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Sobre dos agnosticismos y el ateísmo camuflado

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Lo cierto es que el ateísmo en el sentido prístino de la palabra está en regresión. En términos cuantitativos, porque la demografía le traiciona, todas las proyecciones globales señalan una reducción del ateísmo en el mundo.

En Europa se mantienen las apariencias porque es el pequeño continente de la vejez, que nosotros tendemos a confundir con el ombligo del mundo. Pero también lo está en términos cualitativos, como atractivo intelectual. Por ponerle fecha, digamos que no ha resistido a la muerte de Christopher Hitchens en 2011 o la crítica demoledora que ha sufrido Richard Dawkins. Es célebre el artículo de Terry Eagleton en el London Review of Books, que estableció una línea seguida por otros más, no necesariamente todos ellos creyentes.

Eagleton criticó en 2007 con “Lunging, Flailing, Mispunching: Richard Dawkins», el ateísmo de Dawkins, por simplista y reduccionista. Eagleton sostiene que Dawkins, en su libro «El espejismo de Dios», reduce la religión a una mera ilusión que puede ser refutada por la razón. Construye una parodia de la religión para después negarla. Eagleton sostiene que la religión es un fenómeno más complejo que eso. Es una fuerza social y cultural que ha tenido una influencia profunda en la historia de la humanidad, que proporciona a las personas un sentido de comunidad, propósito y significado. También puede ser una fuente de inspiración para el bien y para muchos movimientos de justicia social y paz.

Por ejemplo, ha sido la fuerza impulsora de la lucha contra la esclavitud, el racismo y la discriminación. De hecho, la crítica que mayoritariamente hoy recibe la Iglesia no va ya en aquel sentido del llamado “nuevo ateísmo”, sino que más bien apunta hacia las contradicciones humanas entre lo que predica y lo que hacen (algunos).

El absolutismo intelectual del ateísmo también ha caído en gran medida del caballo de los “grandes relatos” como consecuencia de la ola de la postmodernidad, que ha barrido también a la Ilustración y la modernidad. Porque si al ateísmo le sacan el reconocimiento a su acidez intelectual le queda muy poca cosa, a diferencia de la fe. El ateísmo no tiene testimonios, en el sentido de entrega de la propia vida a los demás ni tiene obras materiales que ofrecer que dignifiquen a este mundo. En realidad, como régimen político, el ateísmo y totalitarismo van de la mano.

No, el problema hoy no es este ateísmo, sino otros dos de bajo vuelo intelectual, pero más propios de las querencias de los ciudadanos de nuestros países europeos.

Uno es el ateísmo fáctico que se esconde detrás de la afirmación de la laicidad del estado y del espacio público político, que ha terminado negando toda referencia a Dios, lo cual ya no es neutralidad ante las diversas confesiones, que esto es en definitiva el sentido de laico, sino supresión de Dios, que es lo propio del ateo. Y esto ha calado, incluso en el seno de la Iglesia católica y no digamos en parte de la feligresía, que considera la cancelación de Dios como un ejemplo de tolerancia. Cosas veredes, Sancho.

Otra variante del ateísmo que también entraña peligro y es el más extendido, consiste en vivir como si Dios no existiera. Y en este punto radical se encuentra la clave de las crisis acumuladas de nuestro tiempo y ante el que hay que construir el “vivir como si Dios existiera”.

Y esta idea nos introduce a una cuestión vecina pero distinta. La del agnosticismo, una concepción que traducida en personas y modos de vida puede significar cosas muy distintas, incluso contrapuestas. Hay importantes autores como el marxista Slavoj Žižek, que se ha destacado a defender la cultura cristiana contra el liberalismo. Su libro «El Dolor de Dios. Inversiones del Apocalipsis», con Boris Gunjevic, teólogo y sacerdote croata, debería ser de lectura necesaria.

Hay agnósticos como David Berlinski, matemático, físico y filósofo, que se describe a sí mismo como «un judío secular» que no sabe si Dios existe, pero sabe lo suficiente como para saber que no se puede decir que no existe. Su libro «The Devil’s Delusion: Atheism and Its Scientific Pretensions» señala los límites de lo que la ciencia ofrece a la sociedad: «Un hombre que pregunta por qué sus días son cortos y están llenos de sufrimiento no está dispuesto a recurrir a la teoría cuántica de campos en busca de la respuesta”. De la misma manera que la belleza de la luz de una tarde no se describe por la variación de la longitud de onda de la luz, pero esto no significa que lo sustancial, es decir la belleza de aquel momento, sea falsa.

Otro agnóstico de este perfil es el muy aclamado (y vituperado por el feminismo y la progresía) Jordan Peterson. Su agnosticismo es del tipo ¿Quién soy yo para decir si Dios existe? Y ofrece interpretaciones psicológicas positivas de la Biblia y se refiere en términos elogiosos a la oración y la fe.

Todas estas personas y muchas más, aproximadamente ateas o definidas como agnósticas, tienden a presentar dos características comunes.

  1. Aman, o son amigos de la fe y la cultura que surge de la Biblia.
  2. Son totalmente críticos con la moral, la cultura, la economía o la política de la Sociedad Desvinculada, ya sea por separado o referido al conjunto.

La lista de estos admiradores, como Antonio Negri, más bien en el ámbito ateo, o Tom Holland en el agnóstico, encuentra en el cristianismo la respuesta al “Imperio”, o los fundamentos de lo mejor que contiene nuestra sociedad. Lo más interesante es que toda esta extraordinaria lista de “cristianos culturales, o de “amigos del cristianismo», lo son sobre todo de sus grandes formulaciones clásicas; de un San Agustín o un Santo Tomás, de la vida de santos, de lo que algunos llamarían “catolicismo conservador” o “tradicional”; esto es, católico punto.

Pero hay otro agnosticismo que llega hasta sectores del cristianismo protestante e incluso católico, que oscilan entre la asepsia de «neutrales en cuanto a la fe» y que consideran que pensar así es ser adulto en cuanto a la creencia religiosa. Es el relicto encarnado de la postmodernidad. En este grupo estarían también los teóricamente cristianos, que no consideran que la Encarnación sea un hecho único e irrepetible en la historia, portador de la gracia sobrenatural para la humanidad y tienden a nivelar a todas las confesiones… por abajo. Sitúan el “Too er mundo es bueno”, como categoría superior, sustituyendo la dimensión de lo sobrenatural del hecho cristiano, desoyendo así el Evangelio de Juan (15,18-25). Seguramente sería útil recuperar a Henri de Lubac, y en especial su libro «Lo Sobrenatural», para formar a las gentes católicas.

Este agnosticismo cultural es peligroso porque resuena dentro de la Iglesia occidental, procediendo a «deconstruir» la moral y las creencias cristianas tradicionales, incluso en la Resurrección. Juan Pablo II, en «Centesimus Annus», ya advertía sobre «una tendencia a afirmar que el agnosticismo y el relativismo escéptico son la filosofía y la actitud básica que corresponden a las formas democráticas de la vida política». La encíclica predijo que «una democracia sin valores se convierte fácilmente en un totalitarismo abierto o apenas disfrazado».

Este agnosticismo se diferencia del anterior en aquellos dos puntos:

  1. No ama, ni es amigo de lo cristiano, más bien es hiper-crítico.
  2. Es amigo de la actual moral, cultura, economía y política, todo junto, los menos, o de algunos de aquellas cuatro dimensiones, y entiende que la fe cristiana debería “actualizarse” con los valores mundanos, es decir, occidentales, a pesar de mostrarse en grave crisis.

Si esto se da en cristianos, es que está operando claramente el síndrome de Estocolmo; es decir “la reacción psicológica en la que la víctima de un secuestro desarrolla una relación de complicidad y un fuerte vínculo afectivo con su secuestrador”. En este caso el secuestrador no es otro que la Sociedad Desvinculada, o si lo prefieres más sofisticado, la postmodernidad tardía emotivista hibridada por el liberalismo de última generación y la progresía de género, que han generado sistemas políticos, que no son neutrales en cuanto a valores, que casi siempre son eslóganes sin sentido, caóticos y de lógica incierta. No pueden basarse en la ley natural, porque ella implica un Creador y un orden de razón objetiva, que construye un tipo de ética, como escribe Tom Hiney, “sin fundamentos metafísicos, que es tan útil como las calcomanías para parachoques”.

Y siguiendo a este autor hay que citar a Joseph Ratzinger en su «Introducción al cristianismo«: El hombre «no puede preguntar y existir como un mero observador. El que trata de ser un mero observador no experimenta nada».

En un contexto donde la sociedad y la fe entran en diálogo, ¿cómo ves la intersección entre la cultura religiosa y las corrientes seculares? 🤝🙏 ¡Comparte tu visión con nosotros! #Ateísmo #Agnosticismo #DiversidadDeCreencias… Clic para tuitear

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1 Comentario. Dejar nuevo

  • Fernando Ugalde Abaroa
    7 diciembre, 2023 19:07

    El discurso agnóstico dice que la existencia de Dios no se puede probar, pero tampoco refutar, lo que desde un punto de vista estrictamente lógico es cierto.
    Sin embargo, hay una gran diferencia.
    Lo ateos sostienen que Dios no existe, pero no pueden demostrarlo, porque es imposible.
    En cambio, los que creemos en Dios ( como es mi caso) creemos porque si, por gracia, y no necesitamos ninguna «prueba».
    En cuanto al gráfico, que pretende homologar como igualmente creyentes en el mismo Dios a judíos, musulmanes y cristianos, no estoy de acuerdo.
    Gran cantidad de personas que se dicen judíos, se declaran también agnósticos o aún ateos, lo que es un enorme oximorón. No conozco testimonios ni ejemplos de vida convincentes de judíos creyentes que se parezcan al de los santos del cristianismo.
    En cuanto al Islam, en su discurso no encuentro un parecido entre Alá y el Dios en el que creemos los cristianos. Tampoco hay testimonios de santidad como la conocemos nosotros.

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