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Los siete magníficos y los peones de la paz

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En la legendaria película “Los siete magníficos” (1960), Yul Brynner, Steve McQueen, Charles Bronson y otros cuatro temerarios pistoleros defienden un pueblo de pobres peones de los depredadores forajidos de Calveras. Los hijos de los peones los admiran y a Bernardo (Bronson) le dicen que ellos sí son héroes, no como sus padres que usan la azada y no las pistolas. Bernardo los azota: «Los verdaderos héroes son los que se rompen la espalda todos los días para nutrirte y hacerte crecer». En la emoción se expone por un momento y le alcanza un tiro. Muere y esa enseñanza es su don.

Esto podría ser un apólogo sobre la guerra en Ucrania.

La guerra en curso muestra una Europa dividida y gregaria. Dividida por ejemplo, descaradamente, sobre las sanciones económicas que deberían cortar la hierba bajo los pies de Putin, siempre que no corten la rama en la que nosotros mismos estamos sentados. Gregaria porque es incapaz de ser protagonista respecto de las estrategias «occidentales» dictadas por Estados Unidos.

Porque la pregunta crucial que hay que hacer, sin temor a que nos acusen de ser un buscar una equidistancia o ser pro-Putin, es esta: ¿realmente estamos trabajando por la paz?

No es una pregunta peregrina, es la pregunta de las conciencias no anestesiadas por la propaganda. El Papa Francisco lo dejó claro, como siempre, no acostumbrado a alinearse con el pensamiento dominante: «Mientras asistimos a un macabro retroceso  de la humanidad, me pregunto, junto con muchas personas angustiadas, si realmente estamos buscando la paz, si hay la voluntad de evitar una continua escalada militar y verbal, si se está haciendo todo lo posible para que las armas callen. Por favor, no se rindan a la lógica de la violencia, a la perversa espiral de las armas. Tomemos el camino del diálogo y la paz”.

Este camino pasa por un corto plazo de negociaciones para un alto el fuego, y esperamos que la diplomacia -secreta- esté trabajando en este sentido. Pero, si funciona, no será suficiente. La paz no es el pacto impuesto por los vencedores a los vencidos, sino una continua construcción común para el respeto y afirmación del derecho y la justicia. Más aún hoy, en la era nuclear.

Europa – el hombre europeo, no sólo los gobernantes – es el sujeto que mejor puede comprender y hacerse cargo de esa paciente construcción. El presidente italiano Mattarella abrió e indicó el camino para esta reflexión. Dijo: «Así como la guerra tiene la pretensión de ser relámpago – y no lo logra -, en cambio la paz es fruto del fluir paciente e imparable del espíritu y de practicar la colaboración entre los pueblos, de la capacidad de pasar del enfrentamiento y de la carrera del armamentos, al diálogo, al control y a la reducción equilibrada de las armas de agresión. Es una construcción laboriosa, hecha de elecciones y comportamientos coherentes y continuos, no de un acto aislado. El fruto de una obstinada confianza en la humanidad y de un sentido de responsabilidad hacia ella… Si perseguimos objetivos comunes, ‘para ganar’ ya no es necesario que otro tenga que perder. Ganamos todos juntos”. La propuesta de Mattarella de una nueva Conferencia para la Paz y la Seguridad en Europa, siguiendo el ejemplo de la de Helsinki en 1975 (a la que también asistió la URSS de Brezhnev y la Santa Sede) se basa en este concepto. Y resulta que sigue siendo la propuesta más seria y operativa que ha surgido.

Lo interesante es que el origen de esta posición no se encuentra en la dimensión de la utopía o de la planificación artificial, sino en la de la memoria, la cultura y la experiencia popular. Estas tres dimensiones hay que recuperarlas.

Memoria: la Europa de los fundadores. El edificio de la comunidad europea y de la paz no estuvo dictada por la lógica del vencedor contra el vencido – según  esta lógica, Francia debería haber «castigado» a Italia y a Alemania – sino por la cooperación en el espíritu de la reconciliación, palabra que traduce, al menos aproximadamente, en la política la idea del perdón (nunca renunciar a la verdad y la justicia del derecho). Así que hoy la paz no estará garantizada redefiniendo o confirmando la división del mundo en zonas de influencia. Mattarella nuevamente: “Ya no es el momento para una visión de finales del siglo XIX, y después estalinista, que imagina una jerarquía entre las naciones en beneficio de la militarmente más fuerte. Ya no es el momento de países que pretenden dominar a otros”.

Cultura: como magistralmente escribió y enseñó Ratzinger, «los padres de la unificación europea después de la Segunda Guerra Mundial – como hemos visto – partieron de una compatibilidad fundamental entre la herencia moral del cristianismo y la herencia moral de la Ilustración europea». Este humanismo ahora se ha corrompido. La Ilustración de las clases dominantes cerrada a la trascendencia tiende a disolverse en la nueva dictadura ideológica, en una posición en última instancia nihilista, según la cual los europeos no tendríamos valores que proponer, sino sólo un pasado que borrar (la ‘cancel culture’), fruto – como apoya convincentemente Federico Rampini en su ‘Suicidio Occidental’ (Mondadori, 2022) – de la alianza entre el turbo capitalismo financiero y las big-tech que «ha destripado a la clase obrera», reducido la clase media y provocado muchos caídos y descartes, y difundido una colosal distracción de las injusticias sociales, excitando el ansia de «derechos» individualistas o para minorías étnicas y sexuales. En definitiva, difundiendo “el evangelio de las multinacionales y de Hollywood”.

Añádase que un cristianismo reducido a la ética se condena a sí mismo a la insignificancia, sufriendo y aceptando tarde o temprano – con cierto retraso como siempre – la misma deriva. El cristianismo siempre puede regenerarse porque, si es auténtico, nace como acontecimiento, no como resultado de un proceso histórico. En cualquier caso, Europa no puede dejar de preguntarse por sus fundamentos: ella, se ve muy bien, no se aguanta solo por intereses, sino  por compartir valores ideales y espirituales.

Experiencia popular: Europa es un ‘unicum’ en el mundo en términos de bienestar, es decir, de servicios a la persona. No hay comparación no solo con estados totalitarios o autocráticos, sino también con los Estados Unidos. Este es el resultado del reconocimiento del valor primario de la persona y de las formaciones sociales, implementado a través de posiciones y políticas solidarias y subsidiarias. Incluso durante el Covid, incluso con los refugiados ucranianos, vemos cómo esta movilización desde abajo es fundamental. Es un depósito de recursos que deben ser mejorados y apoyados cada vez más. Es el espacio en el que se realiza la construcción cotidiana de la paz desde abajo, desde los cimientos, en todas las relaciones, en toda la sociedad. Porque son los peones, más que los sietes magníficos, los constructores de una paz verdadera.

Publicación– Il Sussidiario: 09.05.2022 – Maurizio Vitali.  

Traducción y comentario: Giorgio Chevallard («la posición del Papa Francisco y del Presidente italiano Mattarella son ejemplos concretos de una manera más realista de ser por la paz, sin tener que ser gregarios de otros intereses que no son los de Europa»)

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