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La Yihad después del 11-S

Libertades

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El símbolo no podría ser más inquietante: 20 años después de los traumáticos atentados de Al Qaeda contra las Torres Gemelas y el Pentágono, los Talibanes vuelven a gobernar en Afganistán, el país que los acogió para preparar aquel cobarde asalto.

Al Qaeda ha sido el grupo yihadista más representativo de la guerra santa islámica contemporánea. Una entidad que nació durante un período en el cual el mundo pensaba que la religión era algo del pasado. En efecto, la titánica lucha entre dos ideologías de origen occidental, el liberalismo y el comunismo, ocupaba todo el espacio y hacía de la cosa sagrada un anacronismo.

En medio de aquel mundo absorbido por las dos superpotencias, un combate milenario se volvía a despertar: la Yihad, la guerra santa de los musulmanes.

Es cierto que su despertar fue ciertamente instigado, al menos en parte, por los Estados Unidos en busca de aliados para hacer frente al Ejército Rojo en un remoto país de Asia Central.

Pero acusar a Washington de haber despertado la bestia sería injusto: que la Yihad haya vuelto al panorama mundial se debe más bien a factores internos del mundo islámico, el primero de los cuales el resentimiento acumulado contra los infieles cristianos, que humillaron la Umma, la comunidad mundial de los creyentes musulmanes, a partir de la decadencia del Imperio Otomano en el siglo XVIII.

Si los cristianos consideran la Biblia como la palabra con la que Dios ha inspirado a los hombres, la mayoría de musulmanes piensa en cambio que el Corán es, palabra por palabra, obra divina

El otro factor decisivo en el auge del terrorismo yihadista viene aún de más lejos: se trata del camino que hizo la religión musulmana a partir del siglo X. Un camino que es el opuesto al andado por el cristianismo, y que ha consistido en rechazar cualquier interpretación no literal de los textos sagrados. Wahabitas y salafistas, pero también muchos otros grupos más moderados, coinciden en este punto.

Si los cristianos consideran la Biblia como la palabra con la que Dios ha inspirado a los hombres, la mayoría de musulmanes piensa en cambio que el Corán es, palabra por palabra, obra divina. Una diferencia teológica sutil pero de implicaciones potencialmente enormes.

Con estos dos ingredientes cociéndose a fuego lento, el dominio occidental del mundo y el triunfo de sus valores individualistas tras la victoria contra el comunismo actuó como la chispa del fuego (si bien incluso antes del fin de la Guerra Fría ya habían dado ataques yihadistas mortíferos, como los de Beirut en 1983 ).

La tensión acumulada se desencadenó contra los Estados Unidos de América, percibidos como «el gran Satán» por los yihadistas por su papel de potencia occidental hegemónica.

No fue difícil presentar la ofensiva antiterrorista de Estados Unidos y sus aliados como una cruzada de los «infieles» contra el islam

Después del 2001, Al Qaeda aprovechó la agresiva respuesta estadounidense para ganar la simpatía de millones de musulmanes en todo el mundo. Con los dos ingredientes mencionados más arriba no fue nada difícil presentar la ofensiva antiterrorista de Estados Unidos y sus aliados como una cruzada de los «infieles» contra el islam.

Entraron entonces en juego dos factores más que extendieron la guerra santa islámica en nuevos frentes. El primero encuentra su origen en la cada vez más numerosa inmigración de confesión musulmana instalada en los países occidentales, y particularmente en Europa occidental.

La gran mayoría de estos nuevos europeos ha sido, también por falta de voluntad europea, incapaz de abrazar los valores y códigos de las sociedades occidentales.

La distancia se ha acabado en algunos casos convirtiéndose en hostilidad, y ésta ha llevado la Yihad armada al corazón del Viejo Continente, como los numerosos ataques terroristas de los últimos 15 años han demostrado desgraciadamente.

La incapacidad del Occidente postmoderno y desvinculado, para reafirmarse en su lucha contra un modelo que le es diametralmente opuesto, es total

El segundo factor es la incapacidad total del Occidente posmoderno y desvinculado de reafirmarse en su lucha contra un modelo que le es diametralmente opuesto.

Las manifestaciones de las dudas que imposibilitan imponerse a los yihadistas son diversas. La primera de todas y más evidente es la doble vara de medir para evaluar las religiones, consistente en hundir el cristianismo y alabar el islam.

Se trata de un argumento proveniente del marxismo cultural, puesto al día por la postizquierda occidental de la que la CUP y Podemos son los máximos exponentes en nuestro país.

La intención sería separar los «buenos musulmanes» de los terroristas que no tendrían nada que ver con la religión. Al mismo tiempo se recuerda que el cristianismo ha tenido numerosas representaciones violentas a lo largo de la historia y que ha sido la religión de los colonizadores.

Se olvida, claro, que a diferencia del cristianismo, históricamente el Islam se ha impuesto casi siempre por la fuerza de las armas y prácticamente nunca por la de la convicción.

La afirmación de que el cristianismo es malo porque es la religión de los dominadores y el islam es bueno porque es la religión de los oprimidos resulta aún más desconcertante porque, como se ha visto más arriba, los yihadistas aplican al pie de la letra determinados pasajes de los textos sagrados.

El miedo a ser tachado de «islamófobo» imposibilita toda acción destinada a acompañar a los musulmanes recién llegados para que compartan muchos de nuestros valores.

De este punto de partida derivan una serie de tendencias que animan no sólo a los yihadistas de primera línea, sino también los islamistas «pacíficos» que ganan terreno entre las comunidades musulmanas en Europa.

El miedo a ser tachado de «islamófobo» completa las ayudas inconscientes de Occidente a los islamistas porque imposibilita toda acción destinada a acompañar a los musulmanes recién llegados para que compartan muchos de nuestros valores.

En medio de todo ello, los yihadistas y en general los islamistas aprovechan la pérdida de rumbo religioso y moral de Occidente para ofrecer un modelo alternativo de sociedad tanto a los musulmanes europeos como a los infieles.

A diferencia del 2001, y a pesar de las derrotas militares de Al Qaeda y el Estado Islámico, hoy la Yihad no sólo sigue viva en países de mayoría musulmana, sino que su caldo de cultivo también se cuece en el nuestro.

Los yihadistas y en general los islamistas aprovechan la pérdida de rumbo religioso y moral de Occidente para ofrecer un modelo alternativo de sociedad tanto a los musulmanes europeos como a los infieles Clic para tuitear

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5 Comentarios. Dejar nuevo

  • Imponen su religión y su cultura y su forma de ver la vida a una civilización que fue tradicionalmente cristiana.

    Responder
  • La diferencia entre la Biblia y el corán:
    La Biblia inspira, el corán instiga.

    Responder
  • Este comentario tampoco va a aparecer.
    Por tal razón este mensaje no es para los lectores, es para el que censura comentarios:
    Raad Salam, reconocido experto en islam y en corán, es quien lleva a concluir forzosamente que la Biblia inspira y el corán instiga.

    Responder
  • El miedo de ForumLibertas a ser tachado de “islamófobo” completa las ayudas de Occidente a los islamistas

    Responder
  • Juan Messerschmidt
    18 septiembre, 2021 21:39

    Las circunstancias del conflicto entre Occidente y el Islam son infinitamente complejas. Para entender este enfrentamiento se debe tener en cuenta un muy complicado desarrollo cultural e histórico de ambos «actores», tanto como incontables factores políticos, culturales, geográficos, económicos, religiosos, ideológicos… Ni el Islam ni Occidente son homogéneos o unitarios. La simplificación es un alejamiento de la verdad y, en consecuencia, una fuente de nuevos perjuicios y extravíos. Sólo el conocimiento profundo del conflicto puede ayudarnos a entender la realidad. Y apartir de allí un juicio honesto y un deseo sincero de paz son las condiciones previas para para dar fin a un enfrentamiento atroz y estéril, que dura ya demasiado y que perjudica a todos, salvo a los criminales (del bando que sean) que se lucran con él. Desde un punto de vista católico, tanto la mentira (sea estigmatización sistemática del oponente, sea aberrante y suicida autoculpabilización) como la prosecución de la enemistad y el conflicto son comportamientos gravemente pecaminosos y moralmente reprobables. Lo imperiosamente necesario es emprender sin dilaciones el camino que conduzca a una paz justa y definitiva. Sin ninguna duda, se trata de una empresa muy ardua, pero ineludible: per aspera ad astra.

    Responder

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