La Organización Mundial de la Salud (OMS) atraviesa una crisis que no es sanitaria, sino moral.
Una reciente investigación publicada en BMJ Global Health y retomada por The Guardian ha destapado un problema creciente: el aumento de donaciones “ocultas” a través de la Fundación OMS, creada en 2020 para ampliar el espectro de sus financiadores.
Según el informe, hasta finales de 2023 la fundación había recibido alrededor de 83 millones de dólares de donaciones empresariales. Sin embargo, un dato sobresale con alarma: el 60% de esos fondos proviene de donantes anónimos, porcentaje que en 2023 alcanzó el 80%. Es decir, cuatro de cada cinco dólares ingresados en ese año proceden de fuentes que la opinión pública desconoce.
El problema de la transparencia
La OMS justifica la opacidad afirmando que muchos benefactores prefieren permanecer en el anonimato para no ser blanco de críticas o solicitudes. Sin embargo, esta explicación deja abiertas demasiadas incógnitas
¿qué intereses acompañan a esos millones? ¿De qué modo condicionan las prioridades de la principal agencia sanitaria mundial?
El hecho de que una parte considerable de las donaciones se destine a un rubro genérico como “costes operativos”, lejos de despejar dudas, aumenta la sospecha.
Como señalan los investigadores, la falta de transparencia abre la puerta a posibles conflictos de interés y al riesgo de que los donantes financien proyectos alineados con sus propios objetivos, y no con las necesidades reales de la salud pública.
Donaciones con doble filo
La lista de aportantes conocidos incluye a gigantes farmacéuticos como Sanofi, Boehringer Ingelheim y Novo Nordisk, además de empresas de consumo como TikTok, Maybelline o Meta.
Si bien la OMS asegura que no recibe fondos de industrias del tabaco ni de fabricantes de armas, los críticos advierten que sí podría aceptar donaciones de sectores como el alimentario ultraprocesado, el químico o el de combustibles fósiles, responsables de graves crisis sanitarias y ambientales.
El riesgo es claro: las empresas pueden utilizar sus aportes como herramienta de marketing o incluso como estrategia de distracción frente a los daños que sus productos provocan en la salud. Un mecanismo que, en lugar de fortalecer la lucha contra las enfermedades, puede debilitarla desde dentro.
Confianza en juego
La salud pública global depende en gran medida de la confianza ciudadana.
Si la OMS aspira a seguir siendo una referencia ética y científica, debe garantizar que sus decisiones estén libres de presiones externas.
Como han señalado los autores del estudio, la opacidad actual plantea “implicaciones de legitimidad potencialmente significativas” para el futuro de la organización.
El director de la Fundación OMS, Anil Soni, insiste en que existen controles de gobernanza para evitar conflictos de interés. Sin embargo, su propio pasado como directivo de una multinacional farmacéutica plantea dudas sobre la independencia real de la fundación.
Desde la fe
Esta situación interpela directamente a la doctrina social de la Iglesia, que insiste en la centralidad de la persona humana y en el bien común como criterio último de toda política y de toda acción internacional.
La salud no puede convertirse en mercancía ni someterse a lógicas puramente económicas.










