Empieza el Cónclave. Y con él, también un nuevo tiempo para la Iglesia.
Un momento que no pertenece a la lógica del mundo, aunque el mundo lo mire con una mezcla de asombro, apuestas, morbo y misterio. Porque sí, todos lo miran. Hasta los que no creen, hasta los que se burlan, hasta los que no entienden. Y eso, lejos de ser motivo de escándalo, debería ser motivo de esperanza.
Lo que comienza no es simplemente una elección. Lejos de lo que nos han intentado vender, no debería ser un proceso político, ni un combate de poderes.
Es un acto de fe. Es la Iglesia pidiendo luz al Espíritu Santo para elegir bien al que será el sucesor de Pedro, el pastor de los pastores, el puente (Pontífice) entre Dios y los hombres.
Un gesto conmovedor de comunión en el que cada cardenal elector tiene una sola responsabilidad: discernir la voluntad de Dios.
Inicia el Cónclave. Y con él, un murmullo vuelve a recorrer las calles del mundo: un murmullo de espera, de fe, de sobrenaturalidad…
Hay algo profundamente conmovedor en ver cómo, en plena era de la eficiencia y la inmediatez, los ojos del hombre se vuelven hacia una pequeña capilla donde un grupo de hombres en sotana se encierran a rezar y votar. Al margen de las “campañas”, encuestas y titulares. Solo silencio, oración y la súplica de toda la Iglesia: Ven, Espíritu Santo.
La elección de un nuevo Papa es un acto de rendición. La rendición de la Iglesia a la voluntad de Dios. Y como toda rendición auténtica, es desconcertante, incluso escandalosa, para los criterios del mundo.
No se busca un jefe. Se ruega por un padre y testigo
¿Qué es lo que está realmente en juego? Lo que está en juego no es una silla de poder, sino una cruz.
Se trata de que la Iglesia sea conducida por alguien que tenga el valor de amar a Cristo por encima de sí mismo.
El Espíritu Santo no impone, pero tampoco se ausenta. No dicta nombres al oído de los cardenales, pero no les deja solos. Acompaña, corrige y sostiene. Y garantiza una cosa: que, a pesar de nosotros, la barca no se hunda.
Se trata de acoger la promesa de Cristo: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo».
Se trata de reconocer en un hombre concreto el signo de esa presencia fiel.
La garantía única de este Cónclave es que el resultado no puede estar totalmente arruinado, porque la Iglesia no está abandonada. Aunque la historia tenga sus sombras.
Una Iglesia que elige de rodillas
Sí, elegir de rodillas. Así elige la Iglesia. Es hermoso que el mundo mire con curiosidad este gesto tan antiguo.
Una espera llena de oración. Una decisión en la que un grupo de hombres que, con todos sus defectos, se arrodillan para preguntar a Dios: ¿Quién quieres Tú?
Como dice el Evangelio de ayer: «La obra de Dios es esta: que creáis en aquel que Él ha enviado» (Jn 6,29).
Esta es la clave. No sabemos quién será. Pero sí sabemos quién lo sostiene. Y eso basta.
Oremos para que los cardenales escojan Su voluntad, y no la del hombre
Necesitamos unidad, la que nace del encuentro con Cristo. La que brota cuando cada miembro de la Iglesia se pone de rodillas y dice: «Hágase Tu voluntad, no la mía».
En el proceso del Cónclave este es el poder que fascina incluso a quienes no creen. Este es el misterio que provoca tantas preguntas. Un poder que no manda, sino que se ofrece y que se entrega, como Cristo.
Fascina al mundo. Porque es real. Porque habla de otro Reino. Uno donde el más grande es el que sirve, y el que gobierna es el que lava los pies.
Todos sean uno, como Tú y Yo
Que esta elección no sea motivo de divisiones ni etiquetas. No necesitamos un Papa conservador o progresista.
Que el nuevo Papa no sea ni de unos ni de otros, sino de Cristo. Que sepa decir, como Pedro: “Señor, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amo”
La tentación, claro, es mirar todo esto como si fuera la nueva serie de moda.
Oremos para que los cardenales no voten desde sus lógicas humanas, sino desde la escucha humilde del Espíritu. Que escojan no según criterios de estrategia, sino según criterios de fe y santidad. Que sean conscientes del peso que llevan, y de Quién los asiste.
Oremos para que los cardenales escuchen más al Espíritu que a sus miedos. Y para que nosotros sepamos recibir lo que venga con docilidad, no con exigencia.
Que no se nos escape lo esencial: aquí no se decide el futuro de una institución. Aquí se pide luz para que la Iglesia no deje de ser lo que está llamada a ser. Testigo humilde de Cristo
Así que arrodíllate. Apaga un rato el móvil. Mira al cielo. Y reza.
“Ven, Espíritu Santo. Llena los corazones de tus fieles. Y enciende en ellos el fuego de tu amor”