El decreto firmado por Trump busca para facilitar y abaratar los tratamientos de FIV, cuyo costo oscila entre 12.000 y 25.000 dólares por ciclo.
La medida pretende eliminar barreras económicas para las parejas que desean acceder a esta tecnología reproductiva.
Sin embargo, lo que se oculta tras este supuesto «avance» es una auténtica masacre silenciosa: la destrucción masiva de embriones humanos, cada uno de ellos una vida en potencia con una dignidad intrínseca e inviolable.
Según cifras de Live Action, el 93% de los embriones generados mediante FIV nunca llegarán a nacer. Se estima que alrededor de un millón de embriones permanecen congelados en Estados Unidos, sin destino claro, en una suerte de olvido biotecnológico. Otros tantos son destruidos en el proceso, abandonados o descartados por no cumplir con ciertos criterios de «calidad genética».
Si a esto se suma la estimación de que la FIV será responsable del 4% de los nacimientos en el país en el futuro, el panorama resulta escalofriante: 1.9 millones de embriones morirán anualmente.
Este dato no es menor: es una hecatombe moral de proporciones impensables, avalada por un sistema que pretende ocultar su crueldad con el pretexto de la ayuda a las familias que desean concebir.
El embrión como objeto, no como sujeto
Pero la iniquidad de la fecundación in vitro no se limita a la descomunal pérdida de vidas humanas en estado embrionario.
Su esencia misma es perversa, pues reduce a la persona humana a un simple producto de laboratorio.
El ser humano en su fase inicial de desarrollo deja de ser un «alguien» y pasa a ser un «algo» manipulable, seleccionable y descartable a conveniencia.
El proceso de selección embrionaria, donde sólo aquellos considerados aptos son implantados en el útero materno, no es otra cosa que una forma encubierta de eugenesia.
La ciencia, que debería estar al servicio de la vida, se convierte así en una maquinaria despiadada de eliminación sistemática de aquellos que no cumplen ciertos parámetros.
Riesgos para la madre y el hijo
Los efectos perniciosos de la FIV tampoco se limitan al plano ético: también constituyen una amenaza tangible para la salud de la madre y del niño.
Numerosos estudios han evidenciado que los niños concebidos mediante esta técnica presentan un mayor riesgo de nacer prematuros, de desarrollar anomalías congénitas e incluso de sufrir trastornos como autismo o retraso mental.
Un estudio publicado en 2013 en el Journal of American Medical Association señaló que la FIV, especialmente en casos de infertilidad masculina, incrementa notablemente el riesgo de estas patologías.
Por su parte, la mujer que se somete a la fecundación in vitro se expone a un sinnúmero de riesgos para su salud física y emocional.
La estimulación ovárica, necesaria para inducir la superovulación, puede provocar síndrome de hiperestimulación ovárica, que cursa con graves efectos secundarios: dolor abdominal intenso, cistitis ováricas, acumulación de líquido en cavidades corporales, dificultades respiratorias, trombosis e incluso, en los casos más extremos, la muerte.
Además, existen evidencias de que la FIV podría incrementar el riesgo de desarrollar cáncer de mama y de útero.
A todo esto se suman las devastadoras consecuencias psicológicas. Muchas mujeres emergen del proceso emocionalmente devastadas, tras someterse a un calvario de expectativas frustradas, fracasos reiterados y desilusiones aplastantes.
Las tensiones que genera este proceso también afectan la relación de pareja, sumando un costo emocional y relacional que no es abordado con honestidad por la industria de la reproducción asistida.
Un negocio multimillonario disfrazado de «esperanza»
Si la FIV persiste y se expande, no es porque sea éticamente aceptable ni porque represente un avance en la medicina reproductiva. Su auge responde a los intereses económicos de una industria que mueve miles de millones de dólares anualmente.
Clínicas, farmacéuticas y laboratorios se lucran a expensas del sufrimiento de parejas desesperadas por concebir, explotando su vulnerabilidad con promesas ilusorias y ocultando los costos reales de esta práctica.
La orden ejecutivo firmado por Trump no hará sino ampliar este negocio macabro, en el que la vida humana es moneda de cambio y las prácticas eugenésicas se disfrazan de «tratamientos de fertilidad».
La FIV no es un acto de amor ni un derecho: es un atentado contra la dignidad humana, un negocio que mercantiliza la vida y sacrifica innumerables vidas humanas en una búsqueda desesperada de saciar un deseo propio.
Frente a esta realidad aterradora, la ciencia trabaja para ser un instrumento de muerte. ¿La razón? Simple e incluso trivial: la FIV es un gran negocio. Un negocio que la orden ejecutiva de Trump solo aumentará, sacrificando cientos de miles de vidas humanas; lo cual para cualquiera reconozca el milagro de la vida es algo grotesco e inaceptable.