Ha pasado excesivamente desapercibido el fulgurante cambio de posición del gobierno español en relación a Venezuela. De estar alineada con la línea común europea de penalizar el régimen de Maduro por sus actuaciones dictatoriales y contrarias a los derechos humanos, ha pasado, prácticamente de un día para otro y con declaraciones del propio presidente del gobierno, a pedir la derogación de las sanciones de la UE y a predicar la necesidad de una política de diálogo para lograr cambiar la situación venezolana. En otros términos, ha pasado de criticar a Zapatero a asumir una actitud equivalente.
¿Qué ha ocurrido que dé pie a tan gran transformación? La respuesta es que nada. Mejor dicho, sí, para peor, debido a la inexplicable muerte de un detenido al saltar «deliberadamente» por la ventana de la central de la policía política, el SEBIN, donde se encontraba detenido. Todo parece indicar que se les fue la mano durante el interrogatorio y el «salto» era la forma de tapar la tortura mortal. El razonamiento es que las sanciones hacen sufrir a la gente y no hacen caer regímenes. Esta es una verdad parcial. Es cierto en el caso de Cuba, pero tumbó el régimen racista de Pretoria, y sin estas sanciones Mandela nunca habría tenido ninguna oportunidad, y también ha puesto en la mesa de negociación a Irán, exactamente igual que la cerradísima dictadura de Corea del Norte. Lo que sirve de poco son las sanciones de andar por casa. Pero las duras, con un país autodestruido como Venezuela, conducen a la búsqueda de una solución. Lo que sí es del todo cierto es que ninguna dictadura ha caído por la vía del diálogo.
La razón real del cambio instantáneo de posición española es el acuerdo con Podemos, del que los presupuestos son la parte más importante y visible, pero que tienen otras contrapartidas, y la de Venezuela es, desde el cinismo político, de las más fáciles de asumir para Sánchez, dejando, eso sí, con la brocha y sin escalera a Felipe González, gran defensor del derribo de Maduro, y desligándose del espesor estratégico de los países latinoamericanos, Argentina, Chile, Colombia y Brasil, así como sus compañeros -hipotéticos- del partido socialdemócrata venezolano. Con fraternidades de este tipo ya no se necesitan enemigos, ¿para qué? los suplen con creces.
Hay un segundo peaje que tampoco le supone un especial esfuerzo. De hecho, coincide con la actual visión estratégica de la dirección del PSOE. En este caso la pieza es el Ayuntamiento de Barcelona, persigue mantener a Colau como alcaldesa de la ciudad, con un doble papel del partido sufragáneo, el PSC. Por una parte, los socialistas centrarán su artillería contra Valls, el adversario con más posibilidades. Y así evitan de paso tensar la cuerda con ERC y PDeCAT, a quienes necesitan para sacar adelante las iniciativas en el Parlamento. Después, el PSC haría de socio de gobierno de los Comunes.
El planteamiento tiene un riesgo evidente. que una parte de su electorado, ya migrado, no entienda esta actitud y emigre hacia la candidatura del político franco catalán, dejando aún en una posición más marginal al PSC en la capital donde había gobernado casi toda la vida democrática, porque Maragall el candidato de ERC, sin ser un político con gancho electoral, también puede arañar hacia la formación independentista algún voto nostálgico del esplendor maragalliano.