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Los Domingos: un canto al amor

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El pasado 24 de octubre se estrenó Los Domingos, la película más taquillera de España desde su llegada a los cines. No es para menos.

Dirigido por una cineasta atea, este filme cuenta la vida de Ainara, una joven de 17 años que decide entrar en el convento, desafiando a toda su familia.

Cuando fui a verla, me emocioné. Por momentos, incluso se me erizó la piel. Todos podemos sentirnos identificados con algún personaje, porque al fin y al cabo, Los Domingos es un canto al amor: al amor de Dios, el amor más grande que existe; al amor de la familia; y al amor hacia uno mismo. En definitiva, un canto al amor.

Sin ser creyente, Alauda Ruiz de Azúa ha conseguido lo que nadie había logrado hasta ahora: llenar las salas de cine españolas con una película de temática religiosa.

Decía antes que todos podemos identificarnos con algún personaje, si no con varios. Llorar desconsoladamente rogando a Dios una respuesta… Dejar todo atrás -incluyendo la familia- por seguir a Dios requiere de mucha valentía, y muchos han enfrentado discusiones familiares por ello. No todo el mundo lo entiende.

También es fácil identificarse con Maite, la tía de la joven postulante, una mujer completamente atea que siente un amor egoísta por su sobrina. Todos hemos amado así alguna vez. ¿A quién no le duele soltar?

Pero, sin duda, el personaje de Iñaki representa el amor más humano que puede existir: el amor incondicional de un padre por su hija. Un padre que se desvive por su familia y cuyo único deseo es ver a sus hijas felices. Quienes tenemos la suerte de tener un padre así sabemos lo que significa. No queremos hacerles daño, pero cuando los dejamos atrás, se lo hacemos sin darnos cuenta. Un padre nunca está preparado para decir adiós a sus hijos. Sin embargo, lo hace para permitirnos vivir nuestra vida. Esa vida a la que Dios nos llama. Como a la joven Ainara en Los Domingos. Como a cualquiera de nosotros en esta vida.

Por eso, esta película es un canto al amor. Al amor de Dios, al que es imposible resistirse. Al amor egoísta que solo piensa en sí mismo y que debe aprender a soltar —no es tarea fácil—. Y al amor filial, ese que solo quien lo ha experimentado puede comprender.

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