En Francia la crisis sanitaria y económica causada por la pandemia no es ni de lejos la única preocupación de la ciudadanía. Desde hace varios años, el país vecino vive inmerso en un espiral de violencias que no cesa de agravarse.
En lo que va de año, los ataques contra las fuerzas del orden han alcanzado cifras históricamente elevadas. Las agresiones contra la policía se han más que doblado en los últimos veinte años.
Cada día se registran alrededor de 85 agresiones cometidas contra los agentes de la autoridad pública. De hecho, no se trata solo de la policía y gendarmería (equivalente a la Guardia Civil): también se ataca a los bomberos o incluso al personal de urgencias.
No es solo la cantidad de casos lo que preocupa, sino también, y cada vez más, la gravedad de los hechos.
El modus operandi más habitual es ya harto conocido por los franceses. Grupos de jóvenes, que con frecuencia incluyen a menores de edad, tienden emboscadas a bomberos y policía en barrios con altos porcentajes de población de origen inmigrante. También atacan comisarías e incluso escuelas públicas en estos mismos lugares.
Aunque estos actos guardan con frecuencia relación con el tráfico de drogas, muchos analistas apuntan a que la intención de fondo parece ser romper todos los vínculos que todavía unen los habitantes de barrios periféricos con las instituciones publicas y con la sociedad francesa en general. Así se aúnan los intereses de los traficantes de drogas con elementos deseosos de imponer la ley islámica en territorio europeo.
Además, la delincuencia y violencias afectan cada vez más a poblaciones de clase media y alta, que hasta hace poco se consideraban aún al margen. Un ejemplo reciente son las escenas de guerrilla urbana cerca del canal de Saint-Martin de París, una zona muy apreciada por familias jóvenes de clase media-alta.
En las últimas semanas, dos miembros del cuerpo de policía han sido asesinados. El primero, a finales de abril, fue una auxiliar administrativa a quien un inmigrante tunecino arrebató la vida con un cuchillo al grito de «Alá es grande». El segundo, a comienzos de mayo, un oficial que recibió un disparo mortal de arma corta durante un control anti-droga en Aviñón, en la bucólica región de la Provenza.
Todo ello hace que el clima que se instala en Francia sea cada vez más tenso, hasta tal punto que, cosa inaudita en una democracia europea actual, se ha empezado a escuchar ruido de sables.
Así lo han demostrado recientemente dos cartas abiertas recientemente publicadas por oficiales retirados y activos de las fuerzas armadas francesas. Los firmantes piden al gobierno de Emmanuel Macron que actúe con mayor firmeza ante la escalada de violencias, y evocan una posible intervención armada en caso que la situación degenerase aun más.
Aunque en ningún momento los firmantes hablaron directamente de golpe de estado, no así lo entendió el ejecutivo francés ni parte de la opinión publica. Y de hecho, el nerviosismo gubernamental no fue a menos cuando un sondeo realizado pocos días después de la primera carta abierta estableció que cerca del 60% de los franceses apoyaban la iniciativa de los militares.
Mientras tanto, en el palacio del Elíseo hay mucha inquietud por las elecciones presidenciales del año que viene. A menos de 12 meses de la primera vuelta, dos de cada tres franceses no quieren, según una encuesta reciente, que Macron se vuelva a presentar.
El gobierno también teme que a medida que el desconfinamiento avance, los actos violentos vayan a más, armando todavía con mayores razones a los partidarios de usar mano dura. Algo parecido sucedió ya el verano pasado, un fenómeno que muchos medios de comunicación identificaron como propio de un «salvajismo creciente» de parte de la sociedad.
Los franceses piden actuar con dureza
Cada vez son más los franceses que acusan al gobierno, y más en general a las élites políticas y mediáticas, de cerrar los ojos ante una realidad incómoda.
De hecho, se detecta un cambio cultural en la sociedad francesa. Según los últimos datos disponibles, nunca antes los franceses se habían considerado ellos mismos tanto de derechas como ahora.
Otro indicador revelador: por primera vez desde que la pena de muerte se abolió en Francia en 1981, hoy la mayoría de franceses (un nada desdeñable 55%) querrían que se volviese a aplicar la pena suprema.
También se detectan cambios en los discursos de políticos y algunos medios de comunicación, quiénes por primera vez usan términos acuñados por movimientos conservadores o de derecha considerada «populista». Un ejemplo claro es la generalización, estos últimos meses, del término «islamo-gauchiste» (algo así como «islamo-progre») para referirse a los partidos y políticos de izquierdas que apoyan en algunos aspectos las demandas de islamistas. De considerarse lenguaje propio de un reaccionario ha pasado a usarlo el propio ministro del interior de Macron, Gérald Darmanin.
Se trata, en definitiva, de un giro de 180 grados de una sociedad que en mayo de 1968 pedía a gritos la abolición de la autoridad estatal, y que se considera aun hoy como una de las más progresistas del mundo.
Si la seguridad en Francia sigue deteriorándose, los franceses apoyarán aquél que prometa más mano dura con los violentos y, en general, con todos aquellos que buscan o legitimizan lo que se percibe cada vez más como la implosión de Francia.
Muchos analistas apuntan a que la intención de fondo parece ser romper todos los vínculos que todavía unen los habitantes de barrios periféricos con las instituciones publicas y con la sociedad francesa Share on X
1 Comentario. Dejar nuevo
Sin unos cimientos bien fundamentados cualquier cosa puede ir adelante. Sí los cimientos están en la roca (véase Cristo), tendremos claro como sobreedificar. El hacedor de la vida ¿cómo va a ir en contra? Él es al que le pertenece tomar las decisiones sobre este punto tan fundamental?.