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La Sociedad Desvinculada (32). Cultura desvinculada: una visión sesgada del divorcio

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La cultura desvinculada ha generado un formidable desplazamiento de las placas tectónicas de nuestra sociedad con la transformación del sentido del matrimonio, la maternidad y la paternidad.

El problema arranca a partir del momento histórico en el que el matrimonio deja de ser percibido como un compromiso entre dos personas y su comunidad, de naturaleza fuerte, que tiene en la descendencia y en su educación su fin fundamental.

Esta concepción, la única posible a largo plazo para una sociedad cohesionada y desarrollada económica, social y culturalmente, se ve alterada por una serie de dinámicas de desvinculación. Básicamente tres. La ruptura matrimonial ‑el divorcio‑, las parejas de hecho y la cohabitación. Todas ellas poseen efectos concretos y poderosos en la reducción del número de hijos.

Esta caracterización permite entender mucho mejor por qué en las familias católicas practicantes el número de hijos es del orden del doble que en las agnósticas y ateas. Las primeras tienden a ver el matrimonio en términos mucho más estables que las segundas y rechazan, en mayor medida, fórmulas maritales que no sean la figura matrimonial.

Podemos encontrar una abrumadora literatura científica que establece las consecuencias negativas del tipo de emparejamiento. Empiezo por citar una fuente propia: existe una correlación muy significativa entre la tasa de divorcios y el fracaso escolar[1]. Negar esta evidencia es huir de la realidad. Asimismo, podemos encontrar una correlación sustanciosa[2] entre el mismo índice de bajo rendimiento educativo y el incremento de la tasa de abortos para el periodo 2000-2008.

Una amplia literatura científica avala la afirmación de problemas de bajo rendimiento y abandono escolar, dificultades emocionales, delincuencia[3], conductas hostiles, consumo de drogas[4] y abuso de alcohol[5], que se dan en una proporción mucho menor en hogares estables[6].

También se observa un avance en la edad en que se inicia la actividad sexual y en los embarazos. La posibilidad del maltratado es mayor en les familias monoparentales y en las reconstituidas[7]. Una investigación de la Universidad Mc Masters concluye que los niños menores de dos años tienen entre el 70 y el 100% más de probabilidades de ser muertos por sus padrastros que por sus padres biológicos[8]. Si bien la mayoría de estos datos tienen como fuente los Estados Unidos, las referencias internacionales[9] lo confirman, como en Gran Bretaña donde se señala que los hijos de padres divorciados son tres veces más susceptibles de tener un hijo fuera del matrimonio en comparación con los hijos de padres regulares.

Las estadísticas americanas muestran que los divorciados tienen seis veces mayor frecuencia de problemas psiquiátricos que quienes permanecen casados, así como el doble de posibilidades de suicidio, más problemas de alcoholismo y abuso de sustancias químicas y peor salud[10].

El divorcio engendra más divorcio, si bien con algunos matices, puesto que las hijas tienden a divorciarse con más frecuencia que los hijos, con un riesgo de casi un 87% más alto durante los primeros años de matrimonio para hijas de padres divorciados que para las hijas de familias regulares. Cuando los padres de ambos cónyuges se han divorciado, el riesgo de divorcio llega a un 620% en los primeros años de matrimonio, que declina hasta el 20% transcurridos diez años[11]. Un segundo efecto es que en la medida que se favorece legislativamente el divorcio se reduce el número de matrimonios. Incrementa el número de rupturas, pero también se reduce el número de personas dispuestas a casarse.

Otro resultado es el crecimiento extraordinario de las familias monoparentales, en algunos casos, como en los países nórdicos, alcanzando o superando el 50% de los hogares familiares. En EE.UU. «en 1970 existían 3,4 millones de familias monoparentales, que correspondían al 11,6% del total de hogares del país; de las cuales 3 millones contaban solo con la madre. En el año 2000, existen 12 millones de hogares monoparentales, que representan el 31% del total de hogares. De estos, 10 millones están encabezados por una mujer. Un 53% tiene su origen en un divorcio o separación, un 43% corresponde a los formados por una madre nunca casada, mientras que un 4% está encabezado por una madre viuda»[12].

La ruptura familiar tiene un poderoso efecto social. Weitzman lo define en estos términos:

«las nuevas leyes del divorcio modifican la visión legal tradicional del matrimonio como Sociedad conyugal, premiando el hito individual antes que la inversión en la Sociedad de la familia. Contraria a la visión tradicional de un futuro financiero común dentro del matrimonio, los estándares para el divorcio sin culpa y las nuevas reglas de pensión alimenticia, propiedad, custodia y cuidado del niño, conducen a una visión de independencia para el esposo y esposa en el matrimonio. Adicionalmente, las nuevas leyes confieren ventajas económicas a los esposos que invierten en ellos a expensas del matrimonio»[13].

La influencia de la ley en el crecimiento de los divorcios puede observarse en Europa.

Para 18 países de Europa, y en un periodo que abarca desde 1950 hasta 2003[14], la dinámica hacia un divorcio más fácil ha contribuido a su crecimiento, pasando de poco más de un divorcio cada 1.000 matrimonios a más de cuatro. En estos cambios puede verse una clara diferencia entre los países nórdicos y el Reino Unido con tasas de entre 5,5 y 6,5 divorcios por 1.000 matrimonios, y los países del sur, incluida Francia, que se sitúan entre uno y dos divorcios, mientras que Alemania, con 3,7, ocupa una posición intermedia. Pero la posición de España cambió para acelerarse con la nueva ley.

¿Qué sucedió en España entre los años 2002 y 2006?

La aprobación de la nueva ley por parte del gobierno de Zapatero, que establecía más facilidades para el divorcio, ha determinado un notable aumento, como permite constatarlo la evolución agregada de divorcios y separaciones, hasta la crisis económica, porque con ella se produce una importante desaceleración; los 137.000 divorcios del 2007 se reducen a 105.000 el 2009, para iniciar de nuevo el crecimiento pero en términos moderados, todavía lejos de los máximos, situándose en los 110.000 en 2011.

Hoy presenta 3 divorcios por cada 4 matrimonios, más de la mitad con hijos menores de edad. 

España es, en este sentido, un laboratorio formidable para observar la insólita magnitud del cambio experimentado. En el año 2002 este país todavía presentaba una baja tasa de divorcios, un 0,9 por 1.000 habitantes y ocupaba un lugar muy rezagado entre los países de Europa, pero en pocos años se situó en la cabeza. Hoy presenta 3 divorcios por cada 4 matrimonios, más de la mitad con hijos menores de edad. El resultado de un crecimiento absolutamente desbordado ha resultado inasimilable para las estructuras sociales y ha generado fuertes costes y disfuncionalidades. El anómalo, por elevado, fracaso escolar español es uno de ellos.

La conversión del divorcio en un trámite administrativamente trivial sin tiempo ni motivo para la reflexión, la conciliación y la responsabilidad, se ha presentado dentro de la tradición emotivista, como el medio más adecuado para disminuir el sufrimiento de quienes rompían, dando por supuesto que el centro de gravedad del sufrimiento estaba en la burocracia, y no en el conflicto y el dolor de la ruptura. Pero esta presunción carecía de fundamentos objetivos, era pura ideología, y los hechos lo han demostrado.

Acudamos otra vez al laboratorio español. En el 2004, el último año natural completo antes de la nueva ley del divorcio exprés, el número de divorcios que eran de naturaleza contenciosa se situaba en el 38%; en el 2011, tras seis años de funcionamiento, era del 33%. Una reducción mínima que no justifica un cambio tan radical, y además con una crisis de por medio que hace que lleguen al juzgado un número mayor de divorcios por mutuo acuerdo, porque nadie, salvo casos extremos, está dispuesto a añadir incertidumbre económica personal a la de por sí asfixiante incertidumbre colectiva.

Los datos referidos al conjunto de Europa para 2017 señalan que España, junto con Portugal, se ha convertido en uno de los países más deportistas, si exceptuamos el ámbito de los países nórdicos. España se situó en 2,1 divorcios por cada 1.000 habitantes, claramente por encima de Alemania y Francia que presentaban valores del orden del 1,9, mientras que Gran Bretaña se situaba en el 1,7 e Italia en el 1,5. La tasa española es casi un 30% superior a la italiana. Por encima de estos niveles solo encontramos La República Checa, 2,4 y sobre todo los países bálticos que se sitúan en torno a 3 rupturas por cada 1.000 habitantes y Dinamarca y Suecia con 2,6 y 2,4 respectivamente.

Gary S Becker, Nobel de Economía, formuló un criterio desatendido:

«si cuando están casados pudieran seguir buscando información sobre otros cónyuges de una manera tan barata como cuando están solteros, y si los matrimonios pudieran disolverse sin costes significativamente elevados, los participantes en los mercados matrimoniales se casarían con el primer cónyuge mínimamente adecuado al que encontraran, a sabiendas de que ganarían aunque el matrimonio no fuera óptimo. Además, continuarían la búsqueda mientras permanezcan casados[15]».

La trivialización del divorcio torna insignificante el matrimonio y, precisamente cuando el desarrollo de la sociedad permite una mejor elección en términos de decisión personal libre, se invierte escaso esfuerzo en buscar la mejor opción, porque se aborda el matrimonio con una idea de limitación, de provisionalidad, sin valorar las consecuencias de la ruptura. La ecuación matrimonio-divorcio ya está unida. Este planteamiento incentiva la búsqueda aun estando casado, como advertía Becker, es decir, la infidelidad.

Pero una sociedad que admite esta falta de virtud en este orden tan profundo, ¿cómo puede pensar que la mantendrá viva y fuerte en otros ámbitos económicos, sociales y políticos?

 

[1]  De r=0,783 Si el coeficiente de correlación es igual a uno, significa una correlación positiva perfecta e indica una dependencia total entre las dos variantes. Cuando es igual a cero, no existe relación lineal. Cuanto más próximo sea el valor a 1, mayor será la dependencia entre las dos variables estudiadas.

[2]  De r=0,760

[3] Wisconsin Department of Health and Social Services (1994), citado en Larson, Swyers y Larson (1994), op. cit., pág. 15.

[4] Fagan, Patrick, y Rector, Robert, op. cit., pág. 24

[5]  Fagan, Patrick y Rector, Robert, op. cit p. 20

[6] Larson, D. B., Swyers, J. P. y Larson, S. S. . The Costly Consequences of Divorce: Assessing the Clinical, Economic, and Public Health Impact of Marital Disruption in the United States. National Institute for Healthcare Research. Rockville, Maryland

[7] La violència a la família. Centre d’Estudis contra la Violència, Reina Sofía.

[8] Wilson, Margo y Daly, Martin, The Risk of Maltreatment of Children Living with Stepparents”, Nueva York, Ed. Aldine de Gruyster, 1.987, p. 215/32.

[9] Hoffman, J. y Johnson, R. (1998), «A National Portrait of Family Structure and Adolescent Drug Use», Journal of Marriage and the Family, Vol. 60, N° 3, págs. 633- 645, citado en Fagan y Rector (2000), op. cit pág 27

[10] Florenzano, Ramón, “La juventud en Latinoamérica: perspectivas para el siglo XXI”, en la Revista Psicopedagógica 1, Centro de Investigaciones de Cuyo, Mendoza, 1996

[11] Fagan, Patrick y Rector, Robert, op. cit., pág. 57

[12] Informe elevado al Senado de Chile, “Efectos sociales de la legalización del divorcio vincular”, Universidad de los Andes, enero de 2002, p 34

[13] En Consecuencias económicas y sociales de la ruptura del matrimonio, INCAS Universitat Abat Oliba CEU 2007, p 17. Weitzman 1985 The divorce revolution, The unexpected social and economic consequences for women and children in American. The free press Collier Macmillan Publishers, London, p 374-376.

[14] The Effect of Divorce Laws on Divorce Rates in Europe, Libertad González; Vitanen Tarja The European Economic Review 2006.

[15]  Tratado sobre la familia, Alianza Editorial 1987 (1981).

 

La Sociedad Desvinculada (31). Una verificación empírica de la función económica de la familia

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