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«Socioneoliberalismo»: la frontera entre lo liberal y lo socialista es cada vez más difusa

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No sé si alguien ha inventado ya la palabra socioneoliberalismo, pero nos va haciendo falta, porque en el mapa del pensamiento político la frontera entre lo liberal y lo socialista es cada vez más difusa.

Hasta ahora, en el entendimiento general del mapa político, liberal y progresista eran categorías diferenciadas, más bien contrarias. Los liberales eran capitalistas, los socialistas intervencionistas, los primeros promovían lo privado, los segundos lo público, unos fomentaban el individualismo y la riqueza, los otros la solidaridad y el reparto, los liberales rechazaban los impuestos, los socialistas los aumentaban…

Estas diferencias siguen ahí para mucha gente, pero cada vez vemos más casos de convergencia en sus agendas políticas.

Por un lado, los partidos tradicionalmente liberal-conservadores (prácticas liberales con valores tradicionales definiendo sus límites) han evolucionado hacia prioridades de tipo exclusivamente económico (creación de riqueza, consumo, incremento del PIB, etc.) abandonando muchos de sus valores de referencia y creando eso que se suele denominar neoliberalismo.

Por otro, los partidos tradicionalmente socialdemócratas (estado del bienestar, promoción obrera, justicia distributiva) han mutado hacia revoluciones más culturales (feminismo radical, trasgresión sexual, libertad de género, revisionismo histórico…), pocos hablan ya de comunismo ni de socialismo, hace tiempo que se presentan estas propuestas como simple progresismo en su acepción más difusa. Quizá, por analogía, convendría hablar ahora de neoprogresismo.

Y en el curso de estos giros, ambas tendencias se han encontrado, porque la revolución cultural es un gran negocio y, a la vez, una apreciada fuente de poder.

La atomización de la sociedad sea por el individualismo consumista, sea por las micro-identidades victimistas, favorece el consumo de bienes e ideas cada vez más perecederos y la manipulación política de los ciudadanos-consumidores es un recurso fácil para el marketing ideológico.

Observen cómo las grandes multinacionales, que no dudan en despedir a un porcentaje importante de su plantilla por mejorar ligeramente unos ratios financieros que impulsen la subida del valor de sus acciones en el mercado bursátil (son claramente capitalistas neoliberales), tampoco dudan en subvencionar el aborto de sus empleadas, fomentar la diversidad de géneros recién inventados, repudiar cualquiera de sus anuncios comerciales de los últimos cincuenta años que actualmente pudiera ser considerado hetero-patriarcal, excluyente u homófobo o forzar a usar un lenguaje inclusivo en sus comunicados (siguiendo las directrices culturales del neoprogresismo).

Sin embargo, no son capaces de ponerse de acuerdo para ordenar la ayuda a los refugiados e inmigrantes, reducir la contaminación, mantener la división de poderes o enfrentar el invierno demográfico.

En el plano político, los partidos más representativos de uno y otro color se unen para sacar adelante leyes transformadoras de los valores culturales tradicionales, como la identidad sexual, la potestad de los padres, la libertad de educación y de expresión, el derecho a la vida o la libertad religiosa. A veces con acciones claras, otras con omisiones manifiestas. Sin embargo, no son capaces de ponerse de acuerdo para ordenar la ayuda a los refugiados e inmigrantes, reducir la contaminación, mantener la división de poderes o enfrentar el invierno demográfico.

La confusión para los electores es creciente.

Las fachadas de las propuestas políticas dicen «liberal» o «progresista», pero en el interior no queda casi nada de lo que fueron, ya no luchan por la libertad, ni por la justicia. Ya no buscan sacudirse el pesado intervencionismo del estado, ni proteger al que ha quedado desamparado al margen del mercado laboral. Ya no queda de eso, ahora son socioneoliberales, que es el consumismo llevado a lo político: la Semana Fantástica del nuevo mercado electoral, se ofrece una nueva escala de valores cada día: «¡Dese prisa, me las quitan de las manos!», renovando continuamente la oferta con nuevos inventos cada vez más descabellados.

El mundo está cambiando y no hay que quedarse atrás, «moraleja, ¡compre la nueva y tire la vieja!», parafraseando aquel popular anuncio de estufas de finales de los 60.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Claramente, engañados. Por eso, no les haga esta pregunta a los políticos, ni a los grandes empresarios, ellos también han sido víctimas del mismo timo, pregunte a los filósofos, ellos podrán investigar en el mundo de las ideas en qué momento se urdió la trampa, cuándo nos dieron gato por liebre, cómo el afán por la libertad se convirtió en una desesperada huida y el deseo de justicia en sed insaciable de venganza.

¿Cuál es el panorama?  

En España, la mayoría de los votos se reparten entre dos partidos (PP y PSOE) que avanzan firmemente hacia el socioneoliberalismo. A la izquierda de este bloque, encontramos una constelación de formaciones en liza, unidas por el socioneoliberalismo anticapitalista, que es una variación del socioneoliberalismo empeñada en la lucha contra las empresas con éxito y no afines. Si vencen los más anticapitalistas, la constelación se fraccionará y el bloque perdedor se sumará al socioneoliberalismo dominante. Si vencen estos últimos, la fusión se realizará de todos en bloque.

A la derecha está Vox, que se define como liberal-conservador, donde ambas tendencias van configurando su oferta política. Si el lado conservador fuera el dominante, podría recuperar la deriva que hemos comentado más arriba y gozar de una segunda oportunidad, pero si fuera el lado liberal el que tomara las riendas, entraría en las mismas dinámicas neoliberales en poco tiempo. Su coraje en la batalla cultural apunta al dominio conservador, pero su discurso contra la inmigración suena mucho más a individualismo neoliberal.

Los votantes socialdemócratas se van dando cuenta de que se están quedando huérfanos de opción política, aun así, muchos mantienen su voto por contención del bloque que ve como su enemigo, otros van emprendiendo el destierro de la abstención.

A los conservadores, que no tienen propuesta política propia desarrollada, les queda la opción semi-liberal de Vox, pero muchos aún recelan de la dinámica que mueve sus propuestas. Porque en el análisis político no solo hay que mirar las posiciones, hay que mirar sobre todo las dinámicas internas.

Para que luego digan que la política es aburrida.

Las fachadas de las propuestas políticas dicen liberal o progresista, pero en el interior no queda casi nada de lo que fueron, ya no luchan por la libertad, ni por la justicia Clic para tuitear

 

 

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