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Reino Unido, un año después del Brexit

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El Reino Unido, con su el primer ministro británico, Boris Johnson, celebraba la salida de la UE, en diciembre de 2020, con la firma de un Acuerdo de Comercio y Cooperación con la UE. Al cabo de un año, son cada vez más evidentes los perjuicios que el Brexit está causando en la economía británica, a pesar de que los costes y beneficios todavía no se hayan calculado de manera oficial. Esto es así porque el gobierno británico no ha implementado plenamente aquel Acuerdo y porque la pandemia ha eclipsado el Brexit. Su impacto económico ha quedado efectivamente ocultado por el mayor impacto (de momento) del coronavirus.

Según un estudio publicado por el prestigioso think tank británico Centre for European Reform, el comercio de mercancías medido en septiembre de 2021 fue un 11.2% inferior al que el Reino Unido habría tenido en caso de continuar siendo miembro del mercado interior y de la unión aduanera de la UE. Otro estudio de la Universidad de Oxford indica que el porcentaje de exportaciones e importaciones en relación con el PIB ha descendido, y que el impacto negativo a largo plazo del Brexit sobre el PIB británico puede estimarse en un 4%.

A finales de 2021, Boris Johnson no estaba, por tanto, en condiciones de celebrar muchas cosas. El primer ministro se enfrentaba a una retahíla de malas noticias:

Rebeliones dentro de su propio grupo político conservador, derrota tory importante en una elección parcial, gran irritación popular después de haberse publicado la noticia de que el primer ministro y colegas suyos habían organizado y participado en fiestas durante los confinamientos. de 2020, etc. El revés quizás más fuerte le llegó el 18 de diciembre, cuando Sir David Frost, ministro y jefe negociador del Brexit, dimitió proclamando abiertamente su frustración por la incapacidad gubernamental de sacar adelante una agenda postBrexit ambiciosa. Frost fue una figura clave en las largas negociaciones del Brexit con la UE. En los últimos meses, había mantenido intensas ruedas de negociaciones con el vicepresidente de la Comisión Europea, Maros Sefcovic, para superar las diferencias sobre la implementación del llamado Protocolo para Irlanda del Norte, pensado para evitar una frontera física entre las dos Irlandas a fin de no perjudicar el proceso de paz.

Ante este panorama, los líderes del partido laborista declaraban que en el Gobierno de Boris Johnson imperaba «el caos y confusión».

Algunos problemas importantes del primer ministro se atribuían a sus defectos personales, tales como arrogancia, comportamientos erráticos, olvidos incomprensibles, decisiones estrafalarias, desprecio de normas elementales de conducta, etc. Dejando a un lado su tradicional hostilidad respecto a la UE, que no ha facilitado precisamente las relaciones entre ambas partes, los hechos están demostrando que Frost tenía razón en sus acusaciones centrales.

El gobierno británico, en contra de las promesas iniciales de Johnson y de los conservadores más radicales anti UE, navega a la deriva sobre el Brexit. Es evidente que el ritmo de crecimiento de la economía británica ha disminuido, que se han conocido importantes dificultades en suministros y que la salida de la UE ha perjudicado a las perspectivas del país. Las previsiones del propio gobierno británico indican que, a largo plazo, el Brexit supondrá una gran pérdida de productividad, que se calcula alrededor del 4%.

El problema para Londres no es tanto el tipo de Brexit adoptado, sino el rechazo a aceptar la realidad de los flujos comerciales.

El ejemplo más claro del marasmo es el caso de Irlanda del Norte. Esta  cuestión es la más importante de las muchas no resueltas desde la adopción del Acuerdo de Comercio y Cooperación con la UE de diciembre de 2020. El Reino Unido eligió un Brexit de “máxima soberanía” y de “control nacional“, a expensas de abandonar el sistema comercial de la UE. Ésta, consciente de la fragilidad de la paz en el Ulster, ofreció un acuerdo especial en virtud del cual Irlanda del Norte seguía perteneciendo al mercado interior y a la unión aduanera europea. Así se evitaba imponer una «frontera dura» entre las dos Irlandas, la del Norte y la República de Irlanda. Esto suponía el establecimiento de controles aduaneros  en el Mar de Irlanda, un acuerdo específico del tratado de salida de la UE que el Reino Unido firmó y que subsiguientemente Lord Frost calificó de “inaceptable” y que, además, intentó incumplir, sin conseguirlo.

El Acuerdo vigente establece que Irlanda del Norte sigue vinculada al mercado único comunitario, por lo que las mercancías que cruzan ese territorio y el resto del Reino Unido deben pasar controles aduaneros en los puertos de la región, de forma que se asegure que las fronteras entre ambas Irlandas siga siendo invisible, elemento clave para el proceso de paz y la economía de la isla en su conjunto. Las vacilaciones británicas entre estas dos opciones son perturbadoras: escapar del marco normativo de la UE o aceptar las reglas del mercado interior europeo. Londres también rechaza poner a Irlanda del Norte bajo la autoridad del Tribunal de Justicia de la UE (TJUE), algo inadmisible por parte Bruselas.

Boris Johnson necesita una buena dosis de realismo.

Irlanda del Norte no puede estar al mismo tiempo dentro y fuera del sistema comercial de la UE. También hay que reconocer, por un lado, que los controles aduaneros en mar abierto son caros y complejos y, por otro lado, que una relación comercial privilegiada con la UE es muy conveniente para Irlanda del Norte, una de las regiones más pobres del Reino Unido. Londres debe valorar los costes y los beneficios de su divergencia con la UE y actuar en consecuencia. La Comisión Europea hace ya tiempo que se ha manifestado sobre el protocolo de Irlanda del Norte. Está abierta a soluciones creativas, pero no está dispuesta a renegociar el Acuerdo.

Después de un año de la firma del Acuerdo de Comercio y de Cooperación con la UE y dos años después de que fuera negociado el Protocolo sobre Irlanda del Norte, ambas partes continúan bloqueadas en una disputa sobre cómo aplicar el Brexit en el Ulster sin provocar disrupciones comerciales o sin romper la paz entre ambas Irlandas. Si esto no se logra, el Reino Unido podría verse tentado a aplicar el artículo 16 del Acuerdo Comercial y de Cooperación con la UE, una cláusula de emergencia que permite a ambas partes la suspensión de partes del acuerdo si creen que no están funcionando bien. Esto podría conducir a una peligrosa carrera de amenazas, represalias y contra-represalias.

Pero las dimensiones y las consecuencias del problema de Ulster van mucho más allá.

La mayoría de norirlandeses se opusieron al Brexit y ahora están comprobando que es un veneno debido a los problemas de suministro, la burocracia y los controles aduaneros. El Partido Unionista Democrático (DUP)  fundado por el reverendo Paisley, hasta ahora mayoritario, cometió el error táctico de apoyar la salida de la UE, y ahora presiona para que Londres rompa los acuerdos con Bruselas. Su apoyo ha caído en los sondeos a un escuálido 15%, mientras que el Sinn Féin, el antiguo brazo político del IRA, ha obtenido un 26%. Si esta tendencia se hiciera realidad en las elecciones de la primavera, los hijos del IRA se convertirían en la fuerza mayoritaria en el Ulster y nombrarían al primer ministro, lo que los protestantes difícilmente aceptarían. Este momento de posible gran cambio, de cambio verdaderamente existencial, se avecina más y más. Una victoria del Sinn Fein a ambos lados de la frontera sería una revolución en muchos sentidos y acercaría la reunificación de la isla. El sur recuperaría los seis contados perdidos, pero heredaría una factura de 12.000 millones de euros al año, el gasto público con el que Londres subvenciona al Ulster.

Una victoria del Sinn Féin a ambos lados de la frontera sería una revolución en muchos sentidos y acercaría la reunificación de la isla

Después de un año del acuerdo sobre el Brexit, el Reino Unido no sólo conoce importantes dificultades comerciales y económicas por su causa, sino que también comprueba el fracaso de su nueva estrategia de nostalgia imperial, llamada Global Britain. La gran alternativa comercial de establecer un acuerdo comercial con Estados Unidos se ha evaporado. Los nuevos acuerdos con Australia y Japón son poco relevantes.

Las críticas contra Boris Johnson siguen subiendo de tono en el Reino Unido. El partido tory parece cansado de aguantarle y los laboristas comienzan a levantar la cabeza. El partido conservador puso a Johnson al frente para ejecutar el Brexit y ganar las elecciones, pero ahora desconfía de su populismo, de su ego y de un programa- en palabras de un diputado- “peligrosamente socialdemócrata, basado en el intervencionismo estatal en lugar del espíritu de libre empresa, que en vez de romper las cadenas de la UE está acercando nuestra economía a las de la Europa continental“.

Los defensores más radicales del Brexit soñaban con impuestos bajos y en menores regulaciones. Deseaban que el Reino Unido se convirtiera en una especie de Singapur-on-Thames.

Pero el caso es que muchos votantes prefieren todavía el modelo social-democrático europeo. El gobierno de Boris Johnson ha subido considerablemente el salario mínimo y ha aumentado impuestos para pagar la sanidad, incumpliendo sus promesas. La capacidad del primer ministro de desengañar a unos y otros es muy alta. Se podría encontrar en la situación de haber ganado una batalla, hace un año, y de estar a punto de perder la guerra. Churchill, a quien él querría parecerse, ganó la guerra, sin embargo perdió las siguientes elecciones ante los laboristas.

Las malas noticias para Boris Johnson no paran de llegar. Las relaciones con Francia se han enfriado, primero debido a la firma reciente del acuerdo AUKUS -una alianza militar entre Estados Unidos, Reino Unido y Australia- y después por el conflicto pesquero. El independentismo escocés gana terreno, así como la posibilidad de la reunificación de las dos Irlandas, todo gracias al Brexit.

La mayoría de analistas coinciden en afirmar que, a medio y largo plazo, el balance del Brexit será negativo. Que para el Reino Unido será muy mal negocio y, en menor medida, también para la UE.

Encuestas recientes indican que la mayoría de británicos reconocen el gran error de la convocatoria del referéndum de 2016, por culpa de un David Cameron enloquecido, y son partidarios de la reincorporación del Reino Unido a la UE.

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