundente y muchos progresistas la comparten.

Claro que este voluntarismo no cambia la historia y por esta causa es pertinente recordar nombres como el de Aktion T4, una actuación sistemática dirigida a mejorar la raza alemana, como pretende nuestro filósofo, solo que con los medios de la época: 1939 y un lugar, Berlín.

«60.000 marcos es lo que esta persona, que sufre un defecto hereditario, cuesta a la comunidad durante su vida. Alemán, ese es también tu dinero»

Un cartel muestra a un hombre de rasgos apuestos, con bata blanca, de pie, situado detrás de la silla donde se sienta otra persona que muestra a las claras su deficiencia mental y física. El cartel nos informa con gruesos caracteres: «60.000 marcos es lo que esta persona, que sufre un defecto hereditario, cuesta a la comunidad durante su vida. Alemán, ese es también tu dinero». Este era uno de los argumentos publicitarios del programa Aktion T4 practicado antes del Holocausto contra los propios alemanes. La central donde se desarrollaba el proyecto estaba en el número 4 de una calle de nombre apacible, Jardín Zoológico, Tiergartenstrasse, de ahí las siglas T4. ¿Es accidental la idea zoológica, de El Parque Humano, en la reflexión de Sloterdijk? La forma de conseguir aquella mejora racial era la propia de una época donde la genética estaba poco más que en mantillas. La pretensión de manipularla era a base de sal gruesa, impidiendo mediante la esterilización de los genéticamente imperfectos con taras consideradas hereditarias y enfermedades incurables. También incorporaba la muerte de niños con anomalías, enfermos irreversibles y personas dependientes, que el régimen nazi consideraba improductivas. Entre 200.000 y 275.000 personas fueron eliminadas en los poco menos de tres años que duró el proyecto[3].

Sloterdijk se remonta a Platón para buscar un antecedente culto bajo el que guarecerse.

También en eso hace trampas. No está nada claro que la concepción platónica maridara con lo que propone nuestro germánico contemporáneo, pero sí coincide de maravilla con el precedente de la eugenesia tal y como la entendemos, la propugnada por Sir Francis Galton basándose en el imprescindible trabajo sobre la evolución de las especies de su primo Charles Darwin. La eugenesia fue una disciplina académica en muchos institutos y universidades, pero el nazismo y su fidelidad a ella hundió su prestigio, a pesar de que se mantuvo viva en algunos programas gubernamentales hasta bien entrados los años setenta. Es una tentación humana contumaz cuando la persona se contempla a sí misma como un animal intrascendente. Si la dimensión sobrenatural sale por una puerta, la eugenesia entra por la otra.

Mucho antes que en Alemania, la eugenesia tomó cuerpo en Estados Unidos.

La fecha inicial puede situarse en 1896 en el estado de Connecticut y las leyes de esta naturaleza fueron ratificadas por la Corte Suprema de los Estados Unidos en 1927 y estuvieron vigentes hasta 1945, año en que la última fue abolida. Y en este reino eugenésico que fue la democracia americana, encontramos uno de los personajes más próximos a Sloterdijk. Se trata de William Graham, fundador de la American Sociological Society, que proclamaba la necesidad de intervenir en la sociedad para evitar, entre otros efectos, que los «anormales», retrasados mentales y dependientes consumieran recursos necesarios. Su solución era dejarlos de la mano de Dios, es decir, solos, a su suerte. Otro tipo de degenerados como los delincuentes y pervertidos debían ser eliminados. El concepto siempre gira en torno a la misma apreciación, la existencia de vidas que no merecen ser vividas, y el objetivo benéfico de mejorar la especie humana por selección genética. La diferencia solo radica en los medios disponibles en cada época. Por eso, cuando la atención se fija sobre «Normas para el Parque Humano», no tiene que situarse en primer término sobre los medios que defiende aplicar, sino sobre el concepto de ser humano que anida bajo su pretensión.

Pero Estados Unidos no fue el único país en lanzarse por este camino. Muchos otros países occidentales desarrollaron políticas de este tipo. Canadá llevó a cabo miles de esterilizaciones forzosas con nativos canadienses e inmigrantes del este de Europa hasta los años 1970. Suecia esterilizó por la fuerza a 62.000 personas, principalmente enfermos mentales. En menor escala, Australia, el Reino Unido, Noruega, Finlandia, Dinamarca, Estonia, Islandia y Suiza llevaron a cabo programas de esterilización de personas declaradas deficientes mentales por el estado. La eugenesia fue una característica de la modernidad más desarrollada.

Un film, Gattaca (1997) escrito y dirigido por Andrew Niccol, nominada al Óscar a la mejor dirección artística, escenifica una sociedad de este tipo, en la que el protagonista, un ser humano no mejorado genéticamente, busca y consigue acceder mediante artimañas a la sociedad de los genéticamente perfectos.

Frente a esas ideas, Habermas reaccionó con un libro titulado El futuro de la naturaleza humana. ¿Hacia una eugenesia liberal?

En él criticaba las «ocurrencias» de Sloterdijk y alertaba de los peligros que un uso irreflexivo de las biotecnologías podría tener para una sociedad democrática. Su argumentación era que en las democracias liberales damos por supuesto, que es solo el propio individuo quien tiene derecho a elegir para sí mismo el tipo de existencia a la que aspira. Y, sin embargo, esa irreductible libertad de realización de cada individuo podría verse decisivamente afectada en el caso de que terceros intervengan a la hora de seleccionar positivamente ciertas características fenotípicas que descansan en la información genética del embrión. Esa libertad queda igualmente comprometida, y tanto da si esos terceros resultan ser los padres, en el caso de una opción por la eugenesia liberal, o el Estado, en el caso de una eugenesia de carácter totalitario.

Como dice Habermas, cuando damos el paso de la eugenesia negativa que persigue evitar las enfermedades, a la eugenesia positiva dirigida a seleccionar o descartar los embriones en función de su adecuación a los deseos o intenciones de terceros y a manipularlos, se destruye la libertad del futuro para elegir una vida propia, y nos enfrentamos a la inquietante perspectiva de distinguir que vidas merecen ser vividas y cuáles no. Es digno de atención que el argumento de Habermas puede hacerse extensivo para oponerse al aborto, porque no hay diferencia moral  en eliminar un embrión por razones genéticas, que hacerlo porque su madre no lo desea. La libertad de realización de uno no debe impedir la del otro, que se realiza precisamente en su desarrollo humano.

En realidad, existe una relación conceptual profunda entre el marco referencial eugenésico y el aborto.

Un excelente ejemplo de ello es Margaret Sanger, fundadora de Planned Parenthood of América y una de las precursoras  del feminismo que propugnaba los métodos anticonceptivos. Para dar a conocer sus ideas, fundó una revista «The Woman Rebel», y luego, en 1917, abrió la primera clínica de planificación familiar, hecho que la enfrentó abiertamente con las autoridades del país. Fue la principal portavoz del movimiento a favor de la regulación de los nacimientos. En 1921 creó la «Liga Americana para el Control de la Natalidad», que en 1942 pasó a denominarse «Federación de la Paternidad Planeada» y más tarde se convirtió en la Federación de Planificación Familiar; Margaret Sanger organizó la primera Conferencia Mundial sobre Población, celebrada en Ginebra el año 1927. Planned Parenthood of América, la organización por ella creada, actúa sobre todo en los países en desarrollo impulsando el control del crecimiento de la población y la extensión del aborto.

Sanger consideraba que la idea eugenésica era una herramienta útil para promover la legalización de los métodos anticonceptivos.

Sanger consideraba que la idea eugenésica era una herramienta útil para promover la legalización de los métodos anticonceptivos. La idea eugenésica que subyace en su visión es muy clara. Véase si no qué opina de las organizaciones dedicadas a la solidaridad. «Esas organizaciones rápidas, complejas, interrelacionadas, destinadas a controlar y disminuir la propagación de la miseria, la indigencia y todos los males amenazantes que surgen de esta tierra siniestramente fértil, son los signos más evidentes de que nuestra civilización ha creado, está creando y está constantemente perpetuando mayores cantidades de anormales, delincuentes y dependientes. Mi crítica, por lo tanto, no está dirigida al «fracaso» de la filantropía, sino más bien, a su éxito[4]».

También sobre los discapacitados escribió: «nuestro fracaso al no segregar a los mentalmente débiles, quienes se están incrementando y multiplicando, demuestra nuestro sentimentalismo extravagante y temerario». Como se puede ver, progresismo en estado puro. Sanger también proponía un Código del Bebé Estadounidense, que incluía los siguientes postulados:

«Artículo 4. – Ninguna mujer deberá tener el derecho a procrear un niño, ningún hombre deberá tener el derecho a convertirse en padre, sin un permiso de paternidad.

Artículo 6. – Ningún permiso de paternidad será válido para más de un nacimiento

Por eso no tiene nada de extraño que en los años 30 del siglo XX la organización Planned Parenthood of América alabara a los nazis por sus políticas de población progresistas y efectivas, que incluían la esterilización de los que ellos consideraban «inferiores». Naturalmente, después de la Segunda Guerra Mundial todo esto cambió, el paradigma se fracturó y creció el rechazo científico hacia la eugenesia. En este cambio no incidió para nada la existencia de nuevos descubrimientos. El marco de referencia científico era el mismo. Lo que cambió fue la perspectiva moral. Los nazis, que llevaron la idea eugenésica a sus consecuencias lógicas, mostraron el escenario social a que conducía. Pero en su tiempo la eugenesia era vista por muchos como científica y progresista, como una aplicación del conocimiento ilustrado a la vida humana.

Los Juicios de Núremberg contra antiguos dirigentes nazis revelaron al mundo muchas de las prácticas genocidas y llevaron a la formalización de políticas de ética médica y la declaración sobre las razas de la Unesco en 1950. La Declaración Universal de los Derechos Humanos de la Organización de Naciones Unidas, y que tuvo en el filósofo Jacques Maritain una figura central, fue concebida en respuesta a los abusos cometidos en la Segunda Guerra Mundial. Este texto afirma en su Artículo 16 que «Los hombres y las mujeres, a partir de la edad núbil, tienen derecho, sin restricción alguna por motivos de raza, nacionalidad o religión, a casarse y fundar una familia». Este principio era la respuesta al precedente eugenésico. A continuación, la declaración de la UNESCO en 1978 sobre la raza y los prejuicios raciales declara que la igualdad fundamental de todos los seres humanos es el ideal hacia el que deberían converger la ética y la ciencia. Pero esta igualdad no existe porque la idea racial ha sido substituida por la de la vida indigna, ligada a determinadas imperfecciones de acuerdo con el canon actual de lo que debe ser la vida humana.

Merece la pena subrayar que entre el concepto racial eugenésico y el canon humano eugenésico que se aplica en el aborto hay una conexión: en ambos casos existe la definición canónica que niega el derecho a alcanzar la vida a otros seres humanos. Pero también se da una diferencia: antes la tarea depuradora la emprendía el estado y ahora el estado permite que esta tarea sea desarrollada por los agentes privados y el mercado. ¿Qué significa este cambio? Que la cultura eugenésica goza ahora de un mayor arraigo social que en el pasado, porque se desempeña sin necesidad de impulso gubernamental. Basta con que sea legal. Es un peligroso deslizamiento en la valoración social de la vida humana.

En toda esta historia podemos encontrar tres elementos recurrentes.

Uno es el punto de partida: la existencia de vidas indignas de ser vividas.

Otro, que la ciencia y el sistema democrático en sí mismos no constituyen ninguna garantía para evitar que se adopten medidas brutales que solo aparecen como tales cuando cae la venda que cubre los ojos.

Por último, que el hiperindividualismo de la perfección personal, sin ningún marco de razón objetiva que lo contenga, puede llevar a la práctica sistemática de actos inhumanos.

[1] Ediciones Siruela Madrid 2000(1999).

[2] La Nación de Buenos Aires entrevista Peter Sloterdijk: el fascismo de izquierdas nunca hizo su duelo. 18 de enero de 2006.

[3] Ryan, Donna F y Schuchuman, Jhon. Deaf People in Hitlewr’s Europe, Gallaudet University Press 2002.

[4] Sanger, Pivot of Civilization (New York: 1922), en un capítulo titulado «Cruelty of Charity».

La cultura eugenésica goza ahora de un mayor arraigo social que en el pasado, porque se desempeña sin necesidad de impulso gubernamental. Basta con que sea legal Clic para tuitear

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