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La sociedad desvinculada y la gran ruptura europea

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La gran ruptura europea surgió con la Ilustración, que significó una destrucción de proporciones históricas de los fundamentos de la civilización europea, la existencia de un orden de razón objetiva y que preparó a la sociedad para las futuras convulsiones que generaría la modernidad

Alasdair MacIntyre en Tras la virtud es quien mejor lo ha visto en su análisis del desorden moral bajo el que vivimos, al señalar que es a partir de la ilustración y, por lo tanto, antes de la formación de la Academia universitaria cuando se inicia aquel desorden.

Pero, siendo extraordinariamente decisivo, no es el único mal que acaece, porque la ilustración también produjo deliberadamente la destrucción de la tradición, o al menos un intento muy logrado, así como una gran adulteración de la historia, con la deformación de la Edad Media, de la que todavía no nos hemos recuperado del todo, al menos no en el ámbito más superficial, pero también el que llega a más gente, el mediático.

Jacques Le Goff ha sido uno de los historiadores que más y mejor ha mostrado su realidad, con aspectos oscuros, como no, pero sobre todo su belleza y capacidad de construir. Construyó tanto que ese es el origen de Europa. Su convergencia final significó cuestiones tan decisivamente monumentales como la Europa de las ciudades y las universidades y  en 1492 la  llegada de Cristóbal Colón a América.

A la destrucción del orden objetivo que implica la ilustración y su sustitución por un orden instrumental, que abre la puerta a la subjetividad desordenada sin límites ni cauces, guiada por el deseo, se añade la pérdida de claves interpretativas que se encuentran en las fuentes de nuestra cultura, cegadas o vilipendiadas.

La causa de esta destrucción histórica radica en la voluntad de una parte, la más militante de la ilustración europea. Y aquí hay una gran diferencia con la de los Estados Unidos de destruir el cristianismo y más específicamente a la iglesia y, con ella, todo el extenso período precedente de la cristiandad, que sentó las bases, inició el desarrollo de lo que después sería la cultura occidental en el mundo.

Se presenta este período, en términos falseados, como unos tiempos oscuros, irracionales, caracterizados por la brutalidad, donde la mujer estaba poco menos que esclavizada, cuando en realidad fue todo lo contrario, como muestra la historiografía más reciente, la más liberada de los apriorismos ideológicos Ilustrados.

La ilustración necesitaba presentar lo de antes como algo terriblemente malo, para así, por contraste, poder mostrar sus aportaciones como ejemplos de bondad, cuando es evidente que no es así, como muestran sus vástagos la Guerras Napoleónicas, las revueltas liberales y, sobre todo, los grandes conflictos de los siglos XIX y XX, los más destructivos de la historia de Europa, y que significaron la liquidación y la erosión de gran parte de la cultura europea.

En el presente, la democracia llamada liberal dice estar al servicio de la libertad, cuando realmente son evidentes sus innumerables y crecientes limitaciones, como muestra el malestar generalizado de los de a pie, que están al albur de quien controla el Estado, que a su vez está sujeto a los intereses económicos globales. La lectura de Las Guerras Comerciales son Guerras de Clases, ofrece una buena visión de cómo funciona en realidad el sistema económico global, sin que obviamente deban asumirse literalmente todas sus tesis, pero sí es una buena fuente de información.

La democracia liberal presenta un problema congénito del individuo aislado ante el Estado que no resuelve la ficción del contrato social, que es inexistente, porque no puede existir contrato donde solo existe un vínculo de supeditación y un desequilibrio tan enorme como el que se da entre el individuo aislado y el Estado.

Solo los cuerpos intermedios a los que se refiere la doctrina social de la Iglesia pueden compensar en buena medida este desequilibrio, pero todos ellos se encuentran cada vez más aplastados por la intromisión del Estado.

También el equilibrio de poderes es una salvaguarda que, como se observa en España, es cada vez más una realidad ficcionada, donde solo predomina la voluntad de un ejecutivo presidencialista. La comunidad, las comunidades humanas son otra protección erosionada y destruida por la cultura hegemónica de la desvinculación. Los partidos políticos, que tendrían de resolver este problema, se convierten en la práctica en parte de éste, al derivar en partitocracia; es decir, en ejercer solo una función de poder para atribuirse una parte mayor o menor de dominio del Estado.

La democracia liberal por su propia ontología destruye la idea de que exista un bien común más allá de los deseos individuales agregados en mayorías circunstanciales. ¿Cómo se pueden construir, en estas condiciones, políticas sólidas a largo plazo? Cada  vez más la política se  basa en la popularización y el enfrentamiento como mecanismos para ganar el poder por alguna de las facciones contendientes.

Todo esto es Un Maldito Embrollo, como el film de Pietro Germi, y solo desde fuera de la madeja se podrá salir de él. Y para ello se requieren diagnósticos. De ahí que crea que puede resultar útil la nueva edición actualizada de La Sociedad Desvinculada, porque el tiempo transcurrido desde la primera edición de 2014, no ha hecho otra cosa que mostrar la solidez de la causas identificadas como la raíz de nuestras crisis acumuladas e irresueltas.

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