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Amor y perdón. El Papa, de Irlanda al mundo: a ti

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“¡Vosotras, familias, sois la esperanza de la Iglesia y del mundo!”, aclamó el Papa en la fiesta vespertina del Encuentro Mundial de las Familias este agosto en Irlanda, delante de decenas de miles de participantes de todas las edades congregados en el estadio Croke Park. Pocas horas antes, en su catequesis en la catedral de Dublín con 400 parejas jóvenes recién casadas o a punto de casarse, sentenció una seria advertencia: “Si el amor no se hace crecer con más amor, dura poco”, recalcando que el inicial estado de enamoramiento y entusiasmo “dura poco”, y luego es cuando se debe afirmar el amor como compromiso que dura “toda la vida”. Y al inicio del evento central, la eucaristía del domingo, sorprendió a todos con el acto penitencial, en el que, poco antes de despedirse del suelo irlandés, siguió insistiendo en la gravedad de los casos de los abusos a menores por parte de miembros de la Iglesia: “Que Dios mantenga y acreciente este estado de vergüenza y compunción”. Ahí queda. Sí, sí, muy bien. Pero nos tiene que tocar. Debemos asumirlo, proclamarlo, consolidarlo. Tenemos que actuar. Porque, como dibujó poéticamente el Papa en la Fiesta de las Familias al ponerse el sol sobre el estadio la tarde del sábado, “Dios quiere que cada familia sea un faro que irradie la alegría de su amor en el mundo”, como hacen tantos “santos de la puerta de al lado” con los que nos encontramos en la vida, con naturalidad, “personas comunes que reflejan la presencia de Dios en la vida y en el mundo”, puesto que la santidad no es “para unos privilegiados, sino para todos”. Y recalcó la principal consecuencia del amor, el perdón, remachando aún: “Gestos pequeños y sencillos de perdón, renovados cada día, son la base sobre la que se construye una sólida vida familiar cristiana. Nos obligan a superar el orgullo, el desapego y la vergüenza, y a hacer las paces”. En esa línea tan contundente, pregunto: ¿Y si mi hermano, el otro, el que tengo delante, no me permite hacer las paces? Mucha atención: ¡Siempre podemos hacerlas en nuestro corazón! Y poco a poco emergerán esas paces en gestos que serán de paz y no de guerra. De ese modo mantendremos la paz en nuestro corazón, ciertos de haber obrado como nos pide Dios y no nuestro ego, caminando con diligencia juvenil hacia la Patria celestial. Perdonar en el corazón no comporta negar la realidad del mal del pecado de quien nos ofende. Solo que no debemos tomarnos la justicia por nuestra mano. Eso depende de Dios. Y remató: “Hay que hacer las paces, porque la guerra fría del día siguiente es muy peligrosa”. ¿Te dice algo, a ti?

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