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Bandas de explotación, Elon Musk y la verdad incómoda

Familia

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Elon Musk, con su irreverencia habitual, ha vuelto a hacer lo que pocos en la élite se atreven: decir la verdad.

En las últimas semanas ha utilizado su plataforma de redes sociales X para lanzar ataques y difundir una serie de publicaciones dirigidas a sus 211 millones de seguidores.

No una verdad cómoda ni complaciente, sino una verdad que, por su misma crudeza, ha sido silenciada durante demasiado tiempo. Al destapar el escándalo de las bandas de explotación en el Reino Unido «bandas de grooming», Musk ha señalado una herida abierta en la sociedad británica, una herida que los medios, la política y la burocracia han preferido ocultar bajo el tapiz de la corrección política.

Lo ocurrido en las últimas décadas en las ciudades postindustriales británicas no es un simple crimen, sino un crimen moral de proporciones históricas.

Miles de niñas, muchas de ellas menores de edad, fueron sistemáticamente abusadas mientras las autoridades callaban por miedo a ser tildadas de «racistas» o «islamófobas». La multiculturalidad, ese dogma sacrosanto de la política británica, ha demostrado ser más importante que la seguridad de sus propios hijos.

Pero, ¿qué permitió que esta barbarie ocurriera con tanta impunidad? Sin duda, la inmigración descontrolada jugó su papel. También la pobreza endémica, que dejó a estas niñas a merced de depredadores organizados.

Sin embargo, hay otro factor que nadie quiere discutir: la descomposición de la familia.

La importancia de la familia

Las víctimas de estos abusos no eran niñas con hogares estables, padres atentos y una comunidad que las protegiera.

Eran hijas de la nada, niñas sin estructura, sin autoridad que velara por ellas. Algunas tuvieron progenitores que lucharon por salvarlas, pero muchas fueron dejadas a su suerte.

Por ejemplo Fiona Goddard tenía 14 años cuando un hombre de 45, Saeed Akhtar, la recogía en taxi para llevarla a su apartamento, donde la usaban como mula de drogas y prostituta. Fiona vivía en un hogar estatal, un eufemismo para «sin familia». Las personas encargadas de su protección lo sabían y no hicieron nada.

Esta historia no es una anomalía, sino una tendencia. Hoy en día, casi la mitad de los niños británicos crecen fuera de un núcleo familiar estable.

Más de 2,5 millones de niños no tienen una figura paterna en su hogar.

Y los datos son implacables: los niños criados en familias rotas tienen entre tres y seis veces más probabilidades de sufrir abusos graves. Aquellos criados solo por un progenitor son un 66% más propensos a ser sexualmente activos en la adolescencia. Si sus padres tienen nuevas parejas, la cifra sube al 90%.

La izquierda progresista ha logrado que la sociedad británica reconozca conceptos como «privilegio blanco», «privilegio heterosexual» y otras construcciones ideológicas.

Pero nadie habla del «privilegio de familia intacta», a pesar de que las estadísticas muestran que crecer con padres casados es una de las mayores ventajas que un niño puede tener.

Mejores oportunidades educativas, mayor estabilidad emocional, menor consumo de drogas y, sobre todo, menor riesgo de sufrir violencia y abuso.

Sin embargo, en lugar de fomentar la estabilidad familiar, los gobiernos han legislado en su contra. El Partido Conservador, en el poder durante 14 años, ha aprobado leyes como el divorcio exprés, facilitando la ruptura de los hogares en lugar de fortalecerlos.

Destrozar la familia

La política de «no juzgar» ha llevado a que adolescentes puedan recibir anticonceptivos y abortos sin que sus padres sean notificados. Los funcionarios de salud pública, encargados de prevenir embarazos adolescentes, se convirtieron en cómplices del abuso al ignorar que muchas de esas menores no estaban teniendo sexo, sino siendo explotadas.

El informe sobre los escándalos de abuso en Rochdale (2010-2015) lo dejó claro: la obsesión por reducir el embarazo adolescente creó un clima en el que los profesionales dejaron de alarmarse ante la actividad sexual temprana. Se normalizó lo aberrante. Así, cuando niñas violadas como Fiona intentaron denunciar, las autoridades respondieron que era «su estilo de vida» y que debían «asumir las consecuencias».

El gran pecado de Occidente ha sido destrozar la familia y llamar progreso a su desaparición.

La paternidad ha sido reemplazada por la individualidad. Los niños ya no son criaturas vulnerables que necesitan protección, sino seres empoderados que deben tomar sus propias decisiones.

Se enseña a los padres que prioricen su realización personal sobre la estabilidad de sus hijos. Se calla ante la creciente irresponsabilidad de los padres que abandonan a sus familias.

Se mira hacia otro lado mientras se fomenta que los hogares se conviertan en estaciones de paso para múltiples parejas.

Si no recuperamos la idea de que la familia es la primera línea de defensa de un niño, de que el matrimonio no es un simple contrato revocable sino la base de la sociedad, nunca podremos proteger a los más vulnerables. Seguimos callando por miedo a parecer «conservadores».

Musk no ha revelado nada nuevo. Lo nuevo es que alguien con su influencia se ha atrevido a señalarlo sin rodeos. Y la verdad, por incómoda que sea, ya no puede esconderse.

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