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La Sociedad Desvinculada (29). La abolición del hombre: la ideología de género

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C.S Lewis tenía razón cuando hablaba de la abolición del hombre. Ya no podemos hablar con sentido de él porque si la ideología de género tiene razón, ya no existe como tal. Solo es una construcción cultural. Según esta visión, el fundamento antropológico de la humanidad, la diferencia entre hombres y mujeres es irrelevante. Aquello que ordena las relaciones de nuestra especie, no tiene especial importancia. No hay ni hombres ni mujeres, ni padres ni madres, porque la naturaleza biológica no importa. El sexo de la humanidad —dicen— es polimorfo, voluntario, transitorio, homosexual, bisexual, transexual, transgénero, «queer». La naturaleza de la ideología de género se fundamenta en una afirmación: la orientación sexual y la identidad sexual de las personas son el resultado de una construcción social. No hay papeles sexuales biológicamente inscritos en la naturaleza humana, sino formas socialmente variables de desempeñar uno o varios papeles sexuales.

Es una doble enmienda a la totalidad de la historia de la Humanidad. Al Génesis y a la Teoría de la Evolución, que se revela como un cacharro inútil para los humanos, porque la especie no se fundamentaría en la reproducción de los más aptos, dado que en una especie polimorfa la reproducción es solo una opción más, en lugar de “La Opción”. «El género es una construcción cultural; por consiguiente, no es ni resultado causal del sexo ni tan aparentemente fijo como el sexo. Al teorizar que el género es una construcción radicalmente independiente del sexo, el género mismo viene a ser un artificio libre de ataduras; en consecuencia, hombre y masculino podrían significar tanto un cuerpo femenino como uno masculino; mujer y femenino, tanto un cuerpo masculino como uno femenino». Estas palabras corresponden al libro El Género en disputa: Feminismo y la subversión de la identidad[1] y parecen propias del escenario previo a la gran catástrofe en una novela de ciencia ficción, pero son en realidad tenidas por sesudas reflexiones de la teórica y lesbiana militante Judith Butler.

Es la nueva revelación en favor de la mujer a pesar de que niegue enfáticamente la condición femenina.

Aunque su origen es previo, el gran lanzamiento político de esta concepción cultural y política, y factor clave en la dinámica social de desvinculación, fue la IV Conferencia Mundial de las Naciones Unidas sobre la Mujer, celebrada en Pekín en septiembre de 1995. Desde aquel momento la «perspectiva de género» está en el eje del discurso político occidental. Ha sido integrado en la planificación conceptual, al lenguaje, los documentos y programas de los sistemas de las Naciones Unidas. Intentar discutirlo, cuestionarlo, equivale a atacar un dogma que debe creerse por la autoridad de quien lo formula. Hoy, discutirlo, se califica de tentativa insultante y degradante de revocar los logros de las mujeres, de intimidar y bloquear el progreso futuro. Es la nueva revelación en favor de la mujer a pesar de que niegue enfáticamente la condición femenina.

Lo que viene a decirnos la ideología de género es que la sociedad inventa las diferencias entre los sexos. De ahí que rechace que los seres humanos se caractericen en la masculinidad y la feminidad. En su sofisticación, los teóricos del género han llegado a identificar hasta 20 identidades, todas ellas portadoras de derechos. Véanse en este sentido las aportaciones a cargo de la Australian Human Rights Commission (AHRC). Hasta ahora la lista de identidades ya era larga: lesbianas, gays, bixesuales, transexuales, queer e intersexos, pero el documento de la citada asociación enumeró los siguientes: transgender, transsexual e intersex, androgynous, agender, cross dresser, drag king, drag queen, genderfluid, intergender, neutrois, pansexual, pan-gendered, third gender y third sex, y la cosa no se acaba aquí. Es la causa por la que para no convertir las siglas de este movimiento LGBTIT le han añadido un indeterminado “(+)”, y tan contentos. Esto es la humanidad para la ideología de género.

Para encontrar argumentos basados en datos empíricos, recurren, sin un especial sentido del ridículo, a observaciones anecdóticas. Un ejemplo central lo encontramos en una aportación reiterada hasta la saciedad, un «clásico» del género, el libro de la antropóloga Margaret Mead Sex and Temperament in Three Primitive Societies (Sexo y temperamento en tres sociedades primitivas[2]). En él se pretende demostrar cómo cambian los papeles de hombres y mujeres a partir de tres pequeñas tribus de Papúa-Nueva Guinea, los Arapesh, Mundugumor y Tchambouli. Los Arapesh no hacían la guerra (lo cual se reveló inexacto, la hacían cuando no les tocaba más remedio dada la belicosidad de sus vecinos). Los Mundugumor, por el contrario, la practicaban todos, hombres y mujeres. Por último, en los Tchambouli eran los hombres los que se acicalaban y gastaban su tiempo en arreglarse, mientras las mujeres trabajaban. Sobre estas pobres bases proyectadas al conjunto de la humanidad, «todos somos Tchambouli», se apoya una construcción que «cuestionaba» la diferenciación entre caracteres masculinos y femeninos. Hoy las mujeres son combatientes en muchos ejércitos, pero esta opción no ha suprimido el papel de madre y esposa, porque a lo que nunca paró atención Mead es que quién quedaba embarazada entre los Arapesh, Mundugumor y Tchambouli, quién alimentaba con su leche a los hijos paridos, y quién los cuidaba en su fase más temprana, eran precisamente las mujeres, por mucho acicalamiento que cultivaran los machos Tchambouli.

Explicar lo que es la humanidad a base de tres tribus papúes es una pretensión ridícula, pero todavía lo es más tomarse en serio la explicación. En realidad, también en este caso se cumple el principio que toda idea tiene su historia y, de la misma manera que es imposible explicar a Kant sin saber que era un prusiano que valoraba su cultura y gobierno como el zenit humano, su confesión religiosa era luterana estricta y prácticamente no viajó, hay que saber que Mead era bisexual pública y confesa, que combinó sus tres matrimonios heterosexuales con dos amantes lesbianas fijas, y que fue notoria por su práctica sexual del aquí te pillo aquí te mato. Mead, como Butler y como muchas de las teóricas de la ideología de género, lo que pretendían, y el homosexualismo político es una extensión de ello, era justificar como un hecho universal su particular práctica de la relación sexual. Lo que respondía a sus deseos era lo que debía ser la humanidad, y no a la inversa. Y a fe que en una medida notabilísima lo han conseguido, constituyendo el vector más dinámico de la cultura de la desvinculación.

Las derivadas sociales y políticas

La ideología de género posee unas consecuencias políticas decisivas, porque su proyecto es transformar de manera radical las leyes y las instituciones necesarias socialmente valiosas, como el matrimonio y sus instituciones derivadas de la descendencia y el parentesco, las que forman el núcleo en torno al que se articulan las restantes instituciones que traman ese complejo relacional que llamamos sociedad.

lo realmente sorprendente es por qué tales anhelos subjetivos son postulados orgánica e institucionalmente por entidades políticas y gobiernos, y han alcanzado en muchos casos categoría de canon universitario, y de ideología de estado.

La dimensión política de la ideología de género es consustancial a la misma, tanto que sería más exacto decir que la visión política es previa al desarrollo teórico. Primero se llega a la conclusión de que es necesario desmontar todo el sistema institucional que conocemos como familia y el marco legal que los ampara, para que determinadas manifestaciones individuales y socialmente marginales de la satisfacción sexual del deseo puedan realizarse. A partir de este fin se articulan posteriormente los argumentos necesarios convirtiéndolos en teoría. Mead y Butler son prototipos excelentes de esta forma de actuar, aunque ni mucho menos únicos. Pero lo interesante de este enfoque, no es que grupos de personas intenten que la sociedad cambie para que encajen sus deseos en ella, lo realmente sorprendente es por qué tales anhelos subjetivos son postulados orgánica e institucionalmente por entidades políticas y gobiernos, y han alcanzado en muchos casos categoría de canon universitario, y de ideología de estado.

La nueva ideología desvinculada de la perspectiva de género remite a una burda imitación marxista de lucha de clases, donde el hombre oprime a la mujer configurada como clase social y al resto de grupos polimorfos homosexuales, bisexuales, y todos los demás, de la larga lista que no es necesario reiterar. Este enfoque ha tenido importancia porque, además de mecanizar el antagonismo y criminalizar la condición de hombre, ha ofrecido un marco político para el progresismo. El «feminismo de género» se basa en una interpretación pseudo-marxista de la historia. Comienza con la afirmación de Marx, de que todo es una lucha de clases de opresor contra oprimido, en una batalla que se resolverá solo cuando los oprimidos se percaten de su situación, se alcen en revolución e impongan una dictadura. Entonces la sociedad será totalmente reconstruida y emergerá la sociedad sin clases, libre de conflictos, que asegurará la paz y prosperidad para todos.

Algunos creen de buena fe que Frederick Engels fue quien sentó las bases de la unión entre el marxismo y el feminismo. Para ello citan el libro El Origen de la Familia Propiedad y el Estado[3], escrito por el pensador alemán en 1884 y que empieza de manera prometedora. «El primer antagonismo de clases de la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer unidos en matrimonio monógamo, y la primera opresión de una clase por otra, con la del sexo femenino por el masculino[4]», pero acto seguido pasa a olvidarse de tan entusiasta comienzo para dedicarse a los indios iroqueses, los atenienses, romanos, celtas y germanos, en un texto que tiene mucho de añoranza aristocrática de las gens antiguas.

La feminista Shulamith Firestone, una de las que más ha teorizado este «nuevo marxismo feminista» y que mayor reconocimiento ha alcanzado, afirma la necesidad de destruir la diferencia de clases, liquidando la diferencia de sexos: «Asegurar la eliminación de las clases sexuales requiere que la clase subyugada (las mujeres) se alce en revolución y se apodere del control de la reproducción; se restaure a la mujer la propiedad sobre sus propios cuerpos, como también el control femenino de la fertilidad humana, incluyendo tanto las nuevas tecnologías como todas las instituciones sociales de nacimiento y cuidado de niños. Y así como la meta final de la revolución socialista era no solo acabar con el privilegio de la clase económica, sino con la distinción misma entre clases económicas, la meta definitiva de la revolución feminista debe ser igualmente —a diferencia del primer movimiento feminista— no simplemente acabar con el privilegio masculino, sino con la distinción de sexos misma: las diferencias genitales entre los seres humanos ya no importarían culturalmente[5]».

Pero hay más ideas interesantes en su obra La dialéctica del sexo, que se publicó por primera vez en 1973 y fue editada en español en 1976 (Editorial Kairós, Barcelona): «Del mismo modo que para asegurar la eliminación de las clases económicas se necesita una revuelta de la clase inferior (el proletariado) y —mediante una dictadura temporal— la confiscación de los medios de producción, de igual modo, para asegurar la eliminación de las clases sexuales se necesita una revuelta de la clase inferior (mujeres) y la confiscación del control de la reproducción; es indispensable no solo la plena restitución a las mujeres de la propiedad sobre sus cuerpos, sino también la confiscación (temporal) por parte de ellas del control de la fertilidad humana. El objetivo final de la revolución feminista no debe limitarse a la eliminación de los privilegios masculinos, sino que debe alcanzar a la distinción misma de sexo; las diferencias genitales entre los seres humanos deberían pasar a ser culturalmente neutras[6]»

El resultado de esta doctrina es el que observan nuestros ojos. Éxito apabullante del «género» y su vástago el homosexualismo político y, al mismo tiempo, un crecimiento inusitado de la desigualdad social en Europa y Estados Unidos, ligado a la destrucción de la clase media y la consolidación de un verdadero imperialismo financiero.

Los niños no escapan de la lógica, al contrario, constituyen piezas esenciales de ella como postula Firestone, con «la integración total de las mujeres y los niños en el conjunto social. Para ello será necesario suprimir el concepto de infancia y reconocer plenos derechos legales, sociales y económicos a los niños, cuyas actividades educativo/laborales no se distinguirán de las de los adultos. Los niños «no serán monopolizados, sino que se repartirán libremente por toda la sociedad en beneficio de todos»; y libertad sexual, amor, etc. […] En el modelo de sexualidad propuesto por Firestone hay un lugar privilegiado para los niños, que lo mismo pueden establecer relaciones sexuales con sus coetáneos que «elegir» a los adultos, en cuyo caso, los adultos no tienen por qué mostrar escrúpulos, ni siquiera ante las situaciones más atípicas, ya que si el niño escogiera la relación sexual con los adultos, aún en el caso de que escogiera a su propia madre genética, no existirían razones a priori para que esta rechazara sus insinuaciones sexuales, puesto que el tabú del incesto habría perdido su función»[7]. Y en este discurso, junto con otros que se podrían añadir y la práctica nada encubierta, podemos encontrar la justificación teórica de la relación sexual de adultos con niños y adolescentes.

La emergencia de la ideología de género y el homosexualismo político han sido fundamentales para suprimir de la agenda política todo proyecto integral de transformación socioeconómica en Occidente.

En realidad, esta nueva «lucha» de clases se ha olvidado del poder económico y financiero precisamente cuando este ha alcanzado el estadio universal que le permitía ejercer sin cortapisas el imperialismo. Desvía la atención de los abusos financieros, de las prácticas monopolistas u oligopólicas de las grandes compañías; lo importante era la «paridad de género» en los Consejos de Administración. El proceso de redistribución de la riqueza cesó y comenzó el camino inverso: el crecimiento de las desigualdades, el predominio escandaloso de los intereses del capital financiero y la reducción nominal, incluso real, de los salarios, a tal extremo que comenzó un fenómeno increíble solo veinte años antes: la demolición de la clase media. La emergencia de la ideología de género y el homosexualismo político han sido fundamentales para suprimir de la agenda política todo proyecto integral de transformación socioeconómica en Occidente.

La meta de los promotores de la llamada «perspectiva de género» es el llegar a una sociedad sin «clases» de sexo. Para ello, proponen manipular el lenguaje, las relaciones familiares, la reproducción, la sexualidad, la educación. Este último aspecto merece atención. La que fue presidenta de Islandia, Vigdis Finnbogadottir, lo dijo con claridad en la reunión preparatoria de la Conferencia de Pekín organizada por el Consejo Europeo en febrero de 1995. Las niñas deben ser orientadas hacia áreas no tradicionales y no se las debe exponer a la imagen de la mujer como esposa o madre, ni se las debe involucrar en actividades femeninas tradicionales: «La educación es una estrategia importante para cambiar los prejuicios sobre los roles del hombre y la mujer en la sociedad. La perspectiva del “género” debe integrarse en los programas. Deben eliminarse los estereotipos en los textos escolares y concientizar en este sentido a los maestros, para asegurar así que niñas y niños hagan una selección profesional informada, y no en base a tradiciones prejuiciadas sobre el “género”»[8].

Junto con la educación, la otra gran institución a deconstruir es la familia, porque ella es la responsable de la difusión de la ideología patriarcal.

Junto con la educación, la otra gran institución a deconstruir es la familia, porque ella es la responsable de la difusión de la ideología patriarcal. En este planteamiento se parte  de considerar como discriminatorio que la mujer cuide a sus hijos en el hogar y el esposo trabaje fuera de casa, aunque esta sea su elección, porque en realidad, como en todas las concepciones totalitarias, la elección de los demás carece de valor sino no obedece a la consigna. Es una elección «falsa». Los soviéticos llegaron a considerarla una enfermedad mental y, como tal, motivo de represión y reeducación. Para la perspectiva de género, la familia no solo esclaviza a la mujer, sino que condiciona socialmente a los hijos para que acepten la familia, el matrimonio y la maternidad como algo natural. Este enfoque ayuda a entender por qué en sus reivindicaciones el «feminismo» de género excluye a las embarazadas (excepto si es para abortar), las madres de familia, sobre todo si son numerosas, y las viudas que han dedicado su vida al hogar, y califica a la prostitución como una tarea laboral como las demás.

 

[1]  El Género en disputa: Feminismo y la subversión de la identidad. Paidós 2001 (1990). p 97

[2] Paidos Iberica 2006 (1939)

[3] Archivo Marx- Engels  http://www.marxists.org/espanol/m-e/1880s/origen/index.htm Fecha de la consulta agosto 2013

[4] Ob Cit Cap II p 12

[5] Cita recogida en http://www.loquesomos.org/index.php/es/la-calle/y-nosotras-ique-/5160-shulamith-firestone-fundadora-del-feminismo-radical?format=pdf fecha consulta mayo 2012

[6] Cita recogida en http://es.catholic.net/imprimir/index.phtml?ts=22&ca=352&te=791&id=9493  Fecha consulta mayo 2012

[7]  Cita recogida en http://blogdecarlosbraverman.blogspot.com.es/2012/09/la-dialectica-del-sexo-shulamith.html Fecha consulta mayo 2013

[8] 21 julio 2011 recogido en http://lacomunidad.elpais.com/antoniopegaso/2011/7/21/feminismo-genero-ideologia-totalitaria-ii-

Según esta visión, el fundamento antropológico de la humanidad, la diferencia entre hombres y mujeres es irrelevante. Aquello que ordena las relaciones de nuestra especie, no tiene especial importancia Share on X

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