Un mártir del siglo XX terminó su pasión el 2 de noviembre de 1938: el sacerdote almeriense Mateo López. Otros nueve mártires nacieron ese día: el marista Severino Ruiz Báscones (hermano Feliciano); los sacerdotes diocesanos Josep Boher Foix y Antonio Fuentes; los dominicos Maximino Fernández Marinas y Victoriano Ibáñez Alonso; el marianista Carlos Eraña Guruceta; la Hermana de la Doctrina Cristiana María de Montserrat Llimona Planas; el oblato de María Inmaculada Justo Fernández González y el novicio hospitalario Antonio Martínez Gil-Leonis.
En Eslovenia, se conmemora en esta fecha al obispo mártir san Victorino de Ptuj; en Italia a san Justo de Trieste (ambos de 303); en Turquía a los santos Carterio y compañeros de Sebaste (320); en Persia (Irán) a san Acindino y sus compañeros (350); en las islas británicas, al beato Juan Bodey (1583). En Rusia, la Iglesia ortodoxa ha glorificado a 13 mártires, uno de 1918 (el sacerdote Nicolás Liubomudrov) y el resto de 1937: el obispo Germán Kolel, el laico Pablo Bocharov, el arcipreste Juan Rodionov, los diáconos Miguel Isayev y Pedro Kravets, más los sacerdotes Nicolás Figurov, Juan Ganchev, Leónidas Nikolsky, Alejandro Orlov, Zósimo Pepenik, Juan Rechkin y Juan Tayzin.
Mateo López López, de 27 años y natural de Vera (Almería), era cura regente de Lúcar, murió en su pueblo natal y fue beatificado el 25 de marzo de 2017 en Roquetas de Mar (también Almería). Parece que aunque la persecución provocó su prematura muerte, no fue ejecutado, según los testimonios que presenta su biografía diocesana:
Su antecesor en la Parroquia, el canónigo Sánchez Martínez, escribió: « Los tiempos eran muy difíciles y cuando llegó la Persecución Religiosa en el 1936, las autoridades locales le dijeron que saliera de Lúcar y marchó con su madre a Vera, que era su pueblo natal. Después he sabido que estuvo detenido en la cárcel del Ingenio y estaba muy enfermo por los malos tratos y vejaciones a las que por ser sacerdote era sometido. »
Acerca de su cautiverio, el presbítero don Diego Rubio Gandía contó: « En el Ingenio el sacerdocio no le dejó descansar; ya que quedaban pocos sacerdotes y don Mateo tenía que multiplicarse en aquel lugar, antesala de la muerte, todos querían confesar. » Prácticamente moribundo por la tuberculosis que contrajo, permitieron a su desolada madre llevarlo al Hospital Provincial. Las enfermeras republicanas desoyeron las súplicas maternas y negaron su ingreso hospitalario.
Con enorme dolor, su madre pudo trasladarlo a Vera. Allí concluyó su martirio, a sus veinticinco años de edad y a sus tres años de presbiterado. El poeta Martín del Rey, también preso con el siervo de Dios, le dedicó unos sentidos versos.
A falta de retrato del beato Mateo López, ilustro el relato con la página en que la fiscalía militar (Auditoria del Ejército de Ocupación; en un documento sin fecha titulado «Crímenes rojos», de 124 páginas) estima los asesinados en Almería en 4.000 personas (solo en la capital) y los «religiosos» en 250 (Causa general, legajo 1566, expediente 1).
También era almeriense uno de los nueve mártires nacidos un 2 de noviembre, el concreto el de 1887 y en Mojácar. Se trataba de Antonio Fuentes Ballesteros, párroco de Lubrín, asesinado en Los Gallardos y beatificado como Mateo López en Roquetas.
Para el caso del dominico Maximino Fernández Marinas, que tenía casi 69 años al morir, refiero su vida en forma de entrevista al mártir.
Vivió en Filipinas e Italia, y fue provincial de España
–¿Nació usted en Asturias?
-Sí, en Castañedo de Valdés (no confundirlo con el de Cangas de Narcea), en 1867. Es una de las parroquias del municipio o concejo de Valdés, que a su vez es de los más extensos de Asturias (375 kilómetros cuadrados), dentro de él está también la parroquia de Luarca.
-Veo, don Maximino, que, como buen dominico dedicado al estudio, le sobra información; vamos a dejar un mapa y foto de su aldea y seguimos adelante. ¿Su primer y último convento fue el de Ocaña, en Toledo?
-Sí, allí profesé en 1885, o sea con 18 años, y de allí salí para morir con más de 68…
–Pondremos la foto del convento. Pero entremedias viajó por medio mundo…
-Así es, fui ordenado sacerdote en Manila, Filipinas, en 1896, o sea antes de cumplir los 26 años. Cinco años más tarde, o sea en 1898, caí en poder de las tropas insurgentes, que me tuvieron preso, con muchas penalidades, hasta 1899.
–¿O sea que fue usted de los «últimos de Filipinas»?
-No en el sentido militar o político, pero sí que estuve allí hasta 1902, cuando, muy enfermo, me embarcaron para España, y fui precisamente a Ocaña. Al abrirse el colegio Santa María de Nieva, en Segovia, fui nombrado vicerrector y moderador de los colegiales.
–¿Hasta 1914, cuando le nombraron Provincial de España?
-Sí. Luego fui visitador y en 1919 pasé a Italia para confesar en los santuarios de Pompei y Madonna del Arco, además de ser ecónomo y sacristán en el convento de la Santísima Trinidad de Roma. Pero a los pocos meses caí gravemente enfermo y tuve que volver a España.
–¿Así que en 1920 estaba otra vez en Ocaña?
-Sí, aunque por motivo de la enfermedad el Maestro General de la Orden de Predicadores me concedió durante 10 años que viviera con mis familiares para reponerme. Luego tuve largas ausencias por motivo de encargos que me hacían. Cuando la situación se agravó, en mayo de 1936, volví a Ocaña para proteger a los padres ancianos que allí residían.
–Se entiende que más ancianos que usted, que con 68 años tampoco era un chaval.
-Desde luego. Cuando el convento fue asaltado el 22 de julio de 1936, el prior, Manuel Moreno Martínez, repartió dinero a los otros 31 que vivíamos en el convento, y nos recomendó marchar a donde consideráramos conveniente.
–¿Usted se quedó con el prior?
-Sí, estábamos con fray Eduardo González en una casa, cuando el prior decidió ir a Madrid y allí buscar refugio para todos. En la estación de Ocaña nos dieron un salvoconducto, que en realidad era una sentencia de muerte, ya que o bien llamaban por teléfono a las patrullas y comités o ponían marcas para que supiéramos que éramos religiosos, o sencillamente no éramos capaces de disimularlo por mucho que vistiéramos de paisano. Total, que en el mismo tren correo de Cuenca nos detuvieron el 5 de agosto y al llegar a la Estación de Atocha, en un gran recinto vacío, nos fusilaron, mientras gritábamos: «¡Viva Cristo Rey!, ¡Viva la Iglesia católica!».
–Usted, sin embargo, sobrevivió.
-Sí, Dios sabrá por qué. Me ingresaron semiinconsciente en el Hospital Provincial de San Carlos (hoy ese edificio es el Centro de Arte Reina Sofía, y el Hospital se ha convertido en el Clínico de la Ciudad Universitaria), con 11 balazos en el cuerpo.
-Un hermano de La Salle que lo vio dijo que en el Hospital usted sufrió un suplicio atroz, en medio del mayor abandono y burlas, pero “con laureles de martirio físico y moral”.
-Bien está si él lo dijo así… Dios querría que ofreciera eso en particular por todos los enfermos que pasaron o iban a pasar por ese hospital, o por otros.
-Así que podríamos decir que usted es intercesor de la gente que sufre, y en particular de los que estén en el San Carlos, ya que es el único mártir beatificado de los que allí murieron.
-Que no quiere decir que sea el único que hay ido al Cielo derechito; recuerde que aquí hay muchísimos más de los que son beatificados. Pero sí, hoy por hoy soy un poco como el patrón. Para los viajeros de Atocha, dejamos a mis otros dos compañeros.
-Y ya de paso de los que visiten el Reina Sofía, aunque ya no sea un hospital. -Pues sí, como no, a todos tratamos de proteger desde el Cielo.
-A ver si a cambio le dedican una placa allí.
-Tengo entendido que van a nombrar «Sala beato Maximino Fernández» a la del Guernica.
-¿En serio?
-Es broma, a mí como a todos en el Cielo, lo que nos importa el es bien de las almas, y no provocar polémica. Pero si con esta charla conseguimos que alguien al pasar por Atocha (o por el San Carlos) rece más y pida algún favor del Cielo, con gusto intercederemos.
-Pues no deje de hacerlo por los lectores de este blog, y mande un saludo de nuestra parte a la Reina de los Mártires.
-Está hecho.
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