Entre los asesinados el martes 25 de agosto de 1936, han sido beatificados 25 mártires del siglo XX en España, diez de ellos murieron en la provincia de Tarragona en la primera matanza de presos del barco-prisión Río Segre: seis de ellos en Valls (cuatro sacerdotes seculares –Josep María Panadés, Antoni Prenafeta, Miquel Grau y Pere Farrés-, un hermano coadjutor claretiano y el hermano capuchino fray Carmel de Colomers) y cuatro en Vila-rodona (hijos de la Sagrada Familia); además, hay dos sacerdotes claretianos –Enrique Cortadellas Segura y Juan Busquet Llucià (beatificados en Barcelona el 21 de octubre de 2017)- más el sacerdote secular Joan Vernet en la provincia de Lérida, dos agustinos y un salesiano en Málaga; los dominicos Vicente Álvarez Cienfuegos en Madrid y Luis Urbano en Valencia; dos capuchinos en Barcelona, un laico y un sacerdote en Almería, el lasaliano Salvio Tolosa en la provincia de Gerona, el laico vicenciano Francisco García Balanza en Cartagena, y en Asturias el padre Juan Pérez Rodríguez, que comenzó la labor de los agustinos en Argentina.
En Francia, se conmemora el martirio de san Ginés de Arlés (303) y del sacerdote cisterciense Pablo-Juan Charles (1794); en Italia el de santa Lucía de Siracusa (304) además del de los santos Eusebio, Ponciano, Vicente y Peregrino; en España el de san Magín de Tarragona (306); en Japón, el de los religiosos mártires Miguel Carvalho, Pedro Vázquez, Luis Sotelo, Luis Sasanda y Luis Baba (1624); en Rusia se conmemora a un grupo de mártires, entre ellos el archimandrita Varlaam Konoplev y el sacerdote Joasaf Panov, martirizados en 1918, y cuatro martirizados en 1937: el arcipreste Leonid Biryukovich, más los sacerdotes Nikolai Dobroumov, Iván Nikolsky y Nikolai Orlov.
La primera gran matanza del Río Segre: cantando por las calles de Valls
Josep María Panadés Tarré, tarraconense de 64 años, sacerdote desde 1899, era el capellán de las Hermanitas de los Pobres en Tarragona. Al estallar la guerra se refugió entre los ancianos, como uno de ellos, pero seguía celebrando con las hermanitas los actos religiosos y lo hacía con tanta devoción y piedad que conmovía a los presentes. Detenido con motivo de un registro, fue conducido al barco prisión Río Segre.
Miquel Grau Antolí, castellonense de Herbés y de 66 años, sacerdote desde 1892, era ecónomo de San Juan de Tarragona en 1936. Fue encarcelado en el barco prisión Río Segre.
Pere Farrés Valls, de 33 años, sacerdote desde 1923, era chantre de la catedral de Tarragona. El 24 de julio dijo a su madre: «¡Ay madre! ¡Dichoso quien puede morir por Dios, os podríais considerar feliz si yo fuera destinado!». Tenía un copón con formas que había retirado del Convento de las Carmelitas Descalzas y, temiendo una posible profanación, dijo a su madre: «No estoy tranquilo, las consumiré». La madrugada del 25 se presentó un grupo de milicianos preguntando por el cura. Farrés no negó ni disimuló su estado sacerdotal, pero lo dejaron en paz diciéndole: «¡Quédese tranquilo!».
En la calle increparon a los milicianos: «¡Cómo!, ¿siendo cura, lo dejáis?». Así que volvieron al rato a detenerle. Se despidió de su madre: «¡Adiós madre, hasta el Cielo!». Lo llevaron al barco Río Segre. El 24 de agosto, su hermana Candelaria le mandó en un papel un mensaje animándole a saber morir confesando a Cristo; a lo que le contestó: «No hace falta que me lo digas, porque ya sé cuál es mi deber; quédate tranquila». Farrés fue quien dirigió los cánticos de los mártires mientras atravesaban Valls en camión camino del cementerio y más allá.
30 años misionero en Fernando Poo
Antoni Vilamassana Carulla, de 66 años e ilerdense de Massoteres, ingresó en los claretianos como hermano coadjutor en 1884 y estuvo 30 años de misionero en Fernando Poo (1887-1917), volviendo a la península con la salud arruinada. Destinado a Tarragona (calle San Lorenzo), se ocupó de la cocina, sastrería, limpieza y todo lo que necesitara la comunidad, compuesta por profesores de la Universidad Pontificia. Al dispersarse la comunidad, se ofreció para acompañar al superior, padre Frederic Vila, y juntos fueron arrestados y enviados al vapor Río Segre. Cuando oyó allí que decían su nombre el 25 de agosto, se confesó por última vez.
El Río Segre, de 5.000 toneladas, llegó a alojar a 300 presos, de los cuales, según Antonio Montero, salieron sentenciados a muerte 218. Las fechas con mayor número de ejecuciones fueron las del 25 y 28 de agosto y el 11 de noviembre. El primero de esos días salieron sesenta personas en cuatro sacas, por la mañana, a mediodía, por la tarde y por la noche.
La más nutrida de clérigos fue la de las 18 horas, en un camión con toldo escoltado por cuatro coches, que llevaba a doce presos: diez sacerdotes seculares —entre ellos los cuatro beatificados—, el capuchino Enric Salvà Ministral (Carmel de Colomes), de sesenta y dos años, y el claretiano Vilamasana; y que había dejado en un comité de Tarragona a tres lasalianos que serían ejecutados al día siguiente. En Valls, a esta docena se le unió otra de jóvenes católicos, terminando la escena como relato en el artículo sobre Pere Farrés.
Prefiero volverme. Matarán a mi hermano y prefiero que me maten a mí
El sacerdote claretiano Enrique Cortadellas Segura, había nacido en Les Oluges (Lérida) el 3 de noviembre de 1909, por lo que contaba 26 años cuando lo martirizaron en Cervera. La biografía de la beatificación reseña que su familia fue a buscarle el 21 de julio de 1936 cuando la revolución forzó a los claretianos a dispersarse, y que dio marcha atrás en su huida para evitar que mataran a su hermano:
Cuando su familia se enteró que la ex Universidad estaba acordonada, su hermano José fue a buscar al P. Enrique y, después de no pocas peripecias, lo llevó a la casa de sus padres en Olujas, poco distante de Cervera, pensando que era un lugar seguro. Pero, como se ha dicho en alguna otra ocasión, la casa de los familiares encerraba muchos peligros como delación, registros, etc. En esta huida le acompaño el estudiante José Berenguer, también profesor de niños en el colegio. Este luego se marchó.
Durante el tiempo que estuvo en su casa, nos informa su cuñada Dª. Josefa Carulla que se dedicaba al rezo del Breviario con el único tomo que le habían dejado, el santo rosario en familia y les explicaba la vida del santo del día. También ayudaba en las faenas de la trilla y oras propias de una casa de labranza. Tenía un trato exquisito con todos. A pesar de que estaba tranquilo, las noticias que recibía sobre los fusilamientos de sus compañeros le hicieron sufrir mucho. ¡Perdió nueve kilos!
Sigue informando la citada cuñada del P. Cortadellas, que algunas veces, ante las noticias que llegaban, su madre le decía que sentía pesar por haberle permitido hacerse religioso. Él enseguida replicaba que si cien veces volviese a vivir, otras tantas ingresaría en la misma Congregación, con riesgo de perder la vida. También le decía que estuviera tranquila, que si le mataban iría al cielo y rogaría por ellos.
También hablaba mucho con su hermano Tomás sobre los acontecimientos y le manifestó su presentimiento de que iba a morir mártir.
El día 24 de agosto volvió el estudiante José Berenguer y también llegó un aviso de que habían de venir los de la C.N.T. Por ello el P. Cortadellas y el estudiante pasaron la tarde escondidos fuera de casa. Viendo que no venían, al atardecer volvieron a la casa. Pero, a las once y media de la noche sonaron a la puerta golpes desacostumbrados. La cuñada del Padre se asomó al balcón y vio mucha gente armada. Era del Comité de Cervera, de la C.N.T., que pedía les abriesen la puerta. Su hermano José, antes de bajar a abrir la puerta, avisó al Padre y a su compañero para que escapasen aprovechando la oscuridad. Estos lo intentaron por la puerta del corral que daba al campo.
Al abrir la puerta, los del Comité dijeron:
Venimos a hacer un registro. Sabemos que tenéis cosas de la Universidad de Cervera.
En ese momento escucharon el tiroteo dirigido a los fugitivos. No habían dado cuatro pasos cuando les echaron el alto y unos cuantos disparos. Ellos dijeron: Mira, ¡ya empiezan a cazar perdices! Entonces dos milicianos quedaron custodiando al hermano y cuñada del Padre y los demás fueron a por los Padres, que podían haber escapado. El P. Enrique al ver aquello volvió para atrás, pues dijo:
Prefiero volverme. Matarán a mi hermano y prefiero que me maten a mí.
Llamó a la puerta del corral y fueron a abrirle sus familiares acompañados por los dos milicianos. Al verlo, gritaron y dijeron:
Ya lo tenemos. Nos falta otro aún, refiriéndose a Berenguer.
El Berenguer se escondió en otro corral, donde lo encontraron y lo prendieron. A este le preguntaron quién era y uno de los milicianos comenzó a hacer un discurso anticlerical diciendo que estos no podían vivir en aquel régimen. El discurso duró casi hora y media. Al P. Enrique no le preguntaron nada. Por último dijeron: ¡Basta ya! Seguidnos, refiriéndose a los Padres.
Entonces el P. Enrique abrazó a su madre diciendo:
¡Adiós madre, hasta la gloria!
Los demás familiares también le abrazaron, de modo que no le dejaban marchar. Fueron inútiles las tentativas de los familiares. Se lo arrancaron con violencia, a culatazos. El P. Enrique dijo en aquel momento:
¡Cuán doloroso es tener madre en ciertos momentos!
Los coches los había dejado a las afueras del pueblo, junto a laderas. El jefe de los milicianos dispuso que los llevaran a cada uno en un coche distinto. Al P. Enrique lo llevaron al coche, pero no lograban ponerlo en marcha. Los otros milicianos fueron a ver, quedando uno solo con Berenguer. El coche arrancó y llevaron al P. Enrique a Cervera. Berenguer al verse solo con un solo miliciano, quien al querer abrir la puerta del coche no pudo y se lo dijo al miliciano. Este se empeñó en abrirla con una mano mientras en la otra tenía la pistola. Entonces el Berenguer le dio un fuerte puñetazo en la mano que tenía la pistola, cayendo esta al suelo y al instante echó a correr. Se sucedieron gritos y disparos. Encendieron los focos del coche y rastrearon la zona sin éxito. Logró esconderse en un pajar.
Como se les había escapado uno, volvieron a la casa y se llevaron a José a Cervera. Allí, ante el Comité, se encontró con Enrique. No se dijeron nada porque había gente, pero pensaron que les mataban a los dos. A José le dijeron; Cómo es que tuvieses esta gente en casa. ¡Habías de coger una pistola y matarlos!. Él respondió: ¿
¿Así se han de matar los hermanos? Ellos contestaron: Pues al menos los habías de echar.
Entonces el P. Enrique, para salvarlo, dijo:
Él ya quería echarme. Mas estaba el padre y no pudo hacerlo.
Uno de Cervera que conocía a José, dijo: A este dejadle, yo le conozco, es trabajador, labrador. Y dos milicianos le volvieron a su casa a las cuatro de la madrugada.
Al P. Enrique, esa misma madrugada lo llevaron al cementerio. Según confidencias de un miliciano, la ejecución fue así: le habían atado las manos con un cordel rojo; antes de que le fusilasen pidió a los verdugos que le dejasen rezar. Se lo concedieron. Se arrodilló, y como tardase en terminar, le dijeron:
¡Bueno, ya hay bastante!
Le mandaron que se colocase al lado de otro sacerdote de Gramuntell que habían matado, y se negó. Entonces dispararon.
Al enterarse del asesinato la familia Turull ofreció un nicho para su enterramiento y después de algunas gestiones, lo enterraron en un nicho de la dicha familia.
Fusilado por la columna Durruti
El padre Juan Busquet Llucià había nacido en Santa Margarida de Montbui (Barcelona) el 13 de enero de 1868, por lo que contaba 68 años, estaba casi ciego y con la salud muy deteriorada cuando lo martirizaron. La biografía de la beatificación recuerda que llevaba en Lérida capital desde 1913:
El día 21 de julio de 1936 fue apresado junto con los otros miembros de la comunidad y llevado junto con el P. Codina a declarar ante el Gobierno Rojo, instalado en la sede de la Generalidad. Mientras al P. Codina lo condenaron a la cárcel, al P. Busquet lo dejaron libre porque siendo viejo y casi ciego no representaba ningún peligro. Así pudo refugiarse en la casa amiga de donde había salido. Por la tarde de ese día llegó a la casa de Dª Rosa Mural porque allí había quedado el Santísimo Sacramento.
Durante el tiempo que estuvo en esta casa el P. Busquet confesaba y distribuía la comunión a quien se lo pedía. Las amplias facultades que el P. Maroto había pedido a la Santa Sede para poder celebrar la Misa sin ara, ni ornamentos y con un vaso de vidrio decente no fueron concedidas hasta el día 22 de agosto. El Padre pedía a Dios que le hiciera digno del martirio como sus hermanos de comunidad.
Dado que la situación no mejoraba y se agravaban los temores de persecución contra los que habían acogido a los sacerdotes y religiosos, determinaron preparar la huida del P. Busquet, aun privándose de todos sus auxilios y vida ejemplar, a la casa de los antepasados de la Sra. Rosa, en los Masos de Millá, en la montaña. Para hacerlo más fácil sacaron pasaporte para el P. Busquet y un tío de la Sra. Rosa, que irían acompañados por algún niño. Cuando el día 21 de agosto de 1936 fueron a la estación de Autobuses para sacar el billete, en la taquilla les pidieron el pase para viajes, que no lo tenían, y además el P. Busquet fue reconocido como sacerdote, por lo cual fueron detenidos y llevados a la cárcel ese día 21, como atestiguó el oficial de prisiones, donde fue inscrito con el nombre supuesto de José Puig Lluciá.
Al anochecer se presentaron en la casa de la Sra. Rosa unos individuos armados preguntando dónde habían tenido al P. Busquet, practicando seguidamente un registro e informando que el Padre y su acompañante estaban en la cárcel. Desde entonces les llevaba comida y lo necesario en la prisión.
La vida que hacía en la cárcel, como estaba achacoso y casi ciego, era de resignación a la voluntad de Dios y oración, manifestándose siempre animoso y sereno, aunque esperaba la muerte. También ejercía su ministerio entre sus compañeros, confesaba a los que se lo solicitaban.
El día 25 de agosto hacia las 10 de la mañana, unos grupos de milicianos de la columna Durruti asaltaron la cárcel y sacaron a 25 presos. Hicieron tres grupos de presos, entre los que estaban el Dr. García, deán y Vicario General, el P. Busquet y otros sacerdotes. El P. Busquet pidió la chaqueta, pero le dijeron que no la necesitaba, porque no iba a constiparse. Los llevaron al Campo de Marte, donde los fusilaron.
Un día la Sra. Rosa encontró en la cesta que le devolvía su tío, con alguna prenda de vestir que le habían dado al P. Busquet, un papelito en el que decía que en adelante sólo llevara la mitad de la comida. De ahí dedujo que le habían fusilado.
Dos agustinos torturados y acuchillados en Málaga
Fortunato Merino Vegas, de 43 años y palentino de Iteroseco, fue ordenado sacerdote agustino en 1916. Estuvo escondido en Málaga hasta el 25 de agosto, día en que fue arrestado y asesinado, junto con el hermano Luis Gutiérrez Calvo, de 48 años y vallisoletano de Melgar de Abajo, en el callejón de la Pellejera, cerca de la calle Mármoles. El registro y arresto siguió al de dos mujeres que prestaron testimonio sobre las torturas sufridas por los agustinos:
«Fueron interrogados, ya bien entrada la noche, durante un tiempo prolongado en medio de grandes voces, insultos, blasfemias y malos tratos. Hacia las dos o tres de la madrugada de aquella noche les sacaron con mucho ruido. Todo se quedó sosegado. En torno a una hora después volvieron a entrar donde estaban las sobrinas del provisor de Málaga, y ellos mismos confesaron que les habían matado. Parece ser que les dispararon a las piernas y otras partes del cuerpo dejándoles malheridos. Los mismos asesinos volvieron tras algún tiempo a rematarlos. No sólo los mataron a tiros, hay señales de que también los acuchillaron. Se pudo recobrar la cédula de fray Luis ensangrentada y atravesada por un corte de arma blanca. Aunque corren varias versiones sobre el lugar donde fueron sacrificados, parece ser que el Callejón de la Pellejera, muy cerca de la iglesia de la Zamarrilla, es el que ofrece más probabilidades. Sepultados en el cementerio de San Rafael, sus restos reposan ahora en la catedral de Málaga.»
Con los agustinos habían sido detenidos el salesiano Manuel Fernández Ferro, el párroco de Periana y el dueño del hotel Imperio de Málaga, Francisco Cabello, mencionado en la historia del beato Francisco Míguez.
Comenzó los trabajos de los agustinos de Argentina
Por último, el sacerdote agustino Juan Pérez Rodríguez, de 58 años y zamorano de Andavías del Pan, vivió en la ciudad de Paraná (Argentina) entre 1902 y 1908, como profesor y procurador de la casa parroquial, y entre 1911 y 1918 como director de un colegio y cura rector de la parroquia de San Miguel. Los agustinos tomaron posesión de ella en 1901, invitados por el obispo local Rosendo Lastra. Al año siguiente se inauguró el colegio en un edificio aledaño a la iglesia, actual sede del Museo de Ciencias Naturales y Antropológicas Antonio Serrano.
Paraná es la primera ciudad del país en que desembarcaron los agustinos. «Se habían matriculado 88 alumnos, número algo excesivo para la capacidad del local, por lo que habría que buscar locales más amplios, lo que no iba a ser fácil, dada la oposición de liberales y masones, que desde sus altos cargos públicos, no admitían la existencia de un colegio religioso en la ciudad», recuerda en un ensayo sobre la vida de Juan Pérez Rodríguez, el también agustino Teófilo Viñas Román. Por entonces Paraná tenía 36.000 vecinos. Tras la marcha del padre Pérez Rodríguez en 1918 hacia Buenos Aires, en 1920 se decidió el cierre de la fundación y el retiro de la Orden Agustiniana de Paraná, decisión que causó al obispo Abel Bazán «sorpresa, contrariedad y sentimiento», pero no rencor, ya que hizo un «gran elogio para los padres que allí habían trabajado». El padre Pérez fue asesinado en Gijón.
Dos capuchinos en Barcelona: «por la Cruz entré en la orden y por la Cruz quiero morir»
El clérigo capuchino Tomás (Buenaventura de Arroyo-Cerezo) Díaz y Díaz, nacido el 7 de marzo de 1913 en Arroyo-Cerezo (Valencia, tenía 23 años), fue asesinado en La Sagrera (Barcelona), después de negarse a blasfemar y decir en cambio: «por la Cruz entré en la orden, y por la Cruz quiero morir»; y el sacerdote capuchino Sebastià (Zacaries de Llorenç de Penedès) Sonet Romeu, nacido el 4 de junio de 1884 enLlorenç de Penedès (Barcelona, tenía 52 años), a quien durante la revolución protegieron mientras pudieron los anarquistas de la CNT en el Hotel Continental, fue asesinado en Barcelona. Ambos fueron beatificados en la ciudad condal el 21 de noviembre de 2015.
En la provincia de Almería fueron asesinados este día el sacerdote Luis Almécija (cuyo martirio se recoge en el artículo del 23 de abril) y el laico de 35 años Juan José Vivas-Pérez Bustos, farmacéutico natural de la capital de esa provincia, asesinado en ella y beatificado en Roquetas de Mar el 25 de marzo de 2017. Continuó las obras de beneficencia que había fundado su padre y además el periódico La Independencia, lo que le costó la vida, según la biografía diocesana:
Odiado por liderar el periodismo católico, le incautaron la Farmacia y hasta su propia casa. Rápidamente fue detenido y enviado al convento de las Adoratrices. Un niño de sus escuelas recordaba: « Cuando le detuvieron le quitaron el rosario que llevaba siempre, por lo que haciendo nudos en una pequeña cuerda se hizo uno en la prisión. » Su delicadeza para con los demás llegó al extremo de tramitar, desde la cárcel, el finiquito a sus empleados.
A principios de agosto lo llevaron al barco Capitán Segarra, donde sufrió tortura y fue obligado a limpiar inmundicias. En la víspera de la Asunción fue martirizado en la playa de la Garrofa a sus treinta y cinco años. Cerró sus labios dirigiéndose a sus verdugos: «He vivido como cristiano y por cristiano me matáis. Para Dios nací y para Dios muero. ¡Viva Cristo Rey! »
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