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El cine como oración: la potencia teológica del séptimo arte según James Lorenz

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¿Puede el cine acercarnos a Dios? ¿Es posible encontrar lo sagrado en una película? Estas preguntas, que podrían sonar provocadoras, encuentran una respuesta sorprendentemente afirmativa en la obra The Theological Power of Film del filósofo y teólogo James Lorenz.

En este profundo estudio, Lorenz sostiene que el cine no es simplemente un vehículo para contar historias con temas espirituales, sino que puede ser en sí mismo un acto teológico, una forma de contemplación, e incluso una analogía de la oración cristiana. En este artículo exploraremos cómo el cine, a través de sus cualidades formales y temporales, se convierte en un medio privilegiado para el encuentro con lo trascendente.

El cuerpo, el tiempo y lo sagrado

Para Lorenz, el poder teológico del cine comienza en su misma esencia: es un arte de la encarnación. El cine comunica desde un cuerpo (el del director), hacia otro cuerpo (el del espectador), mediante un cuerpo (la película misma). Esta mediación corporal tiene ecos profundos con el misterio cristiano de la Encarnación, donde Dios se hace carne en Jesucristo.

El cine también opera a través del tiempo. Cada imagen es un momento capturado, una duración vivida. Siguiendo a pensadores como Merleau-Ponty, Levinas y Lacoste, Lorenz explica que esta combinación de cuerpo y tiempo hace del cine un espacio privilegiado para el encuentro epifánico, para vislumbrar lo divino en lo cotidiano. En palabras del autor, el cine es “epifánico, sacramental en su forma”, pues refleja el encuentro con el otro y con el mundo como un don, una gracia.

Transcendencia: ¿ruptura o profundidad?

Uno de los grandes aportes del libro es el contraste que Lorenz establece con la visión del crítico Paul Schrader, conocido por su teoría del “estilo trascendental” en el cine.

Para Schrader, la trascendencia se manifiesta en momentos de ruptura: una acción decisiva que irrumpe en la monotonía y produce un estado de contemplación. Sin embargo, Lorenz ofrece una visión alternativa, profundamente cristiana: la trascendencia no está sólo “arriba” o “más allá”, sino dentro, en lo íntimo del corazón humano.

Inspirado por San Agustín y Michel Henry, Lorenz sugiere que el cine puede llevarnos no a escapar del mundo, sino a sumergirnos en su misterio, como lo demuestra la película Ad Astra, donde la verdadera búsqueda no es hacia el cosmos, sino hacia el amor entre padre e hijo.

Aquí el cine se convierte en un espejo del amor encarnado, del Dios que habita en lo más profundo de nuestra humanidad.

El cine como oración

¿Puede el cine ser una forma de oración? Para Lorenz, la respuesta es afirmativa. Cuando el espectador se abre al tiempo del film, cuando se detiene a contemplar lo cotidiano, como en los silencios de Ozu o en los “pillow shots” de Tarkovsky, se crea un espacio para la introspección, la atención y el diálogo interior.

El cine, como la oración, exige presencia y entrega.

En esta clave, el cine realista –que retrata la banalidad de la vida diaria sin adornos– revela su poder espiritual. Como afirma Lorenz, “lo mundano, la realidad cotidiana de la vida, no es otra cosa que el don de la creación, y por ello puede participar de la realidad trascendente de Dios”. Esta visión está profundamente en sintonía con la sacramentalidad cristiana, que reconoce la gracia obrando en lo visible, lo tangible, lo pequeño.

Una vocación espiritual: el artista como jardinero

Al final de su obra, Lorenz presenta al artista cinematográfico como un jardinero, siguiendo la imagen usada por Tarkovsky. Así como el jardinero cuida y atiende la vida que no ha creado, el cineasta responde al don de la creación con su creatividad. En este sentido, el arte es una forma de respuesta a la vocación divina, un eco de la creación que, como enseña el Génesis, es “muy buena”.

El cine se convierte así en una pedagogía de la encarnación: forma nuestros sentidos, modela nuestra atención, y nos llama a vivir plenamente en el mundo, como lo hizo Cristo. Esta dimensión es, como dice Lorenz, esencialmente cristológica: “El cuerpo de Cristo, como pedagogía viviente, nos forma y transforma como cuerpos, a través del encuentro con Él”.

Por tanto, la propuesta de James Lorenz, desde una perspectiva fenomenológica y profundamente cristiana, nos invita a mirar el cine no sólo como entretenimiento, sino como una forma de contemplación, un acto de atención a lo real, y una respuesta a la gracia que se nos da.

Porque, como afirmaba Robert Bresson, “lo sobrenatural en el cine no es otra cosa que lo real, pero vuelto más preciso”. En esa precisión, en esa mirada detenida, está el germen de la oración.

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