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Política cristiana y cristiandad en la acción inmediata: eutanasia y derecho de los padres

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En España -no solo en ella; es bastante común en Europa- la característica más importante de los cristianos que quieren vivir como cristianos es su inanidad política. Y la de la institución eclesial, la de su ausencia. Las diferencias, para situar una referencia, entre las conclusiones de Aparecida del episcopado latinoamericano, y su práctica, y nuestra situación, mueven necesariamente a la reflexión de como pueden ser tan grandes.

A partir de aquí, la reflexión ligada a la acción, porque solo ella completa el sentido, es un imperativo. Más ahora que se ciernen dos nuevas pruebas que se acumularán a los retrocesos anteriores. La ley sobre la eutanasia, que el gobierno de Sánchez deliberadamente quiere situar en el frontispicio de su mandato, y la ulterior sobre educación, y la pretensión de que la “sociedad” representada solo por el estado, sea la responsable de la educación de nuestros hijos.

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En mi anterior texto constataba la necesidad de una gran alianza, de un gran acuerdo, para llevar al espacio público el punto de vista cristiano, que preciso, debe ser en dos ámbitos distintos y complementarios. Hacia los católicos propiamente dicho, y este plano requiere argumentos y motivaciones desde la fe. Es necesario porque a causa del vacío demasiados católicos se inclinan por asumir las razones del poder. Hay que empezar por corregir esto.

Un segundo ámbito del debate y crítica es el que dirigimos a toda la sociedad, católicos y no católicos, y en el cual el argumento de la fe deja paso al de la razón, que cuenta con el implícito de estar potenciada por aquella fe, pero que no usa de sus categorías.

Hay que llamar a los políticos católicos a comportarse como tales. Quien mejor puede hacerlo es la autoridad de la propia institución. Pero los cristianos laicos, desde la fraternidad organizada también podemos contribuir a ello. Esta es una gran tarea porque significa trabajar para superar otra de nuestras grandes debilidades, fruto de entender la presencia del católico en política bajo dos extremos. Una la de considerar que un político -y como más destacado sea, todavía más- no puede tener un fuerte compromiso católico, porque por su condición política marca la dimensión cristiana; luego no hay que estar. Y si se está, jamás asumir papeles de representación, o de peso o de singularización. El resultado es que cada vez hay menos católicos que quieran vivir como católicos en nuestra vida política. El resultado está a la vista y las amenazas también.

Esta posición se alimenta de la contraria: la del cristiano metido hasta los tuétanos, y que por esta razón sitúa las premisas del partido antes que las de su fe. No ve contradicción entre trabajar a favor de propuestas contrarias a lo que su fe le dicta, llámese eutanasia, llámese supresión del derecho de los padres a la educación de sus hijos, y su confesión religiosa. Eso lo consigue mediante interpretaciones. Asfixia el mensaje de Dios a base de establecer distinciones y aproximaciones. En realidad, hace lo necesario para conciliar lo que no se puede conciliar.

Ambas posiciones nos dañan, muestran una doble debilidad: la de los laicos que no son capaces de abordar la cuestión fuera de esta doble polaridad, y la de la institución eclesial por no acompañar con comprensión y exigencia a los católicos comprometidos en la política.

La respuesta, la superación de ambos errores, es muy evidente. El cristiano debe comprometerse políticamente, y ha de hacerlo de manera que sea fiel a su fe, no interpretada desde la subjetividad de sus intereses, sino desde lo que establece la Iglesia sobre la política, la economía, y la sociedad; su doctrina social, que no lo olvidemos, responde a cómo aquellos temas concretos deben ser pensados desde la mirada de Dios, del Dios que nos habla en el Sermón de la Montaña. Eso es muy difícil hoy en día, pero la dificultad forma parte de la vida. ¿O acaso no lo es disponer de trabajo, desempeñarlo bien, la vida en familia, la educación de los hijos, afrontar la enfermedad o un accidente? Y lo hacemos, pues también esto debe darse en el ámbito político. Porque la dificultad siempre debe ser un estímulo, y no una razón para la parálisis.

Y junto con esta acción directa en la política de partidos, la otra, en el plano no partidista pero sí político, de las vías de participación, que es precisamente el terreno donde debe producirse la gran alianza para actuar frente a las nuevas amenazas. Una acción que debe ser continuada en el tiempo, y no puede finalizar -ese ha sido siempre otro error- cuando la legislación resulta aprobada, sino que entonces hay que redoblar la observación, la crítica y la propuesta, hasta transformarla. El gran error pasado ha sido dar por perdida la batalla cultural y política una vez se han aprobado leyes adversas.

Porque la tarea de los cristianos es construir la cristiandad como camino necesarios para aproximarnos a la realización del Reino de Dios en el ámbito del pueblo, que solo se consumará al final de los tiempos, bajo el mandato de avanzar hacia él no solo como individuos, en nuestro interior y testimonio individual, sino como pueblo de Dios que necesita, por tanto, de la acción colectiva; esto es, política.

Nos hemos acostumbrado a asumir que existe un conflicto entre cristianismo y cristiandad. Pero esto es debido a la colonización ideológica bajo la que vivimos. Hay conflicto cuando la idea de cristiandad está adulterada y se traduce en lo que no es: en idolatría de la nación y del estado, cuando se presenta en términos contrarios a la pluralidad, en lugar de fraternidad de los hijos de Dios, cuando liquida la subsidiariedad, cuando persigue o practica la dictadura de la mayoría. Cuando, en definitiva, ignora la visión de Dios sobre el hombre y la sociedad que nos explica Jesucristo. Todo esto no es cristiandad.

Ella es la concreción en las instituciones, entendidas en el más amplio sentido de la palabra, del cristianismo completo, no de retazos interesados del mismo, en el camino de la construcción del reino de Dios.

Y esa es la tarea que debe aflorar con fuerza ante la eutanasia y la vulneración del derecho de los padres.

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