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Sínodo de los Obispos 2021-2023: “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”

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Ha empezado la fase diocesana del Sínodo de los Obispos que culminará en octubre 2023 con la gran asamblea final de los obispos. He podido asistir el sábado 23 de octubre a la presentación en mi diócesis de Terrassa. La finalidad no es “producir documentos” si no “germinar sueños… hacer florecer la esperanza”.

La palabra Sínodo viene del griego Sun – Odon y significa caminar juntos. Algo más que una bella imagen de lo que es la Iglesia, es casi una definición (Ekklesia significa asamblea): ya en el siglo IV San Juan Crisóstomo afirmó que Iglesia y sínodo eran sinónimos.

La Iglesia quiere madurar en su conciencia de ser iglesia, su autoconciencia, y para ello se interroga, empezando por la base, los cristianos de a pie. Por tanto, lo primero es dejarme interrogar yo: verificar cómo vivo la comunión eclesial, la sinodalidad. A veces la pertenencia a un carisma, a un trozo ‘particular’ de Iglesia, a una obra, nos puede distraer de la conciencia de pertenecer a la Iglesia universal,  y con ella y a través de ella a Cristo, a Dios mismo. Puede pasar en una parroquia, o en un movimiento, o en un grupo. Vivir bien el propio carisma y misión significa que, si el carisma es realmente católico, por tanto  universal, allí ya está todo: abraza todo, no se deja encerrar por nada, siempre abiertos a los demás, sean quienes sean: católicos, cristianos de otras confesiones, creyentes, agnósticos,… Vivir a fondo el carisma que Dios nos ha hecho encontrar implica vivir la conciencia de su pertenencia a la Iglesia entera, como una rama de un árbol pertenece al árbol y de él recibe sustento y lo alimenta. Al mismo tiempo, un carisma verdadero se deja corregir por la Iglesia, por el Magisterio: esta disponibilidad es uno de los criterios de su autenticidad. Y está al servicio del todo, aún en la especificidad de su acción (local o funcional): como una madre que, cuidando su casa y su hijo, contribuye al crecimiento de todo el Cuerpo de Cristo. Santa Teresita, toda la vida encerrada en un convento, es patrona de la Misiones: lo importante es ensanchar el corazón.

La apostilla del título: “comunión, participación, misión” me recuerda el primer documento pastoral del Cardenal Carles que titulaba “Identidad, Comunión, Evangelización”: ambas nos recuerdan que todo nace de la comunión. De la conciencia que mi propio ser no es autónomo, sino que es “donado”, un “datum”, que soy criatura y no soy independiente del resto del universo y de Quien me ha creado. Hasta llegar a la conciencia que “Yo soy Tu que me haces”. Tarea difícil en este mundo tan individualista, que exalta la libertad de elección como criterio supremo de la Verdad y el Bien, manipulando los deseos para censurar el deseo más profundo del corazón, allí donde Dios nos habla: «Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que no descansemos en ti” [S. Agustín].

Estamos llamados a pasar de la “lógica del poder” a la “lógica del servicio”, de la afirmación de uno mismo al seguimiento de una vocación por amor a Cristo (toda vocación es siempre vocación al amor). El orgullo, la soberbia, el amor propio pueden estar a menudo sutilmente escondidos en lo que hacemos (el enemigo está allí…), cuando buscamos sólo una satisfacción personal, un reconocimiento, un aplauso. Y así a veces los curas son afectos de clericalismo (“en mi parroquia mando yo”) y está la actitud pretenciosa de algún laico de “arreglar la iglesia” con su visión particular (casi siempre superficial), buscando defectos en la Iglesia y enemigos, exaltando sobre manera algún aspecto particular, olvidando otros (cuánto de esto ha pasado en los años del Post Concilio…). Muchos enfermos de protagonismo, todos sedientos de amor y reconocimiento.

Lo que pasa en Alemania con su sínodo y las tensiones que está generando, la pretensión de independizarse de Roma y de la comunión con la Iglesia universal, la tentación de adaptarse al mundo (la Iglesia no es “democrática”, no puede haber comisiones de base  que “controlen” a los obispos), es un riesgo real de lo que puede pasar en muchos otros sitios si se mal interpreta la Iglesia y este Sínodo (un ejemplo de una lógica de poder). Hay que rezar.

La dura realidad de nuestra iglesia – con la participación del pueblo cada vez más escasa y una cultura dominante enemiga de la verdad y del hombre, las iglesias cada vez más vacías y las congregaciones religiosas casi todas en crisis de vocaciones, algunas apagándose – nos debe despertar y buscar recuperar la vitalidad que falta a muchas realidades eclesiales. No para hacernos dominar por el pesimismo (“esto se viene abajo”), sino para buscar en Dios, en Cristo, en el Espíritu la energía y la vitalidad que nos falta. No son esenciales estrategias, cambios de lenguajes, planes pastorales, adaptación a los nuevos medios de comunicación…: lo primero es la conversión, dejar espacio al Señor en nuestra vida, nuestra vida espiritual. Porque primero viene la vida: la comunión eclesial no se puede reducir a liturgia y catequesis (con  algún aderezo de obras de caridad), que son esenciales, pero no bastan. Si primero viene la vida, lo suyo es vivir la vida juntos, vivir la comunión, conocerse, acompañarse: yo reconozco muchos rostros cuando voy a misa, pero de casi nadie sabría decir quiénes son, ni siquiera el nombre. Algo no funciona.

En fin, como dijo unas de las intervenciones más acertadas de nuestro encuentro, este sínodo es una enorme oportunidad de conversión, personal y comunitaria. Cada uno, y cada grupo eclesial, deben dejarse interrogar sobre cómo vive la comunión con Dios y con la Iglesia, como vive su servicio, como vive su misión. Tenemos tiempo 5 meses, “el tiempo apremia”.

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