La elección del nuevo líder del PP ha estado acompañada de una cascada de reacciones desde todos los ámbitos de la sociedad, especialmente desde los medios de comunicación de la izquierda. Aunque aún no ha tomado decisiones, ni en un sentido ni en otro, algunos intentan quitar legitimidad a Pablo Casado, otros lo critican duramente por su giro a la derecha o por ver amenazado el espacio político ganado en los últimos tiempos. Pocos ven este cambio como una oportunidad para, dejando de lado las diferencias políticas, alcanzar acuerdos sobre temas importantes. Existen tres particularmente urgentes.
En primer lugar, resulta imprescindible un Pacto por la familia, la vida y la dignidad de las personas, con el objetivo de reconstruir nuestra sociedad actualmente herida. Contemplar medidas para favorecer la maternidad y lograr una integración real de la mujer en la vida social, sin tener que optar entre ser madre o realizarse profesionalmente; apoyar a las mujeres embarazadas en circunstancias difíciles para que libremente puedan optar por seguir con su maternidad; ayudar y atender a las personas que viven el miedo ante la enfermad incurable, a la soledad o al abandono de los suyos; ampliar y mejorar los cuidados paliativos y concienciar a la sociedad de la necesidad de atender dignamente a todas las personas, no son medidas ideológicas, sino decisiones que pueden contribuir a regenerar la sociedad, a fomentar la solidaridad, a erradicar la violencia y, en definitiva, a hacer sostenible el Estado de Bienestar.
En segundo lugar, es crucial un Pacto por la Educación. La educación de nuestros hijos ha de quedar fuera del debate ideológico de carácter político y, contando con los padres y madres, escuchando sus demandas, respetando su derecho a educar conforme a las propias convicciones, ha de fomentarse una escuela que forme personas maduras y libres. Configurada como servicio público, prestado por el Estado y por entidades de iniciativa social, ha de estar siempre orientada al bien común y al crecimiento de la persona.
Finalmente, en tercer lugar, un Pacto por la integración. La inmigración, si bien en el corto plazo puede entenderse como un problema, bien afrontada constituye una oportunidad de enriquecimiento mutuo social y culturalmente. La división entre ciudadanos, provocada por el auge de los nacionalismos egoístas, debe ser superada mediante el fomento de lo que nos une y no desde la profundización en lo que nos diferencia. La polarización ideológica, consecuencia de la reaparición de fantasmas del pasado, ha de ser superada para construir una sociedad plural, abierta, respetuosa y en paz.
Ciertamente, en un contexto político y social como el actual, alcanzar estos Pactos de Estado exige altura de miras, pensar en el conjunto de ciudadanos y no en los propios votantes, valentía para abordarlos desde la certeza de la contribución al bien común. Sin embargo, promoverlos no es sólo responsabilidad de nuestros dirigentes políticos. Es igualmente misión de todos nosotros.