Situémonos en el contexto. Navidad, 1944, la guerra todavía no ha terminado, no lo haría hasta el 2 de septiembre de 1945. Los aliados ocupan la mayor parte de Italia, han desembarcado en junio en Normandía, la propia Alemania está siendo machacada por bombardeos masivos de cientos, incluso más de un millar de aviones.
El Papa Pío XII emite la vigilia de Navidad su mensaje Benignitas et Humanitas. Como él mismo dice, es el sexto desde el comienzo de la guerra, y es un texto de una notable belleza expresiva. Señala que, a pesar de todo, la luz de Belén continúa iluminando el mundo, a pesar de la destrucción que lo invade todo. Y se pregunta si todavía hay esperanza. Y afirma que “una aurora de esperanza se levanta entre los lúgubres gemidos de dolor”… “una voluntad cada vez más clara y firme surge de los espíritus nobles hacer de esta guerra mundial el punto de partida una nueva era para la renovación profunda, la reordenación del mundo”.
Constata que la tendencia democrática inunda los pueblos y recuerda la encíclica Libertas de 1888: “La iglesia no reprueba ninguna de las diversas formas de gobierno, para que se adapten por sí mismas a procurar el bien de los ciudadanos”. Y en este contexto se refiere a la democracia y por cuales normas debe ser regulada para que pueda ser verdadera y sana. Se refiere a dos. Los ciudadanos deben poder manifestar su parecer sobre los deberes y sacrificios que les imponen y no deben verse obligados a obedecer sin haber sido escuchados. Podríamos empezar ya a tomar nota.
Y prosigue. Más y mejor democracia quiere decir más y mejor poner al ciudadano en condición de tener opinión personal propia y manifestarla y hacerse valer de manera conveniente para el bien común. El estado no debe ser una aglomeración amorfa, sino una unidad orgánica organizada, un verdadero pueblo. Señala la diferencia entre pueblo y masa, avisa de que el estado puede servirse de la masa hábilmente manejada, convertida en una simple máquina. La masa -dice- es enemiga de la verdadera democracia y de su ideal de libertad e igualdad. El pueblo, el ciudadano, debe ser consciente de sus derechos y deberes y de su dignidad. ¡Qué espectáculo el del estado democrático, que deja a la masa desfogarse libremente en sus apetitos humanos!
En definitiva, alerta sobre el riesgo de la democracia mal llevada por el estado y el pueblo reducido a masa, donde el respeto al honor, a la tradición y la dignidad desaparecen. ¿No tiene todo esto muchas derivadas en nuestra situación actual?
Y pone al estado democrático ante un espejo:
La dignidad del hombre es la dignidad de la imagen de Dios, la dignidad del Estado es la dignidad de la comunidad moral que Dios ha querido, y la dignidad de la autoridad política es la dignidad de su participación de la autoridad de Dios. Ninguna forma de estado puede dejar de tener cuenta de esta conexión íntima e indisoluble, y mucho menos la democracia. Si no se da la debida importancia a esta relación y no ve en su cargo político la misión de actuar el orden establecido por Dios, surgirá el peligro de que el egoísmo del dominio o de los intereses prevalezca sobre las exigencias esenciales de la moral política y social y de que las vanas apariencias de una democracia de pura fórmula, sirvan no pocas veces para enmascarar lo que es en realidad lo menos democrático.
Y es aquí cuando aborda lo que nuestras democracias han olvidado radicalmente, a pesar de constituir la condición medular, cuando establece en Benignitas et Humanitas, que dado que el centro de gravedad de una democracia normalmente constituida reside en la representación popular, de la que irradian las corrientes políticas a todos los campos de la vida pública —tanto para el bien como para el mal— la cuestión de la elevación moral, de la idoneidad práctica, de la capacidad intelectual de los designados para el parlamento, es para cualquiera del pueblo de régimen democrático, cuestión de vida o muerte, de prosperidad o de decadencia, de saneamiento o de perpetuo malestar. ¿No es acaso este el problema español, el problema de la democracia en buena parte de Occidente?
Y define literalmente: “Una selección de hombres de sólidas convicciones cristianas, de juicio justo y seguro, de sentido práctico y ecuánime, coherente consigo mismo en todas las circunstancias; hombres de doctrina clara y sana, de designios firmes y rectilíneos; hombres, sobre todo, capaces, en virtud de la autoridad que emana de su conciencia pura y ampliamente se irradia y se extiende en su derredor, de ser guías y dirigentes, sobre todo en tiempos en que urgentes necesidades sobreexcitan la impresionabilidad del pueblo, y lo hacen propenso a la desorientación y extravío; hombres que en los periodos de transición, atormentados generalmente y lacerados por las pasiones, por opiniones divergentes y por opuestos programas, se sienten doblemente obligados a hacer circular por las venas del pueblo y del Estado, quemadas por mil fiebres, el antídoto espiritual de las visiones claras, de la bondad solícita, de la justicia que favorece a todos igualmente, y la tendencia de la voluntad hacia la unión y la concordia nacional en un espíritu de sincera fraternidad”.
¿No es eso lo que necesitamos con urgencia desesperadamente? Siendo así, los cristianos tenemos la palabra en la necesaria regeneración democrática, que empieza, como señala Pío XII, en la regeneración de la condición humana, sobre todo de quienes la lideran. Esa debe ser a la vez exigencia colectiva, escuela de liderazgo e impulso organizado para lograrlo.
La dignidad del hombre es la dignidad de la imagen de Dios, la dignidad del Estado es la dignidad de la comunidad moral que Dios ha querido Share on X
2 Comentarios. Dejar nuevo
El Radiomensaje al que se refiere este artículo es una joya que tiene muchas cosas muy apropiadas para el mundo en nuestros días.
En particular en España estamos en ese periodo que dice el Papa Pio XII :»cuando se reclama «más democracia y mejor democracia», una tal exigencia no puede tener otra significación que la de poner al ciudadano cada vez más en condición de tener opinión personal propia, y de manifestarla y hacerla valer de manera conveniente para el bien común».
La opinión de los cristianos, como la de ningún grupo que no sean los partidos, no se puede hacer valer porque el sistema que tenemos carece de representación política. Los electos lo son porque la cúpula de un partido les ha metido en una lista, votan unánimemente por disciplina de voto lo que les indica la cúpula de un partido (sin derecho de facto a la objeción de conciencia ni a la discrepancia), el sentido del voto lo definen los intereses de la cúpula del partido y no los intereses de los «supuestos electores».
Si «el centro de gravedad de una democracia normalmente constituida reside en la representación popular» este es el primer problema que debemos solucionar en España y en gran parte de Europa, puesto que los políticos sólo representan a sus jefes de partido que les obligan a votar con «disciplina de partido». En pocos países europeos los políticos representan los intereses de los ciudadanos electores por encima de los intereses de sus jefes de partido. Desde luego en España no hay ese tipo de representación popular.
Mientras esto sea así, difícilmente los ciudadanos podrán influir en la política más allá de dar un número mayor de cheques en blanco a un partido para que haga lo que quiera durante el periodo de la legislatura, incluso lo contrario a lo que prometió en campaña.
Será mucho más difícil aún que un grupo de cristianos, formados, coherentes y firmes en sus convicciones entren en la maquinaria de un partido, que actúa con métodos «mafiosos», para intentar influir en las decisiones que toman las cúpulas, cuando para llegar a las zonas de influencia de las cúpulas hay que «llevarse bien» con quienes están instalados en ellas.
¿Y qué hacemos? Asociarnos y organizarnos como sociedad civil, fuera de la sociedad política y mediática, denunciar todo aquello que esté en contra de nuestras convicciones y que ataque al bien común según nuestro criterio, correctamente formado, y si llega el caso desobedecer las leyes injustas que el Poder Político nos imponga «sin haber sido escuchados».
Totalmente de acuerdo con la opinión de Jose Manuel Vida, pero, ¿Qué ocurre cuando el problema es que la sociedad no tiene «tiempo» para organizarse? Digo tiempo, por no decir ganas…. cuando el «pan y circo» está ya ampliamente implantado en una sociedad como la Española, ¿Cuál es la alternativa para impulsar una Democracia real?