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El declinar del ateísmo

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Un libro reciente ha hecho furor en Francia, vendiendo un cuarto de millón de ejemplares. Se trata de Dios. La Ciencia. Las Pruebas, de Michel-Yves Bolloré y Olivier Bonnassies, que posee entre sus muchas virtudes una esencial, la de cambiar la cuestión paradigmática sobre la demostración de la existencia de Dios, por la de la necesidad de demostrar que el ateísmo es razonable, dado que la evidencia científica en nuestro tiempo se decanta más hacia la inviabilidad de su inexistencia, que hacia su negación.

Dios existe, o puede existir, porque es lo más racional. Es el ateo el que ha de convencernos de que su creencia es bastante más que una querencia individual, algo que incluso sin el libro -pero éste contribuye a ello de una manera decisiva- ya saltaba a la vista:

Desde un punto de vista evolucionista, ¿para qué necesita el hombre un preciado espacio cerebral, donde alojar la fe, si ésta fuera un lujo inútil? ¿Por qué la inmensa mayoría de los seres humanos estarían tan equivocados como para creer en Dios, y solo una minoría incierta -porque más de la mitad de esta minoría habita en China- sobre la que poco sabemos de las creencias reales de sus habitantes, estaría en posesión de la razón?

Porque esa es otra: Los que no creen en Dios, no solo ateos sino agnósticos, y “nones”, aquellos que se definen como sin creencia alguna, tienden a ser una parte cada vez más pequeña de la población del mundo. Desde nuestros lares, si no nos preocupamos en levantar la mirada, podemos pensar lo contrario, pero los datos no engañan.

En 2015 y en términos absolutos eran 1.170 millones, que crecerían tan solo hasta 1.200 millones en 2060, aumentando mucho menos que el conjunto de la población mundial, de manera que las personas sin religión representarán alrededor del 13% de la población mundial en aquel año, frente a aproximadamente el 16% en 2015.

Las personas que carecen de religión son, en promedio, de mayor edad y tienen menos hijos que las personas que sí que están adscritas a alguna de ellas. En 2015, por ejemplo, la edad media de las personas que pertenecen a cualquiera de las religiones del mundo era de 29 años, en comparación con los 36 años entre los no afiliados. Y entre 2010 y 2015, se estima que los seguidores de las religiones han dado a luz a un promedio de 2,45 hijos por mujer, en comparación con un promedio de 1,65 hijos entre los no afiliados.

El número de muertes comenzará a superar el número de nacimientos de madres no afiliadas para 2030, un cambio impulsado por la baja fertilidad y una población no afiliada relativamente anciana en China, donde reside actualmente más del 60% de la población no afiliada del mundo. Para 2035, se espera que las muertes de personas no afiliadas en Europa también superen en número a los nacimientos allí.

Por consiguiente, lo que sucede en Europa, y en menor medida en Estados Unidos, señala lo contrario de la tendencia global, que todavía puede acentuar más el declinar del ateísmo, agnosticismo y de los sin religión. Porque algunos expertos creen que la población cristiana en China está aumentando, mientras que la población sin afiliación religiosa está disminuyendo. Si esto es cierto, y la tendencia continúa, los «ningunos» religiosos podrían disminuir como proporción de la población mundial, incluso más de lo que ha previsto la proyección del reconocido centro para los estudios de la religión, Pew Research Center, fuente de todos estos datos.

En Europa, unos pocos países marcan la pauta del ateísmo. Francia, laicista por ley, con un 23%, Suecia, que tiene al luteranismo como religión de estado, con el 18%. Y Holanda a caballo históricamente entre un protestantismo fuerte y una de las cunas del progresismo católico, con el 17%. Y ya en otro orden de magnitud, el 12% del Reino Unido. Pero en Alemania e Italia solo alcanza el 8%, algo más en España, el 10%, muy cerca de Grecia, el 9%, mientras que en Polonia y Hungría solo llega al 2%.

Estos datos confirmarían que incluso en el ojo del huracán de la vida, sin Dios, en Europa, quienes en realidad no creen son claramente minoritarios, que la gran apostasía europea no responde al triunfo numérico de los «ningunos», y sí más bien a la pasividad de los cristianos.

¿Cómo explicar, sino que España solo con el 10% de ateos se haya convertido en un régimen político donde toda referencia a Dios en la vida pública, en los actos oficiales, en el Congreso, esté proscrita, viviendo así la transformación de un estado laico, es decir, neutral en materia religiosa, que reconoce y valora positivamente las distintas confesiones y en especial la católica, en un estado de práctica atea?

Creo que la respuesta la dio ya en 1770 Edmund Burke: «Cuando los hombres malos se juntan, los buenos deben asociarse; de lo contrario, caerán, uno por uno, un sacrificio implacable en una lucha despreciable«. Pues eso, exactamente eso es lo que nos sucede.

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