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La Sociedad Desvinculada (24). La ruptura con Dios. Secularización

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El cambio acaecido en el cristianismo europeo ha sido tan intenso que ha merecido una denominación específica: secularización. Un nombre que en realidad designa los efectos de la desvinculación en lo religioso. De ahí que sus intérpretes se equivoquen cuando la conciben como un fenómeno que solo afecta a las distintas confesiones religiosas, sin relación con las manifestaciones globales que se dan en la sociedad y, por consiguiente, fracasen en encontrar las respuestas al limitarse solo a plantearlo como una cuestión intraeclesial.

Y por esta misma razón tienen éxito las vivencias religiosas basadas en compromisos fuertes capaces de crear nuevas comunidades o de rehacer las tradicionales. Carismáticos y nuevos evangélicos en el campo protestante; movimientos laicales, nuevas congregaciones religiosas, parroquias que consiguen reconstruirse reforzando la vida en común y asociaciones con largo tiempo de vida basada en la intensidad de la fe, obtienen buenos resultados. En otras palabras, crecen quienes construyen vínculos y los proponen a los «de fuera» como experiencia de vida. Los que proponen el cristianismo como lo que es: el modo de vida basado en el seguimiento Jesucristo desde el vínculo a su Iglesia

Algunas interpretaciones tienden a presentar la secularización como un proceso de desinstitucionalización.

Desde este punto de vista, la relación con Dios se mantiene, si bien de otra forma más directa y personalizada. Se desarrolla en unos términos más auténticos, más fieles a los sentimientos de cada uno, sin la mediatización y el mandato objetivo de la institución religiosa. Desde esta perspectiva, la relación con Dios sería sustancialmente bilateral y la comunidad resultaría muy secundaria. Y eso es cultura de desvinculación pura y dura, sin más. La Eucaristía en las confesiones cristianas en las que tiene un papel central sería accesoria porque desaparecería su naturaleza de comunión. Pero, si se pierde la dimensión colectiva de la experiencia religiosa, se evapora su sentido, dado que la fe se vive en y con el Pueblo de Dios.

Henry de Lubac, un gran teólogo del siglo pasado señala en su Catolicismo[1], recordando a San Agustín, como los seres humanos son una familia espiritual única destinada a formar la Ciudad de Dios, y no una serie de individuos que andan por su cuenta. Desde el primer momento de la oración enseñada por Cristo, el Padrenuestro, el plural está presente, y es que el monoteísmo que tiene a Dios como Padre no puede ser nada más que una fraternidad universal.

Lubac expresa el principio desvinculador cuando razona que la humanidad perdió su naturaleza única, en un estado en el que lo mío y lo tuyo no se contraponían, y se rompió en mil pedazos convirtiéndose en un conjunto de individuos disgregados, y en esta ruptura de la humanidad con Dios se encuentra la causa primera de la ruptura de los vínculos humanos.

En la secularización se da una desinstitucionalización, pero este es un efecto secundario, lo realmente decisivo es la supeditación de la relación con Dios a la gratificación personal y la sujeción de Dios al principio de desvinculación. Esta actitud pretende que la totalidad inabarcable de Dios se alcance desde la fragmentación ocasional del impulso. Un maestro de oración católico, Jacques Philippe, define muy bien esta actitud cuando señala que sostener que rezar sin ganas es artificial, una falta de sinceridad y una forma de hipocresía, constituye un grave error porque considera que la oración es una forma fundamental de relación con Dios, solo o con la comunidad, no puede quedar condicionado por algo tan versátil como el deseo. Existe otra razón más importante para orar: el que Dios nos invita a ello: “Orad sin desfallecer” (Lc 18,1).

El fondo de la cuestión para Dios y para los hombres es este: ¿Cuál es el amor más auténtico, aquel cuyas manifestaciones varían según los días y el humor, o el amor fiel y estable que no se desdice jamás?

Roger Chartier, en Espacio Público, Crítica y Desacralización en el Siglo XVIII[2], que trata de los orígenes y fundamentos culturales de la Revolución Francesa, acude a Tocqueville para situar la cuestión. La tesis de este clásico es doble. Por una parte, sostiene que la irreligión ya era una característica de los franceses del siglo XVIII antes de la Revolución. Tocqueville fundamenta su tesis sobre la descristianización previa en dos comportamientos que nos resultarán familiares: el abandono generalizado de los sacramentos y de la ética cristiana. También se manifiesta en la menor preocupación por el juicio de Dios y sus consecuencias después de la muerte, un cambio que se registra en el contenido de los testamentos.

Otro aspecto visible es la crisis de vocaciones que alcanzan un mínimo en 1770. No solo se trata de un fenómeno cuantitativo, sino que también ha cambiado el origen de los sacerdotes. Las vocaciones disminuyen en las elites, hijos de magistrados, profesionales liberales y burgueses, y crece entre la población rural. La modernidad y su orden burgués consolidarían esta tendencia arreligiosa. Hobsbswam lo subraya en estos términos:

«Yo nací y me crie en la “civilización burguesa europea”, que jamás se recuperó de la primera guerra mundial. Para esta visión del mundo con plena confianza en sí misma, las artes y las ciencias fueron tan centrales como la fe en el progreso y la educación… Yo nací y me crie en esta “civilización burguesa”, representada de forma imponente por el gran anillo de edificios públicos de medianos de siglo que rodeaba el antiguo centro imperial y medieval de Viena: la Bolsa, la Universidad, el Burgtheater, el monumental Ayuntamiento, el Parlamento clásico, los titánicos museos de Historia del Arte e Historia Natural… Si al fondo se añadió una iglesia en el siglo XIX, fue solo como una concesión tardía al vínculo entre la Iglesia y el emperador[3]».

Hay una secularización de los grupos dirigentes y urbanos, que también se manifiesta en el desmoronamiento de la difusión del libro religioso y el crecimiento de la literatura secular, así como la divulgación de obras que socavan o prescinden del orden cristiano, es decir, del orden objetivo de aquella sociedad. La palabra de moda es «civilización» con un significado equivalente al de secularización en nuestra época. Este cambio se registra en la vida familiar y en las relaciones sexuales, uno de los elementos nucleares del ser humano. Una de sus consecuencias es la disminución de la natalidad mediante prácticas anticonceptivas de interrupción. Se da también en la Francia prerepublicana un crecimiento de la natalidad extramatrimonial en dos ámbitos distintos, en los nacimientos prematrimoniales, después de 1760 o 1770, y como fruto de relaciones extramatrimoniales, a partir de la primera de aquellas décadas, o de la anterior.

¿Pero cuáles fueron las causas que llevaron a este abrupto crecimiento de la irreligiosidad antes de la propia Revolución Francesa?

Sin duda la difusión de la crítica religiosa fruto de nuevas formas de pensar que caracteriza a la Ilustración francesa, así como el desarrollo del deísmo que convierte a Dios en algo indeterminado y abstracto, junto con el surgimiento de un núcleo ateo muy minoritario, pero intelectualmente activo, como el que representaron Diderot y D’Alambert y sus trabajos en L’Encyclopédie, o D’Holbach. Pero estos cambios, si bien conforman un motivo necesario, requieren de la existencia de motivos adicionales.

El primero de ellos lo encontramos en la gran división que se produjo en el seno de la propia Iglesia a causa de la emergencia del protestantismo y el enfrentamiento a que dio lugar. Esta ruptura contribuyó de una manera decisiva a deslegitimar a la religión y presentarla como fuente de conflicto y violencia a causa de las guerras que conmocionaron durante tantos años a Europa. Pero, por sí sola, esta división no permite explicar la diferencia francesa. Sí que lo hace otro hecho histórico, este estrictamente galo. Se trata de la aparición del jansenismo presbiteriano en la Iglesia Católica, que tuvo además el efecto de gestar parte de los posteriores planteamientos revolucionarios sobre la Iglesia. Su característica esencial era el rigorismo sacramental y moral que alejó a muchos católicos. Tenía ciertamente una inspiración calvinista próxima, pero en su dimensión más profunda respondía a un movimiento recurrente en el cristianismo, dirigido a convertirlo en una religión de «puros», que puede remontarse a los albigenses en el siglo X y sobre todo el XII, en el sur de Francia, y más atrás en el tiempo, al donatismo del siglo IV.

La división entre católicos y jansenistas alineó a los poderes civiles de Francia

La división entre católicos y jansenistas alineó a los poderes civiles de Francia: el parlamento (que no debe confundirse con el actual tipo de institución dado que se trataba de una instancia judicial) a favor de los jansenistas, mientras que el rey y su consejo se inclinaban por los sacerdotes contrarios a ellos y por los jesuitas, sus principales adversarios. Así el conflicto doctrinal se transformó en político, con el resultado de debilitar la autoridad del clero y la credibilidad religiosa. Los duros combates argumentales que sostuvieron jansenistas y misioneros católicos intentando derruir la legitimidad del otro, así como la experiencia de lo sagrado que trasmitía el jansenismo y, por tanto, la forma de acceder a ella, sustancialmente distinta a la procurada por la reforma católica, establecieron un campo minado para las convicciones religiosas que explotaría con la Revolución.

Otras causas tuvieron asimismo incidencia como la distancia creciente que se produjo entre la concepción de la práctica religiosa de muchos sacerdotes y la experiencia popular de lo sagrado. También influyó el hecho que entre los siglos XVI y XVIII la política de la mano del absolutismo monárquico sustituyó a la religión como elemento configurador de lo público, un cambio que después de la República utilizaría en el nuevo estado. Decisivo fue el debilitamiento de la parroquia, unidad básica de la comunidad católica, a causa, en buena medida, del aumento de las migraciones internas en la segunda mitad del siglo XVIII.

En todos estos elementos históricos podemos encontrar rasgos precedentes muy semejantes a la situación actual que dan lugar a la ruptura religiosa, a la desvinculación con Dios.

[1] Ediciones Encuentro Madrid 1988

[2]  Gedisa 1995

[3] Hobsbawm, Eric. Un Tiempo de Rupturas Critica 2013 p 10

La Sociedad Desvinculada (23). Estragos. La realización del deseo y las grandes rupturas

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