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La Sociedad Desvinculada (26). Religión y modernidad: el bucle

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La sociedad desvinculada no es la sociedad moderna, ni tan siquiera su heredera en términos de fidelidad a unos conceptos y criterios. El cristianismo, la religión y la modernidad han vivido fuertes enfrentamientos, pero también han dialogado y en gran medida han aprendido a vivir en común.

La modernidad fue un bucle. Surgió del eje religioso, se alejó, pero volvió a aproximarse a él en el decurso de la historia. Era lógico, en definitiva, la filosofía griega y el derecho romano fueron preservados, traducidos y transformados por el cristianismo. San Agustín y Santo Tomás son los mejores ejemplos. Voltaire es deudor del primero y Kant, también.

La subjetividad, característica clave de la modernidad, surge del valor de la interioridad desarrollada por San Agustín. Y Vitoria, su derecho de gentes, y su derecho internacional, del que la sociedad moderna es deudora, no se entiende sin su fundamento tomista. Alain Tourene escribe: «el drama de nuestra modernidad consiste en que se ha desarrollado […] rechazando toda la aportación del cristianismo que todavía vive en Descartes y en el siglo siguiente, destruyendo en nombre de la razón, y de la nación la herencia del dualismo cristiano, y de las teorías del derecho natural que habían dado a luz la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano a ambos lados del atlántico. De suerte que se sigue llamando modernidad a lo que es la destrucción de una parte fundamental de esta».

El bucle es necesario que vuelva a cerrarse al menos en dos sentidos.

La necesidad de dotarnos de una razón objetiva que asuma la cultura surgida de la fe cristiana propia de la tradición europea, y la aceptación del misterio de Dios como una dimensión connatural al ser humano, en el sentido de lo que está más allá del conocimiento sin que tal cosa signifique la renuncia a indagar sobre él.

El sentido religioso forma parte de la expresión y del entramado de la cultura europea. Tres autores entrelazados por la continuidad de sus ideas y su nacionalidad checa nos aportan razones en el sentido que señalo.

El más próximo a nosotros en el tiempo y enlace con los demás es Vaclav Belohradsky, discípulo del segundo de nuestros hombres, Jan Patocka, destacado filósofo y uno de los firmantes de la Carta 77, el texto clave de la disidencia checa en su enfrentamiento con el gobierno comunista. El tercero es Tomas Garrigue Masaryk, nacido en Moravia en 1850, filósofo, científico y también destacado político, primer presidente de la República de Checoslovaquia nacida en 1918.

Belohradsky escribe: «La facultad fundamental de la vida humana […] consiste en resistir el imperialismo de la cotidianidad […] que se caracteriza por la trivialización de la conciencia en el sentido de que la legitimidad cotidiana de la acción humana deja de ser un problema que toca a la conciencia personal y se convierte en un problema técnico de los aparatos burocráticos», es decir, del estado. Este texto, escrito hace más de treinta años, posee una intensa actualidad y, de hecho, caracteriza a nuestra época. Esta cotidianidad aboca al sentido trivial de la vida que tiende a eliminar la responsabilidad de los propios actos para evitar el sentido de culpabilidad. Nadie debe sentirse culpable si trata de realizarse mediante la satisfacción del propio deseo. La responsabilidad es una función que corresponde al estado.

La reivindicación de lo trascendente, esa lucha por la religión, la encarnó Masaryk, un teísta protestante que no aceptaba ni la Revelación ni la mística, pero señalaba la importancia decisiva para la democracia de la conciencia religiosa. Para Masaryk, la lucha por la religión era la lucha por la posibilidad de la democracia entendida no como una mera alternancia en el poder, sino como una cuestión de los valores desde los que se gobierna. Para Masaryk, la violación o represión del sentido religioso encierra al hombre en el mundo antinatural del mero aprovisionamiento de lo cotidiano, tanto en la escasez, como en la abundancia. Él veía como un gran peligro que el hombre perdiera el sentido de la totalidad del mundo, de la eternidad, porque la religión -decía- «es la vida sub specie aeternitatis», conciencia de nuestra relación con la sociedad y con el significado de la vida.

[1] Tourene, Alain. (1993). Crítica de la Modernidad. Temas de Hoy. pág. 266

[2] V Belohradsky, Vaclav. (1988).  La vida como problema político. Ediciones Encuentro. pág. 13

La Sociedad Desvincula (25). El laicismo de la exclusión religiosa

El sentido religioso forma parte de la expresión y del entramado de la cultura europea. Tres autores entrelazados por la continuidad de sus ideas y su nacionalidad checa nos aportan razones Clic para tuitear

 

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