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La Sociedad Desvinculada (18). El estado liberal. Una breve recapitulación

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El estado liberal se presenta a sí mismo como el fin de la historia, como la fórmula definitiva y más lograda de filosofía política y quehacer humano, y esto, unido al grado de desarrollo y bienestar que ha alcanzado Occidente, le han otorgado la categoría de incuestionable.

Hoy casi toda opción política se define implícitamente como «liberal», y algunas además lo hacen con carácter explícito.

En el primer caso, se trata de «liberalismo y algo más», social, socialista, conservador, porque considera que el liberalismo es una especie de patrimonio común de la humanidad, en lugar de lo que realmente es, una tradición filosófica y política como otras que el ser humano ha concebido. No es el fin de nada, ni la matriz necesaria de la sociedad humana.

La idea de que existe un estado “liberal” como único modelo humano para la salvaguarda de la condición humana, es doblemente falso.

Sin alcanzar esta conclusión por una vía racional como la que expongo, deudora en buena medida de la formulación filosófica de Alasdair MacIntyre, es imposible la superación de nuestras  crisis acumuladas y crecientes. La idea de que existe un estado “liberal” como único modelo humano para la salvaguarda de la condición humana, es doblemente falso. Lo es porque su naturaleza es proclive a la crisis y la injusticia, al estar estrechamente vinculado al capitalismo y a su desigualdad excesiva, y al liquidar todo valor a la comunidad. Pero también porque el estado liberal ha dejado de existir allí donde la ideología  del feminismo de género y las identidades sexuales queer, se han convertido en doctrina de estado, y han establecido la nueva legislación jurídica basada en las políticas del deseo, convirtiendo al estado liberal, en un estado doctrinario con aspectos formales liberales.

La tolerancia se convirtió en virtud cardinal

Nuestro modelo de organización política se ha basado en la premisa de que para lograr la paz política, el gobierno no debía de tomar partido entre las distintas reivindicaciones de la religión y la cultura tradicional. La Iglesia y el estado se mantendrían separados; habría libertad de opinión para expresar el pluralismo sobre las cuestiones morales y éticas, incluidas las más importantes, referidas a los fines primordiales del ser humano, sobre la sociedad y sobre la naturaleza del bien. La tolerancia se convirtió en virtud cardinal. En lugar de consenso moral, habría un marco transparente de leyes e instituciones que producirían orden político. La ventaja teórica de este sistema es que no necesitaría que la gente fuera demasiado virtuosa, solo que fuera racional y cumpliera la ley por su propio interés.

De modo parecido, el sistema económico liberal basado en el mercado, que acompañaba al liberalismo político, solo exigía que la gente tuviera en cuenta su propio interés a largo plazo, para lograr una producción y distribución de bienes socialmente óptimas. El mercado se autorregulaba y todo era mercancía, también el trabajo, la tierra, todo, incluidos los deseos. Solo lo susceptible de comprarse o venderse tenía valor y debía ser computado en la contabilidad nacional. Bajo este esquema, cualquier forma de trabajo fuera del mercado, el doméstico, la solidaridad, la vida en comunidad, carecía de interés económico. Jugaba en otra división inferior. Era un plus, un adorno, nada más. Todo esto desde el punto de vista del bienestar material ha funcionado muy bien, y Occidente se ha desarrollado en una medida extraordinaria desde finales del XVIII hasta finales del XX.

Pero esta evaluación, que es cierta, es solo un fragmento de la realidad y, como tal, aporta una visión limitada. Y es así básicamente por tres razones.

Primera, porque se han producido grandes crisis económicas muy destructivas. Las crisis liberales están relacionadas por el afán inmoderado de dinero, por la avaricia, lo que reduce a muy poco la pretensión de que bastaba con «buenas leyes», sin necesidad de sociedades exigentes sobre las virtudes de sus miembros.

La segunda es que el éxito liberal basado en la herencia hobbessiana de «preservar la paz» a través del estado ha ensangrentado Europa de una forma nunca vista, y también ha exigido en menor medida, una contribución de sangre de Estados Unidos. En una sola de las grandes batallas napoleónicas murió más gente que en todas las guerras europeas del siglo anterior, pero a su vez estos conflictos bélicos no fueron nada comparados con las dos grandes Guerras Mundiales del siglo XX. Europa solo superó su belicismo radical con un proyecto histórico, el del Mercado Común Agrícola, la Comunidad del Carbón y del Acero, la Eurotom, como expresiones prácticas de colaboración de una concepción moral que no se regía por un esquema liberal. Los padres europeos fundadores no eran liberales; Adenauer, De Gasperi, Schuman concibieron la Unión no solo como el arbitraje de intereses, sino como una fuerza moral de reconciliación, basada en un fuerte fundamento cristiano.

La tercera gran cuestión es que el crecimiento de Europa y de Estados unidos se consiguió con grandes sufrimientos para otras regiones del mundo. Se consiguió mediante el colonialismo que, si se observa desde una perspectiva que no sea moralista, no debe convertirse en una criminalización global, y menos todavía propiciar el auto ‑odio, pero tampoco puede pasar por alto los abusos y sufrimientos que provocaron, casi siempre en beneficio de los colonizadores. La crítica ilustrada a la colonización preliberal española y portuguesa queda en muy poca cosa en relación con la brutalidad del dominio anglosajón, holandés y belga sobre los habitantes nativos de Estados Unidos, África y Asia.

Hoy, con una perspectiva mayor ya sabemos que el estado de derecho no puede basarse solo en sus leyes e instituciones políticas y económicas. No es que estas no sean importantes, claro está, sino que simplemente no bastan para asegurar una buena sociedad. Pero, además, este estado de derecho ha entrado en una profunda crisis y, con él, instituciones supra estatales tan básicas como la Unión Europea.

Se necesitan nuevos fundamentos y nuevas prácticas para salir del laberinto de la cultura de la desvinculación que puede conducirnos a un agujero negro que ocupe el lugar de Europa.

La Sociedad Desvinculada (17). Liberalismo y desvinculación

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