La función de la familia siempre ha sido presentada como una pieza básica de la sociedad y esto, en buena medida, no ha cambiado, aunque las causas de su importancia siguen resultando un tanto imprecisas. Es el lugar de acogida por antonomasia, allí donde se forman las personas, pero al mismo tiempo, casi siempre solo se habla de la escuela cuando se debaten soluciones para la crisis educativa. El propio concepto es impreciso.
¿Qué es una familia? ¿Una pareja, una pareja con hijos, todos ellos más los abuelos? ¿Entonces la familia monoparental, la reconstituida, la unión de una pareja de homosexuales, todas ellas son también familia? ¿Todas realizan la misma función desde el punto de vista de la sociedad?
La idea de un modelo de familia canónica es rechazada por odiosa, y se entiende que son idénticas las razones por las que se debe ayudar a una familia desestructurada en riesgo de pobreza que a otra numerosa, que no se encuentre en aquella situación económica. En definitiva, y como resulta propio de la cultura desvinculada, la familia es importante pero en términos muy confusos, su valoración es esencialmente emotivista, y el concepto no debe cuestionar lo que se considera políticamente correcto, sin que importe si tal creencia coincide con la realidad; esto es que resulte verdadera.
La cuestión es que la función de la familia es decisiva para la sociedad, para ser más exactos, lo es el emparejamiento estable de compromiso público, el matrimonio, su descendencia -filiación y fraternidad‑ y también el parentesco y su efecto temporal, la dinastía. Su función es necesaria e insubstituible evidentemente en términos de vínculos amorosos y de deber, y porque es capaz de traducirlos en una función económica y social de la que depende el crecimiento económico a largo plazo.
La familia, si cumple con las condiciones adecuadas, es el multiplicador económico más potente de que disponemos. Y esa es la cuestión, el cumplimiento de las condiciones que le permiten desempeñar aquella función, porque la cultura de la desvinculación tiene un efecto demoledor sobre ella.
Para el desempeño de su papel, el modelo debe ser capaz de cumplir con seis condiciones.
La primera es la de la descendencia como potencial general. Su generación tiene un coste marginal de manera que puede desarrollarse con independencia del grado de riqueza de una sociedad. Por ello posee la condición necesaria de su carácter masivo. Por estos motivos resulta inapropiada toda comparación de la procreación con la adopción o técnicas de reproducción asistida como factores de substitución equivalentes.
La segunda condición es la capacidad educadora y de socialización positiva. Tanto esta como la función anterior se fundamentan en una condición biológica: la complementariedad genotípica y fenotípica que posee la unión entre el hombre y la mujer. Solo así se aprehende la condición humana. Es una perfecta contradicción estar contra la educación diferenciada, por entender que los niños y niñas han de estudiar juntos para su adecuada socialización, y al mismo tiempo señalar que no importa que esté ausente la figura del padre o de la madre en la vida familiar. Si se admiten los riesgos educativos y en la formación de la persona de la ausencia de la figura paterna o materna, resulta inaceptable que se postule que da lo mismo si solo son dos hombres o dos mujeres los que forman la unidad adulta familiar.
La tercera condición es la existencia de normas compartidas que estimulen la cooperación entre sus miembros y con el conjunto de la sociedad, capaz de generar externalidades positivas, el mantenimiento y desarrollo de la confianza, así como la comprensión y capacidad para comprometerse creando vínculos estables.
La cuarta es la disponibilidad inmediata e incondicional de la primera red social, la de parentesco, que es en general la más decisiva, al menos en la primera fase de la vida.
Y conectada a ella, la quinta, la responsabilidad intergeneracional, causada y educada por el efecto dinástico.
Por último, la sexta es la estabilidad necesaria para que los vínculos concuerden con los fines asignados, que básicamente son dos, que señalan la condición óptima y subóptima en cuanto a la duración de la relación de la pareja. El nivel óptimo se alcanza cuando se cumple con la condición del cuidado mutuo en edad avanzada, y esto presupone el mantenimiento del vínculo hasta la muerte; el subóptimo es aquel que permite cumplir con la función educativa de los hijos, y que exige su perduración hasta la culminación de los estudios reglados del último hijo hasta la secundaria post obligatoria.
Debo detenerme en una realidad vital y a la vez menospreciada:
Para disponer de capital social y humano, se necesita descendencia. De acuerdo con la evidencia histórica, Kremer expuso en 1993, en Population Growth and Technological Change: 1, 000,000 B.C. to 1990,[1] su tesis según la que el índice de crecimiento de la tecnología ha sido siempre proporcional al índice del crecimiento de la población a excepción de los 150 últimos años. El desarrollo tecnológico ha ido ligado la mayor parte de nuestra historia a la natalidad. Naturalmente, y dentro del propio razonamiento, y en el de otros, puede discutirse que tal exigencia se mantenga vigente.
Por ejemplo, ya en 1973 los economistas Becker y Lewis expusieron la idea de que, cuando la renta crece por encima de cierto nivel, los padres encuentran su óptimo eligiendo tener pocos hijos, invirtiendo en calidad en términos de bienestar y educación. Pero todos estos debates tienen un interés más académico que real ante una Europa que se despuebla de jóvenes, mientras crece su envejecimiento. Disminuir sensiblemente por debajo de la relación entre población en edad de trabajar e inactivos, es decir, jubilados, menores, dependientes y enfermos crónicos no jubilados, es un suicido económico. Este solo hecho augura que a finales del siglo actual continuará la supremacía estadounidense, ya que este país combina una natalidad situada en nivel de reemplazo con una buena productividad, y esto es así porque, entre otras razones, parece existir una relación de fondo entre ambas cuestiones. Pocos pueden presentar un mejor escenario a largo plazo.
En el caso opuesto se encuentra la potencia emergente, China, que tiene una tasa global de fecundidad de solo 1,6 y un grave desequilibrio entre sexos que acelerará la caída de la natalidad por falta de mujeres. Sitúo estas dos referencias porque en demasiadas ocasiones, y en los análisis de las perspectivas económicas a largo plazo, se omite esta causa estructural decisiva, la del equilibrio de la población.
Desde la perspectiva del desarrollo económico endógeno, diversos autores han estudiado la relación entre productividad y descendencia. Kosai, Saito y Yashiro[2] señalan que la pérdida de productividad histórica que han experimentado Japón y Europa en relación con Estados Unidos es debida al descenso de la natalidad.
Concretamente, afirman que la reducción de la fecundidad de Japón por debajo de dos hijos por mujer a partir de 1975, ha comportado una reducción de la Tasa de Progreso Técnico, que es un componente básico de la Productividad Total de los Factores. Esta relación negativa también fue observada para Gran Bretaña y Alemania con la consiguiente disminución de la productividad global del 2% al 0,5%. Esta relación también puede constatarse comparando la evolución entre tasa de fertilidad y productividad en el periodo 1985-2005 entre cinco países: EE.UU., Irlanda, Francia, Alemania y España. Los mejores resultados para el conjunto de los 20 años observados corresponden a Irlanda y Estados Unidos, seguida de Francia, y los peores a Alemania y España, por este orden.
Quiero llamar la atención sobre el hecho de que no estoy afirmando algo tan simple como que la productividad mejora solo a base de tener más hijos
Quiero llamar la atención sobre el hecho de que no estoy afirmando algo tan simple como que la productividad mejora solo a base de tener más hijos. Lo que afirmo es que, a largo plazo, una natalidad que garantice el equilibrio de la población y presente una tasa suficiente de rejuvenecimiento ofrece mejores condiciones para la eficiencia productiva, siendo además la única que avala la sostenibilidad de un sistema de bienestar. Hay numerosas razones en la literatura científica que explican este efecto.
La capacidad innovadora es una cualidad de un determinado porcentaje de personas, entre un 2 y un 3 por mil está ligada al rejuvenecimiento de la población, y ayuda a explicar por qué la afirmación de Malthus no se ha cumplido y por qué la producción siempre ha ido por delante de la población. Cuando Malthus realizó su afirmación de que no habría alimentos para todos, el mundo tenía unos 950 millones de habitantes; hoy es ocho veces mayor con niveles de consumo muy superiores.
Ligado a lo anterior, Reddaway constata cómo en una población más joven la oferta de nuevas ideas y más demanda de novedades es mayor, y esto dinamiza la innovación y el desarrollo tecnológico. (Véase, por ejemplo, el trabajo de José A. García Durán EL Hombre Donal y la Economía y también Población Progreso Técnico y Economía. Universidad de Navarra.
Otros autores conocidos como Kuznets, Arrow, Grossman y Boserup afirman, desde distintos puntos de vista, un denominador común: la natalidad incide sobre la tasa de progreso técnico.
Marshall sostiene que una de las razones de la explosión de iniciativas empresariales en el siglo XIX se debió a las familias numerosas, donde los hijos aprendían a competir entre ellos por la atención de los padres.
En otro plano, el de la inversión a largo plazo necesaria para un desarrollo estable, Fisher ya señaló el carácter determinante que posee la perspectiva dinástica, que estimula un tipo de inversión que, al poseer un ciclo de retorno muy largo, no resulta atractivo si uno piensa en términos individuales. Y esto tanto sirve para plantar olivos como para invertir en investigación. En una sociedad individualista la perspectiva dinástica constituye el contrapeso insubstituible y necesario.
En un sentido parecido, solo la solidaridad generacional puede aportar el empuje social necesario para que consigamos invertir el proceso que daña el medio ambiente. Este factor dinástico que invierte en futuro es esencial para compensar, al menos parcialmente, las desequilibradas transferencias del estado «de hijos a padres» y «de padres a hijos» dos veces y media superior las primeras a las segundas en el 2004, y más de cuatro veces en la previsión por contabilidad generacional para el 2050[3].
[1] Quarterly Journal of Economics, Agosto de 1993, pp. 681-716.
[2] Y. Kosai, J. Saito and N. Yashiro, ‘Declining population and sustained economic growth: can they coexist?’, American Economic Review, vol. 88, no.2, 1998,
[3] Patxot, Concepció. Evaluación de la sostenibilidad del Estado del Bienestar en España 2010
La Sociedad Desvinculada (33). El divorcio, la máquina de engendrar pobreza y fracaso
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Interesante, gracias
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